Eduardo Guerrero Gutierrez

La primera ola de saqueos

Hay razones para pensar que esta primera ola de saqueos podrá contenerse en el corto plazo. No obstante, en el mediano plazo el fenómeno podría salirse de control.

Imposible evitarlos durante la cuarentena. El miedo de muchos, sumado al oportunismo de algunos, dará lugar a nuevos fenómenos delictivos. Ya tuvimos la primera probada del crimen en tiempos del coronavirus; a partir del 20 de marzo comenzó a registrarse un número extraordinario de saqueos, tentativas de saqueo y robos a tiendas de autoservicio. Hay razones para pensar que esta primera ola de saqueos podrá contenerse en el corto plazo. No obstante, en el mediano plazo, el fenómeno podría salirse de control.

La semana pasada Lantia Consultores hizo un primer ejercicio de monitoreo y análisis de los de los saqueos e incidentes relacionados, que se reportaron en medios. Sólo entre el 23 y el 26 de marzo se contabilizaron 54 incidentes (incluyendo tanto saqueos consumados como tentativas) distribuidos en nueve entidades federativas. Los saqueos consumados ocurrieron en cuatro: la Ciudad de México, el Estado de México, Oaxaca y Puebla. Los comercios ubicados en zonas populares del oriente y norte del Valle de México fueron los más afectados, sobre todo por las noches.

Un dato importante es que, en su inmensa mayoría, se trató de saqueos pecuniarios. Es decir, su objetivo fue generar ingresos monetarios, no satisfacer necesidades básicas. Casi invariablemente, los saqueadores fueron tras artículos de alto valor y de fácil reventa, como pantallas, celulares y licores. Por el tipo de mercancía robada –y el número de participantes– se estima que la ganancia por saqueador es de miles o decenas de miles de pesos. Por ejemplo, en Ecatepec, ocho personas saquearon una casa de empeño y se llevaron mercancía por un valor de 400 mil pesos. Sólo uno de los 54 incidentes analizados mostró algunas de las características propias de los saqueos que típicamente ocurren durante una crisis de escasez (este saqueo ocurrió el martes pasado, en Tecámac, donde alrededor de 70 personas, incluyendo mujeres, se llevaron víveres y otros productos de una sucursal de Bodega Aurrerá).

Vivimos en tiempos de enorme incertidumbre y es imposible saber cómo evolucionarán los saqueos pecuniarios. Sin embargo, en el corto plazo hay al menos tres razones para ser optimistas de que esta ola de saqueos se podrá contener:

La primera es que el propio modus operandi de los delincuentes revela que detrás de los saqueos todavía no hay colectivos numerosos y bien organizados (ni de movimientos sociales ni del crimen organizado). Lo que hemos visto son pequeños grupos, en algunos casos de la delincuencia común, que lanzan convocatorias en redes sociales, con la esperanza de reunir algunas decenas de personas y contar con una 'masa crítica' de personas, suficiente para realizar el saqueo. Sin embargo, al hacer públicos sus planes, también ponen en alerta a las autoridades y a los propios comercios.

La segunda razón para ser optimistas es precisamente que las autoridades han demostrado voluntad y capacidad para responder. AMLO, generalmente benévolo hacia los delincuentes, fue inusualmente tajante y rápidamente sentenció que los saqueos no serían tolerados. Sin embargo, la respuesta hasta ahora ha venido sobre todo de autoridades locales y se ha traducido en operativos relativamente exitosos. La policía capitalina reportó que hasta el sábado pasado había 41 denuncias de intentos de saqueo y que se había logrado detener a 95 personas. Los saqueos no están quedando impunes.

La tercera razón es que las empresas de autoservicios no van a dejarse. La relación de poder que caracteriza a la delincuencia en México –criminales poderosos contra víctimas indefensas– se invierte en el caso de los saqueos pecuniarios, que han golpeado sobre todo a cadenas comerciales con enormes recursos. De acuerdo con el monitoreo de Lantia Consultores, los comercios más afectados han sido, en primer lugar, los que pertenecen a Walmex (operadora de comercios como Walmart y Superama), seguidos de Grupo Salinas (un corporativo enorme, que además está en los mejores términos con Palacio Nacional). La experiencia demuestra que la delincuencia no puede contra grandes empresas privadas, cuando éstas movilizan sus recursos y sus influencias.

Sin embargo, en el mediano plazo el panorama podría complicarse. El gobierno debe prepararse para una segunda y una tercera ola de saqueos, mucho más generalizados. Estoy pensando en lo que podría ocurrir cuando se empiecen a sentir en serio las consecuencias económicas de la contingencia, sobre todo si hay escasez de artículos de primera necesidad, o si sectores amplios de la población simplemente se quedan sin los recursos para conseguirlos. Un riesgo es que en dicho escenario los comandos armados del crimen organizado sean los que organicen los saqueos.

Otro riesgo, tal vez el más grave, es que los saqueos comiencen a ocurrir de forma relativamente espontánea, sin convocatoria ni coordinación previa entre todos los participantes. Sospecho, además, que el gobierno no tendrá la misma voluntad para usar la fuerza pública cuando los saqueadores no sean un puñado de delincuentes, que van tras pantallas, sino familias y comunidades enteras que saquean por hambre. Al gobierno le corresponde estar listo para ese escenario. Como sociedad, hay que hacer todo lo que podamos para no llegar a ese punto.

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