Edna Jaime

Tarde o temprano, un presidente se topa con Michoacán

Construir un Estado ha de ser una tarea de lo más compleja. Recuperar el monopolio de la violencia en un contexto de total fragmentación, un asunto por demás complejo que necesita de sabiduría.

La autora es directora de México Evalúa .

Habría que preguntarle pronto al Presidente de la República, en una de sus mañaneras, qué piensa hacer en Michoacán. Con la advertencia de que no puede evadir la pregunta y sugerir que el tema corresponde a las autoridades de la entidad. No tendría justificación para hacerlo: desde los primeros días de gobierno, el Presidente ha querido asumir casi por completo la responsabilidad en esta materia. Y cargará con todo el peso del fracaso si no tiene un buen planteamiento para sacar al país del problema en que está metido. No me atrevo a decir que se compone sólo de crimen y violencia porque, la verdad, esto es expresión de algo más profundo.

Michoacán es tierra minada. Desde inicios de este año hemos tenido avisos de que las cosas se están poniendo feas en ese territorio. Apenas en mayo, pobladores de La Huacana desarmaron y retuvieron a militares después de que dos habitantes de esa comunidad resultaran lesionados en un operativo militar. Un día después, integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación atacaron a la Policía Municipal de Zamora, matando a cuatro elementos y lesionando a ocho más. Y apenas la semana pasada, lo de Uruapan. Cadáveres colgando en vialidades concurridas de la ciudad. Nadie podrá decirse sorprendido si algo más fuerte estalla ahí.

Las respuestas a estos eventos parecen de una candidez supina. En los primeros eventos se enviaron elementos de las policías municipales y estatales. Y la Federación ya envío a cuatro mil elementos de la Guardia Nacional para que hagan presencia en las zonas en conflicto. Como si el despliegue de elementos de seguridad o de las Fuerzas Armadas pudieran arreglar la enorme fractura institucional que prevalece en algunas regiones de la entidad.

En estas zonas de Michoacán desde hace mucho tiempo se colapsó el Estado. Fue sustituido por grupos criminales, La Familia Michoacana, primero, y su evolución en Los Caballeros Templarios, después. Estos grupos tomaron funciones de autoridad: ejercieron el monopolio de la fuerza, la extracción de rentas, la adjudicación de contratos y más. Se atrevieron incluso a mediar en conflictos entre particulares e imponer códigos de conducta. No sustituyeron a la Iglesia, pero sí predicaban una 'doctrina'. Tanto poder los llevó al abuso y de ahí a lo insostenible. La aparición de grupos de autodefensas es la expresión de desesperación ante el abuso. El recurso de última instancia cuando no hay a quien acudir. Así se democratizó la violencia en Tierra Caliente y otras regiones de la entidad.

Romain Le Cour, analista en temas de seguridad con un enfoque cualitativo muy enriquecedor, elaboró en ese entonces un documento para México Evalúa que intitulamos 'Entender para atender, por una estrategia de Estado en Michoacán'. Lo valioso del estudio era la perspectiva de quien hizo trabajo en la región, se entrevistó con todos los bandos y retrató la complejidad de aquella realidad. En el documento se anticipaba que la intervención del entonces presidente Peña Nieto en Michoacán no alcanzaba a ser una estrategia, sino apenas una táctica, que se quedaba en la superficie de considerar el problema como uno de seguridad, cuando lo que urgía era entrar en las honduras de la reconstrucción institucional. No sólo de los cuerpos de seguridad sino de toda la red institucional que da carácter y razón de ser al Estado, en este caso en el nivel nuclear del municipio.

El 'Plan Michoacán, juntos lo vamos a lograr' descansaba en la figura de un comisionado del gobierno federal que, con la autoridad del Presidente, desplazó a las autoridades locales. ¡Qué error! Lo que se necesitaba era involucrarlas y fortalecerlas. El virrey, como se le llamó al comisionado, tuvo la pericia de desactivar lo más visible del conflicto. No llamó al desarme de los grupos sino a su incorporación en instituciones formales de seguridad. Así se creó la policía rural, que reclutó a grupos civiles armados. Sin filtros de selección. El repliegue del comisionado, junto con su equipo y sus buenas intenciones, dejó a la entidad en las mismas condiciones de precariedad institucional de siempre. Con grupos armados que habían dado una tregua, pero dispuestos a activarse a conveniencia.

Romain Le Cour argumenta en su texto que, en algunos casos, el movimiento de autodefensas se originó en movilización comunitaria genuina, que bien pudo haber sido fundamental en esfuerzos de reconstrucción institucional y social. No fue así. Nos quedamos en la superficie.

Construir Estado ha de ser una tarea de lo más compleja. Recuperar el monopolio de la violencia en un contexto de total fragmentación, un asunto por demás complejo que necesita de sabiduría. Qué ingenuidad pensar que el despliegue de cuatro mil elementos de la Guardia le dará a Michoacán lo que necesita. Le deseo lo mejor al Presidente que, al querer colocarse como el jefe máximo en este país, cargará con la responsabilidad de lo que suceda. Para bien o para mal.

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