Telón de Fondo

Educación para la desigualdad

La opacidad no es metáfora en el proceso de elaboración de los nuevos libros de texto, que ha sido reservado como material confidencial por cinco años. ¿Qué ocultan?

Sin duda hay por lo menos seis derechos fundamentales en los que se juega el futuro de una sociedad y en torno de los cuales podemos evaluar su presente: salud, seguridad, distribución del ingreso, justicia, democracia y EDUCACIÓN.

Derechos sobre los que cualquier Estado debería centrar sus prioridades. Además, en función del nivel de su desarrollo podemos evaluar el desempeño de un gobierno. Sin el pleno ejercicio comunitario de estos derechos el presente es pobre y el futuro insalubre, inseguro, injusto, autoritario y sumido en la ignorancia y por lo tanto, sin capacidad de respuesta a problemas crecientes.

El estado de estos derechos en México es sin duda altamente deficitario y eso conduce a la sociedad polar y desigual en la que vivimos. Para colmo, ahora se hace más que evidente lo que ya sabíamos, el lamentable atraso en uno de los más sensibles, la educación. Lo expongo así ya que la justicia social para que sea tal pasa por ahí, lo demás es demagogia.

Me explico, construir una sociedad más justa, de igualdad de oportunidades, implica construir un sólido sistema educativo y en particular un sistema de educación pública de calidad para que los que nacen en condiciones de pobreza adquieran las mejores herramientas para labrarse un futuro distinto al que sus circunstancias podrían condenarlos.

Si de justicia social se trata, de educación debemos hablar. Cuando la educación no es prioritaria o se confunde con adoctrinamiento no sólo se empeña el futuro, se aplaza la posibilidad de atender los grandes problemas nacionales, en particular la desigualdad social y se agudizan las tensiones sociales.

El tema de por sí es delicado y pieza clave para la sustentabilidad de cualquier sociedad, pero se complica más cuando la estrategia para abordarlo se centra en paradigmas ideológicos, se aleja de la ciencia y se oculta de la deliberación pública para sumirse en el mundo de las creencias, de la fe. Tratar así un tema crucial como este puede llevarnos a un pantano insondable, socialmente regresivo.

Las muestras al respecto están a la vista, escuchamos expresiones que pensaba pertenecían a un pasado muy remoto y de difícil retorno, la estigmatización de los buenos contra los malos en acusaciones de comunismo sólo nos llevará a oscurecer un debate necesario. Para colmo no falta quien sugiera arrancar las hojas de los libros como fórmula para resolver el problema. Triste panorama que lo que denota es una profunda ignorancia y una irresponsabilidad mayúscula.

Claro, hemos llegado hasta aquí en buena medida ya que el presidente de la República machaconamente ha insistido en pintar al país de buenos y malos, conservadores y liberales, mafiosos e impolutos. Pero además ha sido permisivo y en la opacidad ha dejado en manos de una secta la tarea de formación de las futuras generaciones. La secta, como cualquier otra, busca formar militantes, no ciudadanía, profesionales o científicos.

En esa tarea a la secta no le importa distorsionar el conocimiento científico, cometer errores en las más elementales operaciones aritméticas y destrozar las reglas básicas del lenguaje.

Lo de opacidad en este caso no es metáfora, el proceso de elaboración de los nuevos libros de texto ha sido reservado como material confidencial no disponible a los ojos públicos por CINCO AÑOS, perdón, pero ¿qué se oculta? Al parecer se esconde lo evidente, que no se siguieron, una vez más, las reglas previstas legalmente para una reforma de esta naturaleza.

Me cuesta trabajo encontrar decisiones de política pública que merezcan ser reservadas pero me parece impensable que en ese caso caiga alguna que tenga que ver con los propósitos educativos. Estamos hablando del conocimiento, su producción, exposición y transferencia, y eso no puede suceder más que de forma abierta de cara a toda la ciudadanía.

Pero por si fuera poco, como los iluminados redactores creen que la razón les asiste, no cuidaron ni la comunicación de las “buenas nuevas” y ahora el presidente sale al quite con una nueva ocurrencia —como la superfarmacia— y pretende que en catorce horas, dos horas diarias durante dos semanas, se expongan los fundamentos de los nuevos libros y ofrece que si hay errores se corrijan. Así la seriedad con la que se toma el tema educativo.

Como lo han confesado, la elaboración de los nuevos libros llevó años, y no podría ser de otra manera, aun cuando no se haya hecho debatiendo. Ahora nos dicen que en catorce horas el problema se resolverá, seamos serios. Además, sabemos que los 170 millones de libros de texto necesarios para el ciclo escolar que está por iniciar ya están impresos y en proceso de distribución…

Mientras nosotros estamos en estas disquisiciones ideológicas, otros países rediseñan sus procesos educativos pensando en el futuro y volviendo a lo básico: aritmética; lectura; idiomas y culturas; reglas de convivencia social y medio ambiental; y herramientas tecnológicas. Con ello formarán mujeres y hombres libres, capaces de discernir por ellos mismos sin que nadie los lleve de la mano hasta el fin de sus vidas, para decidir sobre la ideología, religión o afiliación política que les convenza.

Allá ellos dirán estos nuevos redactores, aquí seguiremos felices postergando la justicia social que vendimos como lema de campaña en época de elecciones.

Y todo lo anterior, ¿qué tiene que ver con quien tiene los recursos para colocar a sus hijos en la mejor escuela particular cercana a sus posibilidades económicas? Malas noticias, todos compartimos el mismo espacio, MÉXICO.

POSDATA: Una cosa hay que reconocerle a López Obrador, su consistencia frente al marco legal, la consideración ante el Poder Judicial y ante cualquier autoridad que, según él, emite sentencias u opiniones contra sus dictados. Es consistentemente sistemático en descalificaciones, viola la ley y desacata.

El autor es exsecretario ejecutivo del Instituto Nacional Electoral (INE).

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