David Calderon

Responsabilidad

La pandemia del Covid-19 nos muestra la dimensión del sistema educativo nacional y nos revelan cómo respondemos a lo imprevisto.

Responsabilidad es la capacidad de responder. La vida presenta tareas previstas, las que corresponden a la vida diaria, a las funciones que uno toma o para las que fue designado en la comunidad. Y hay también tareas imprevistas, las de eventos nuevos, poco comunes, improbables… pero reales. Nos crecemos o nos achicamos ante el reto que nos presenta el imprevisto. Pero como decía el clásico: hay que siempre prever que habrá imprevistos.

La pandemia del Covid-19, como antes el terremoto, los disparos en escuelas o la tragedia de Fátima, nos muestran la dimensión del sistema educativo nacional. Los datos de cobertura y los de aprovechamiento en pruebas estandarizadas nos dicen cómo respondemos a lo previsto. Las emergencias nos revelan cómo respondemos a lo imprevisto.

La respuesta hasta ahora ha sido inadecuada e incompleta. Fue un enorme paso adelante reconocer que no bastaba saludo sin abrazo y lavado de manos, y que entramos de lleno a los riesgos de despunte masivo de casos. Así, se determinó el sábado que se suspendían clases desde el 23 de marzo hasta el 17 de abril, tras la reunión del Consejo Nacional de Autoridades Educativas y con una rueda de prensa de Moctezuma y López-Gatell. El lunes apareció en el Diario Oficial de la Federación el Acuerdo 02/03/20 que confirma el periodo de cuatro semanas para el cierre de las escuelas del país. Mantener cuatro días más de clases, durante esta semana, no ha sido adecuado, pues la desorganización y precariedad del sistema escolar no permiten establecer un filtro sanitario efectivo, concretar la 'sana distancia' o facilitar la transición para el aprendizaje remoto.

El filtro sanitario convocó a las previamente inexistentes comisiones de salud, confluencia de familias y docentes, para que atajaran los casos de estudiantes que traigan algún signo ligado al padecimiento. No sólo no hay gel sanitizante o jabón para lavarse las manos que se distribuyera en todo el país y con criterios de equidad; le tocó, por enésima vez, a madres, padres y maestros subsidiar a los gobiernos y asumir una tarea sin instrucciones precisas de cómo hacerlo, ni tampoco implicaciones claras.

La "Carta de Corresponsabilidad" se leyó amenazante. Saber si uno vio o da fe de la ausencia de signos no tiene mucha confiabilidad en la práctica; genera temor a la sanción y a la vez inquietud –e inequidad– por las alternativas ausentes. El mensaje es: "no traigas a tu hija o hijo, pero no hay garantía de que haya servicios y personal para su atención". El retraso y confusión a la entrada, el martes de esta semana, desmintió toda 'sana distancia'. Pero tampoco los salones de la escuela pública mexicana lo permiten. ¿Un metro entre persona y persona? ¿Con el tamaño de salones y los mesabancos que tenemos? ¿En la bola a la entrada y la salida? ¿Deben entrar las maestras a cada corrillo en el recreo para marcar la distancia reglamentaria, como árbitros? El ausentismo les pegó a las escuelas en Ciudad de México, Sinaloa y un largo etcétera, pues las familias prefirieron no llevar a sus hijos al contacto presencial.

Algunos estados –Jalisco, Guanajuato, Yucatán y Nuevo León, seguidos por Tlaxcala, Tamaulipas, Querétaro, Michoacán y Veracruz– suspendieron ya el 17 de marzo las clases. ¿Y con quién se están quedando niñas y niños? La falta de visión realista y planeación también afecta esta decisión, pues no se ha acordado ninguna articulación para el cuidado de los adultos a cargo de los niños en 'distanciamiento voluntario'.

Puede evitarse una, el contagio masivo en la escuela, para propiciarse otra: está demostrado que los más pequeños pueden ser los transmisores más asintomáticos y a la vez más virulentos -nunca mejor dicho- para la epidemia, mientras que los adultos mayores son el grupo de población más propenso a los cuadros graves y eventualmente fatales de la enfermedad. "Deja a los niños con la abuela", como respuesta social espontánea y multiplicada por cientos de miles, es armar una bomba de tiempo.

Sigue sin resolverse qué papel jugarán los maestros; ni en dónde se sigue el criterio federal, que mantiene aún los planteles abiertos, ni en los estados que anticiparon los cierres, hay directrices claras de lo qué les toca hacer a los educadores. La suspensión no serán cuatro semanas de vacaciones como tales, pues la idea es precisamente estar guardados en casa, no paseando. Sin una enorme batería de actividades de indagación, lecturas, juegos y materiales apropiados, la alternativa de la televisión promete aburrimiento y fastidio. Las opciones digitales son buenos deseos en un país de conectividad mala y cara, con una asimetría enorme de información.

En fin, estamos al borde de consecuencias muy negativas para los niños, que cuidando su salud vean comprometido su bienestar, sujetos a estar solos sin supervisión, con negligencia o maltrato. No puede ser alternativa, disyuntiva: o salud, o educación. Tiene que ser conjuntiva, armonización: salud y educación. Y ahí todos tenemos responsabilidad. Exijamos a la autoridad soluciones completas, no medidas vistosas pero que no se implementan porque naufragan en la pobreza de los centros escolares a los que se pide demasiado. O con madres, padres y maestros que sustituyen a los ausentes equipos de salud preventiva. O con los cuidadores principales que se ven el dilema de conservar su trabajo o atender a sus hijos. Responsabilidad es armar una fuerza de tarea con Hacienda, Trabajo, Economía y las cúpulas empresariales que permita el pago de licencias para estar esas al menos dos semanas adicionales con los hijos, y que las empresas no quiebren. Es Educación con soluciones digitales ya como parte integral de la escuela, y no un lujo para pocos en época de crisis. Va para largo, respondamos.

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