Eduardo Guerrero Gutierrez

El legado de 'El Chapo'

El narcotráfico es casi inevitable, pero puede tomar distintas formas, y la violencia y la corrupción que genera no tienen por qué ser desbordadas.

El criminal más célebre del mundo tendrá un final anticlimático: un frío penal supermax, seguramente en Colorado. Más incierto es lo que pueda ocurrir con su legado: el Cártel de Sinaloa y una fortuna que se estima en miles de millones de dólares (billions en inglés).

Los cárteles son criaturas efímeras. Rara vez sobreviven a sus líderes. Los Zetas, por ejemplo, fueron reclutados como matones del Cártel del Golfo a fines de la década de los noventa. Rápidamente consiguieron poder propio. Para 2010 se convirtieron en un cártel independiente. Sin embargo, poco después de la muerte de Heriberto Lazcano, en octubre de 2012, y de la captura de Miguel Treviño unos meses más tarde, comenzaron a desmembrarse. La Familia Michoacana (rebautizada como Los Caballeros Templarios) tuvo una vida igualmente breve.

En contraste, el Cártel de Sinaloa ha sido una organización relativamente longeva. Tiene sus orígenes en un grupo cerrado de familias que ya se dedicaban a traficar drogas desde hace décadas. También es un cártel enormemente rico. Con toda seguridad fue la organización que más droga introdujo a Estados Unidos en la historia reciente, por lo menos desde el sexenio de Vicente Fox hasta finales del gobierno de Peña Nieto, cuando probablemente haya sido superada por el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).

El Chapo fue por demasiados años el narco por antonomasia. Es inevitable que existan toda clase de fantasías sobre su poder y todavía más sobre su fortuna. La cifra que se manejó durante el juicio, 12 mil millones de dólares, suena exagerada, aunque no completamente descabellada. Sin embargo, lo que es ridículo es creer que una parte sustancial de este dinero pueda terminar en las arcas del Departamento del Tesoro o de la Secretaría de Hacienda.

Sin embargo, por lo menos del lado mexicano, las instituciones tienen capacidades nimias para confiscar activos criminales. Al año, la Fiscalía General de la República sólo logra asegurar alrededor de 2 mil millones de pesos (sumando todo lo que se obtiene tanto por declaraciones de abandono como de extinción de dominio, que son las dos principales herramientas legales que las autoridades tienen para asegurar bienes del crimen organizado). Suponiendo que la FGR mantuviera ese ritmo, y que se enfocara completamente en la fortuna estimada del Chapo, terminaría de asegurar los recursos por ahí del año 2160.

La Unidad de Inteligencia Financiera tampoco podrá hacer gran cosa. El repertorio de estrategias para lavar dinero sin dejar rastro es amplio, desde el sencillo anonimato de las tarjetas prepagadas hasta las más complejas triangulaciones financieras en cuentas y compañías de varios países. A esto hay que sumar las innumerables alternativas que quedan en México para gastar efectivo a lo grande.

Por lo tanto, las declaraciones de políticos en México y en Estados Unidos sobre el posible uso del dinero de Guzmán Loera son demagogia pura (el senador republicano Ted Cruz llegó al extremo de afirmar que los miles de millones de dólares de El Chapo se podrían utilizar para financiar la construcción del muro en la frontera entre México y Estados Unidos). La mayor parte del dinero de El Chapo ya se evaporó o se filtró a donde no se puede ver, como el agua de lluvia.

Después de la sentencia de El Chapo, la verdadera pregunta es quién se está quedando con el fabuloso negocio de traficar cocaína y otras drogas a Estados Unidos. Está por verse si sus hijos, Alfredo e Iván, podrán llegar a un acuerdo con El Mayo Zambada para repartirse las operaciones. También está por verse si podrán mantener el control de Gente Nueva, y de las otras células y grupos de sicarios que conforman al Cártel de Sinaloa. Otra posibilidad es que todos ellos sean arrasados por el CJNG. Es en estas preguntas donde el gobierno mexicano tiene la capacidad, y la responsabilidad de incidir.

El perfil de los liderazgos criminales que perduran, y el poder que llegan a acumular debería ser resultado de un cálculo estratégico, no el producto aleatorio de decisiones y omisiones dispersas, de acuerdo a los caprichos e intereses de distintos funcionarios (como pasó con El Chapo, hasta que se volvió demasiado poderoso para su propio bien). El narcotráfico es casi inevitable, pero puede tomar distintas formas, y la violencia y la corrupción que genera no tienen por qué ser desbordadas. Esperemos que dentro de diez o veinte años personajes como Guzmán Loera sólo existan como leyendas del pasado, y que en su lugar queden figuras que, en comparación, resulten discretas e inofensivas.

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