Eduardo Guerrero Gutiérrez

Las ‘corcholatas’ y el futuro de la política de seguridad

Una vez que las ‘corcholatas’ renuncien a sus actuales responsabilidades, la contienda que definirá al candidato presidencial se desahogará a navajazo limpio.

Ahora sí, esta semana tendrá lugar el banderazo oficial para la tan anticipada elección de candidato presidencial de Morena. Se tiene previsto que las corcholatas renuncien a sus actuales responsabilidades a más tardar este jueves. Lo anterior para que la contienda, con miras a la encuesta que definirá al candidato presidencial, se desahogue a navajazo limpio, sí, pero sin que alguna o algunos se aprovechen de los recursos de las instituciones que actualmente encabezan. Además, ya se acordó que habrá premios de consolación para todos, lo que en algo reduce el riesgo de una desbandada, que a estas alturas parece ser el único escenario en el que sería factible una derrota de Morena.

Me parece un buen momento para especular sobre cuáles serían los rasgos distintivos de cada uno de los aspirantes en materia de seguridad. Al respecto, la principal interrogante es qué posición asumiría cada uno en relación con la participación de las Fuerzas Armadas en las múltiples tareas que se les han encomendado en años recientes. El Ejército es, a fin de cuentas, el verdadero custodio de lo que se podría considerar el legado del obradorismo (la Guardia Nacional, trenes, aeropuertos y muchas cosas más).

Claudia Sheinbaum. Para muchos es la favorita. Es también quien probablemente tiene el argumento más persuasivo de que es la buena en cuestión de seguridad. La estrategia que ha puesto en marcha su secretario, Omar García Harfuch, se puede calificar de éxito rotundo. En los primeros cuatro años del sexenio los homicidios dolosos en la CDMX se redujeron a la mitad (en 2018 se reportaron mil 597; el año pasado, 795). La baja de los delitos ha sido relativamente generalizada, lo que se ha reflejado en una importante mejora de la percepción de la población.

Como los demás, Sheinbaum se ha esmerado en aparecer públicamente como devota de las Fuerzas Armadas. Accedió a desplegar elementos de la Guardia Nacional en el Metro –un acto simbólico pero muy visible–. Sin embargo, la realidad es que, a diferencia de muchos de los estados gobernados por Morena, en la capital la seguridad no está en manos militares, sino de la policía local. La policía capitalina tiene un número suficiente de elementos y es la que realiza el grueso de las detenciones de delincuentes de alta peligrosidad.

Sheinbaum sería probablemente la menos propensa a dejar el aparato de seguridad del gobierno federal en manos del Ejército. García Harfuch, quien muy probablemente se quedaría al frente de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana en su gabinete, es un convencido de la necesidad de fortalecer a las policías, y de dotarlas de capacidad de investigación (lo que ha sido buena parte de su fórmula en la capital). No sólo eso, viene de la antigua Policía Federal, una institución repudiada y aniquilada por el actual gobierno.

Marcelo Ebrard. Su caso es, en algunos puntos, parecido al de Sheinbaum. El saldo en materia de seguridad de su gestión como jefe de Gobierno, de 2006 a 2012, también fue positivo, aunque inevitablemente se haya desdibujado con el paso del tiempo (por ejemplo, durante su sexenio se estructuró el esquema de cuadrantes que ha sido la base para una gestión eficaz de la policía capitalina). También ha cumplido con los gestos de rigor para demostrar simpatía a la Fuerzas Armadas. Sin embargo, al igual que Sheinbaum, sería poco probable que optara por dejar intactos el poder y recursos que los militares han acumulado en el actual sexenio.

Como canciller, Ebrard no ha tenido tantas oportunidades como Sheinbaum para consolidar su imagen y reconocimiento público. Sin embargo, ha construido una importante relación de trabajo con actores estratégicos en Estados Unidos. Como presidente, sería el que estaría en una mejor posición para impulsar la necesaria reformulación de la cooperación bilateral en materia de seguridad.

Adán Augusto López. El tabasqueño no parece tener muchas posibilidades. A pesar de ser formalmente el número uno del gabinete, su reconocimiento y su peso político están muy por debajo de los de Sheinbaum o Ebrard. Sin embargo, dejando de lado su viabilidad y desempeño como candidato, él sería la mejor garantía de continuidad para el obradorismo, tanto en seguridad como en otros temas.

Adán Augusto ha hecho todo cuanto está en sus manos para posicionarse como el gallo de las Fuerzas Armadas. Presionó fuerte, aunque sin éxito, para que la SCJN aceptara que la Guardia Nacional fuera transferida a Sedena. En las últimas semanas lo hemos visto interceder de manera un tanto excesiva para defender la imagen del secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval (envuelto en una serie de cuestionamientos de dispendio y enriquecimiento). El secretario de Gobernación llegó al extremo de vaticinar que, eventualmente, un candidato a la presidencia de la República podría emanar de las Fuerzas Armadas; una ocurrencia que ni el mismo AMLO avala.

Ricardo Monreal. Es un político inescrutable, en seguridad como en todo lo demás. Como coordinador de los senadores morenistas no se ha distinguido por tener una posición precisamente dócil. Sospecho que a muchos, en el gobierno, en las Fuerzas Armadas, y al norte de la frontera, les preocupan los virajes que podría dar la política de seguridad en el improbable caso de que llegue a la Presidencia.

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