Eduardo Guerrero Gutierrez

El gobierno de mano izquierda

Al menos en la retórica, el abandono de la política de combate frontal a los delincuentes es innegable; incluso se empieza a hablar de una nueva 'pax narca'.

La amnistía, tan sonada en la campaña del año pasado, prácticamente cayó en el olvido después de la elección. No me sorprende. Una amnistía en forma supondría investigaciones y procesos complejos para perdonar a delincuentes sentenciados, o que al menos tienen causas penales abiertas. El sistema de justicia que tenemos no da para algo así. Sin embargo, la amnistía nunca fue una propuesta concreta. Fue un mensaje vago –pero efectivo– que el candidato López Obrador lanzó a los grandes grupos delictivos y a las comunidades que los apoyan. En agosto del año pasado publiqué en este espacio que la promesa que se escondía detrás de la amnistía era algo más parecido a un "armisticio", un cese de hostilidades entre el Estado y los grupos criminales.

Esa promesa no se olvidó. El presidente ya dijo de forma abierta que a él no le interesa capturar capos. También ha tenido gestos simbólicos, incluso ofreció su apoyo para que familiares de El Chapo Guzmán puedan obtener una visa para visitarlo en Estados Unidos. Hace unos días, AMLO también se convirtió en el primer presidente de la República en visitar Badiraguato, la cuna de El Chapo y de varios de los liderazgos históricos del narcotráfico mexicano. Durante la visita, el presidente mantuvo su discurso de reconciliación. Insistió en que las personas son por naturaleza buenas y que las circunstancias son las que las orillan a tomar malas decisiones. También dijo que "no se puede hacer leña del árbol caído".

Al menos en la retórica, el abandono de la política de combate frontal a los delincuentes es innegable. Incluso se empieza a hablar de una nueva pax narca; un entendimiento que permita a los narcotraficantes hacer su trabajo de forma discreta y al resto el país vivir en paz. Un acuerdo así no necesariamente sería malo, siempre y cuando el Estado fuera el que pusiera los términos. Esto es lo que por regla general hacen, sin que nadie se desgarre las vestiduras, los departamentos de policía en los países civilizados (con la gran diferencia de que los grupos que operan en sus calles son relativamente pequeños).

Desafortunadamente, en el México de 2019 no será fácil reconstruir la paz, por más que se suspendan las capturas de capos y las extradiciones. Hay dos grandes problemas. El primero es que la violencia a gran escala ya no sólo la causan los narcotraficantes. Una cosa es que el Ejército deje de cazar capos famosos en la sierra, o que deje de quemar plantíos de amapola. Podemos vivir con eso y nuestros vecinos también (desde que Trump impuso la obsesión con el muro, no queda espacio para mucho más en el debate antidrogas al norte de la frontera). Sin embargo, otra cosa es que el Estado mexicano deje de perseguir a quienes se dedican a cobrar cuota en los ranchos, en las ciudades pequeñas y hasta en los destinos turísticos; a quienes roban combustible y cargamentos millonarios de mercancías; o a las redes de trata de personas. Es probable que el nuevo gobierno ya no tenga en la mira a ningún narco importante. Sin embargo, Sedena sigue intentando capturar a El Marro, uno de los principales líderes huachicoleros del país.

En otros casos, renunciar a la persecución de los delincuentes implicaría darle la espalda a las comunidades donde las nuevas mafias han hecho que la vida sea un verdadero infierno. Los negocios de estas mafias son incompatibles con cualquier noción de paz. A quien lo dude, le recomiendo que hable con gente de cualquier municipio del sur del Estado de México, donde ya ni siquiera hay doctores que quieran arriesgarse a trabajar en las clínicas de atención primaria.

El segundo problema con la apuesta por la pacificación es que en México el principal conflicto no es entre Estado y grupos delictivos. En Guanajuato, por ejemplo, el grueso de la violencia la genera la guerra entre el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Santa Rosa de Lima. Estos grupos se siguen matando entre sí. La semana pasada se difundió un video en el que los de Santa Rosa exhiben en alta definición cómo acribillaron a cinco integrantes del CJNG. En contextos como éste la oferta de paz del gobierno no cambiará mucho las cosas.

México necesita una nueva estrategia. El empeño de Felipe Calderón en atrapar a todos los grandes capos, a como diera lugar, sólo multiplicó la violencia y dejó el campo libre para una generación menos escrupulosa de líderes criminales. Sin embargo, no se podrá sencillamente volver atrás. Para reconstruir la paz hará falta mucha mano izquierda, pero también será necesario establecer límites y hacerlos cumplir con mano dura. La oferta de paz para los grupos criminales menos nocivos debe ser una oportunidad para concentrar recursos en aquellos lugares donde la fuerza sigue siendo la única alternativa.

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