Eduardo Guerrero Gutiérrez

El lío de la inseguridad adquiere una nueva dimensión

El problema del crimen organizado se ha vuelto mucho más extenso y complejo. Hoy tenemos frente a nosotros a un auténtico monstruo de varias cabezas que engulle entidades completas.

Está pasando en nuestro país lo que sabíamos que iba a suceder si el gobierno federal actuaba negligentemente en materia de seguridad: durante la actual administración el problema del crimen organizado se ha tornado mucho más extenso y complejo. Hoy tenemos frente a nosotros a un auténtico monstruo de varias cabezas que engulle entidades completas: Guerrero fue la primera víctima, Chiapas parece que será la segunda. ¿Cuál será la tercera? ¿Zacatecas? ¿Nayarit? ¿Colima? ¿Guanajuato? ¿Tabasco? ¿Sinaloa? ¿Morelos? La lista de estados probables y posibles es muy larga. Actualmente, el problema trasciende con mucho una tara de índole institucional del Estado mexicano. El crimen se ha incrustado de lleno en nuestra vida política, social, económica y hasta cultural. Y no es para menos, cuando el crimen le está arrebatando al Estado mexicano la condición primordial que justifica su existencia: el control territorial.

No me gustan las exageraciones. Nunca me ha atraído el recurso fácil y vulgar de asustar para que me lean. Me alejo a toda costa de los adeptos a las ‘teorías de la conspiración’ o de aquellos tildados como ‘agoreros del desastre’, ambas especies tan comunes en épocas electorales. Soy optimista por naturaleza. Me gustan los análisis equilibrados y sustentados. Presumo mi afición de encontrarle el lado positivo a las cosas. Dicho lo anterior, creo que en México estamos en la ruta a una tragedia mayor. De una crisis de gobernabilidad y violencia de dimensiones mayores. Para decirlo sin rodeos: veo, por primera vez, que en México podría actualizarse la manoseada hipótesis de un Estado fallido o fracasado. Me percato que si no reaccionamos pronto, decididamente, con altura de miras, y con recetas distintas a las que hemos recurrido hasta ahora, perderemos el país funcional y viable que hemos imaginado para nuestros hijos.

Por lo pronto, me parece claro que los mexicanos, solos, no podremos enfrentar con éxito los desafíos que se dibujan en el horizonte. Si no hemos podido lidiar adecuadamente con los retos de ayer y hoy, parece difícil que podamos disolver las insurgencias criminales que proliferan, cada vez en más lugares y con mayor fuerza, a lo largo del país. Así como el huracán Otis dejó a su paso una impresionante estela de sufrimiento y destrucción en casi todo Acapulco, la epidemia criminal que experimentamos en México desde hace década y media, y que promete con prolongarse otros 15 años por lo menos, promete dejar un nivel de destrucción y desasosiego, como no hemos presenciado desde la Revolución mexicana.

Nuestras candidatas presidenciales no parecen tener claridad ni sobre dónde estamos, ni sobre adónde hay que ir. En su debate sobre seguridad se limitaron a apuntar viejos lugares comunes sobre el fortalecimiento de las instituciones policiales y de procuración de justicia. Los momentos álgidos tuvieron que ver con controversias de magnitudes y cifras acerca de las dimensiones del desastre actual: muertos y desaparecidos, especialmente. Poco se extendieron en los temas cruciales: el cada vez más extenso control permanente del territorio por parte del crimen; la apropiación criminal de los ayuntamientos; la manipulación criminal de las elecciones locales; la cobranza generalizada de impuestos criminales a lo largo del país; las capacidades militares de los comandos criminales; la manipulación de las licitaciones públicas a favor de los grupos criminales en el ámbito municipal; el reclutamiento criminal de niños y adolescentes; entre otros temas.

Parece evidente que la complejidad de la crisis actual ha vuelto su gestión inmanejable para los propios mexicanos. Nuestro entramado institucional de seguridad y justicia luce francamente amateur para detener, no digamos incapacitar, al monstruo. Necesitamos apoyo del exterior. Nuestros aliados más obvios y viables son Estados Unidos y Canadá. Si la vecindad con Estados Unidos, en particular, ha parecido una maldición para muchos mexicanos en algunos episodios de nuestra historia, ahora nuestros vecinos del norte podrían desempeñar un papel de aliado extremadamente valioso contra el crimen organizado. Con el apoyo de ellos y de Canadá quizá los mexicanos logremos remontar la crisis, detengamos su avance y apaguemos los focos rojos. Todo esto durante la siguiente década. Pero tenemos que empezar a trabajar juntos. Ya. Antes de que sea muy tarde.

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