Eduardo Guerrero Gutierrez

La cortina de nopal

La discusión de si los cárteles entran a la lista de grupos terroristas del Departamento de Estado de EU tendría que ser seria.

Hoy los LeBarón serán recibidos en Palacio Nacional. Hoy también, al parecer por separado, el FBI dará a conocer algunos avances en su investigación. Las víctimas de la masacre eran binacionales. Los culpables también lo son (independientemente de la nacionalidad de los líderes, se trata de organizaciones que operan en ambos lados de la frontera). En contraste, las soluciones siguen ancladas a las instituciones y a los intereses de cada gobierno. La discusión de si los cárteles entran a la lista de grupos terroristas del Departamento de Estado tendría que ser una discusión seria. Es cierto que Trump no ayuda con sus provocaciones y disparates. Sin embargo, las reacciones en México tampoco han estado a la altura. En los últimos días a muchos, tanto en el gobierno como entre los líderes de opinión, les ha dado por envolverse en el lábaro patrio e invocar un concepto mal entendido de soberanía nacional.

Vamos por partes. La inclusión de algunos cárteles dentro de la lista de organizaciones terroristas del Departamento de Estado no implica gran cosa en sí misma –inclusión, por cierto, que dura dos años y que puede ser anulada en cualquier momento por el secretario de Estado o por un acta del Congreso. Entre las posibles consecuencias se contemplan sanciones para los ciudadanos y empresas norteamericanos que colaboren con las organizaciones designadas, congelamiento de cuentas y deportaciones. Son cosas que ya se hacen contra los cárteles, aunque de manera relativamente esporádica.

La designación tampoco es la antesala para una invasión. Una intervención militar no depende del mero capricho de Trump. Salvo que haya una agresión militar por parte de México, esa intervención pasa necesariamente por la aprobación del Congreso estadounidense. Por lo tanto, sólo sería concebible si ocurre algo que de verdad implique una amenaza para nuestros vecinos (por ejemplo, si se recrudece la violencia contra ciudadanos e intereses norteamericanos). La designación, lejos de poner en riesgo de invasión a México, serviría para evitar más eventos de violencia que de verdad generaran un ánimo propicio para una intervención militar.

Actualmente en la lista de organizaciones designadas como terroristas hay sobre todo grupos fundamentalistas islámicos como ISIS, Al-Qaeda o Hezbolá. Algunas de esas organizaciones operan en países que han sido blanco de intervenciones militares norteamericanas, como Afganistán o Irak. Sin embargo, también están listados los remanentes de ETA y del Ejército Republicano Irlandés. En sus tiempos estuvo Sendero Luminoso (la insurgencia maoísta que causó estragos en Perú en los años 80). Esas designaciones no fueron motivo de agravio ni de fricciones diplomáticas. Todo lo contrario. Fueron vistas como un gesto de solidaridad.

Más allá de los aspavientos de Trump, hoy tenemos un cambio importante en la opinión pública. La voz de los LeBarón ante la trágica masacre de sus familiares creó impulso para que Estados Unidos le entre en serio a combatir al crimen organizado. De forma excepcional, el enojo de nuestros vecinos va más allá de su obsesión de siempre con el narcotráfico. El foco ahora también está puesto en la violencia. Hay mucho que los norteamericanos podrían hacer, sin necesidad de que un solo marine pise territorio nacional, para disminuir la violencia en México. En un brillante ensayo publicado en 2011, con el título Targeting Drug Violence in Mexico, el criminólogo Mark Kleiman proponía una fórmula realista para lograrlo: utilizar al formidable aparato de justicia norteamericano para castigar –una por una– a las organizaciones que cometieran las peores atrocidades en México. ¿Cómo? Entre otras medidas proponía ubicar y desmantelar sus redes de distribución de droga en Estados Unidos. Lo que Kleiman proponía en 2011 era algo así como un proceso de designación ad hoc, no para terroristas extranjeros, sino para organizaciones criminales binacionales. La propuesta de Kleiman, además, daba en el clavo en un punto importante. La diferencia relevante entre México y Estados Unidos no es la capacidad armamentística de nuestras policías. La diferencia relevante es que allá existe un sistema de justicia que no puede ser fácilmente corrompido por los criminales. Aquí no.

Tal vez la lista de organizaciones terroristas extranjeras del Departamento de Estado no sea el lugar idóneo para clasificar a los cárteles, pero es un posible comienzo para una mejor colaboración. En lugar de buscar aprovechar la coyuntura, el gobierno mexicano ha optado por hacerse el agraviado y por cerrarse las puertas a sí mismo. Con una actitud distinta se podría buscar que la designación se canalizara de la mejor forma posible. Por ejemplo, pensar en enmarcar dentro de esa designación soluciones nuevas —como las que proponía Mark Kleiman— que nos permitieran asegurar una participación más efectiva de nuestros vecinos en el proceso de pacificación del país. Se está desperdiciando esta oportunidad. Al parecer, en el gobierno piensan que la violencia puede ocultarse detrás de una cortina de nopal.

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