Eduardo Guerrero Gutiérrez

¿Cuenta la inseguridad en los resultados electorales?

Si los candidatos que son contrarios a los intereses de los criminales no pueden ni hacer campaña, es hasta cierto punto comprensible que no observemos el ‘voto de castigo’.

Parecería que no, al menos no a la luz de los resultados de la última elección, pues esperábamos al menos un ‘voto de castigo’ –o ‘de premio’ según fuera el caso– para los partidos en el poder. Paradójicamente, los mexicanos respondemos consistentemente en las encuestas que nuestra principal preocupación es la inseguridad. Aun así, Claudia Sheinbaum se llevó casi 60 por ciento de los votos, además de las amplias mayorías que Morena y sus aliados lograron en el Legislativo. Fue un triunfo de una contundencia no vista desde tiempos del viejo PRI. Lo anterior, a pesar de que los homicidios, al igual que prácticamente todos los indicadores en materia de seguridad, se han mantenido en niveles críticos. Lo más paradójico, sin embargo, no es el resultado de la contienda presidencial, sino lo que se observa cuando acercamos la lupa a algunos resultados en el ámbito estatal. A continuación ilustro con tres ejemplos.

Chiapas. Es uno de los estados donde Morena verdaderamente arrasó en las urnas. Claudia Sheinbaum se llevó 71.5 por ciento de los votos en el estado, un salto de más de 10 puntos con relación a la votación obtenida por AMLO en 2018. El gobernador electo, Eduardo Ramírez Aguilar, fue un candidato popular que sin duda contribuyó a este resultado. Sin embargo, la contundencia de la victoria oficialista no deja de llamar la atención en un estado que ya era gobernado por Morena, y que en los últimos años parece estar al borde de una guerra civil, con una creciente presencia de grupos paramilitares. Estas milicias no sólo se enfrentan entre sí, sino que también han obligado a poblaciones enteras a abandonar sus hogares. Las empresas operan en condiciones de terror, y ya ni hablar de las frecuentes tragedias asociadas al tráfico de migrantes. Aun así, en medio del desastre, a Morena le fue mejor que nunca.

Yucatán. Probablemente fue el estado donde la oposición menos esperaba una derrota. En 2018 López Obrador obtuvo menos de 40 por ciento del voto de los yucatecos. En junio pasado Claudia Sheinbaum se llevó más de 60 por ciento. El salto fue de 21.5 por ciento, el mayor avance registrado para Morena en un estado. También es difícil entenderlo. El gobernador panista, Mauricio Vila, era popular, y el estado se ha mantenido como un ‘oasis’ de paz, incluso en los últimos años, cuando el resto del sureste ha vivido una creciente espiral de violencia.

Ciudad de México. La paradoja no siempre favorece a Morena. La capital del país es una de las contadas excepciones donde sí hubo una mejoría notable de las condiciones de seguridad durante este sexenio: las defunciones por homicidio se redujeron casi a la mitad, y la percepción de seguridad mejoró de forma considerable. Esta mejoría, además, se puede atribuir a la abanderada presidencial de Morena. Sin embargo, la Ciudad de México es una de las contadas entidades federativas donde Morena no mejoró sus resultados. Sheinbaum obtuvo 2.5 menos puntos de los que AMLO obtuvo en 2018. Los chilangos, a contracorriente del resto del país, se sienten hoy más seguros, pero son menos morenistas que en 2018.

Por supuesto, la seguridad no lo es todo. Hay muchos factores, objetivos y emocionales, que inciden en los resultados. De entrada, a Morena le fue bien ahí donde los programas sociales tienen un mayor peso: no es casualidad que Chiapas, junto con Guerrero y Oaxaca, se ubique entre las entidades donde el triunfo morenista fue más aplastante. Ése parece haber sido el factor más importante.

Hay otro factor que hace compleja la relación entre inseguridad y resultados electorales. De forma creciente, los grupos criminales recurren a la violencia para intimidar y asesinar candidatos. En las elecciones de este año se reportaron 7 mil 420 renuncias de candidatas y candidatos a cargos en el ámbito local, una cifra escandalosa. Aunque las motivaciones pueden ser muy diversas, no hay duda de que las acciones y las amenazas criminales están detrás de muchas de estas renuncias.

Si los candidatos que son contrarios a los intereses de los criminales no pueden ni hacer campaña, es hasta cierto punto comprensible que no observemos el ‘voto de castigo’. Por lo tanto, la cancha es dispareja, y favorece a los políticos que son omisos con la delincuencia o que, de plano, con compadres de los delincuentes. En cualquier caso, la conclusión es inquietante: pareciera que los partidos no pueden capitalizar en las urnas ni sus éxitos ni sus fracasos en el tema que más preocupa a los mexicanos.

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