David Calderon

Plan mocho

David Calderón indica que el Plan Nacional de Desarrollo aprobado en días pasados por la Cámara de Diputados no trae indicadores, metas ni estrategias detalladas.

Simplificando, hay tres opciones para llevar adelante la coordinación de la vida social en una nación: la planeación central, con la dominancia tajante del Estado; la planeación/previsión, con la dominancia irrestricta del Mercado (de los mercados, en realidad); la planeación democrática, que es realista, participativa, fundada en los derechos humanos y con la rectoría del Estado que rinde cuentas.

La primera tiene su paradigma en la economía centralmente planificada de los soviéticos. Por supuesto, los "revolucionarios" que marcaron prioridades, metas y procesos, y pretendieron imponer desde arriba sus "planes quinquenales" -los abuelitos de nuestro "Plan Sexenal", del cual lo mejor que hoy se puede decir es que sirve de nombre para un centro deportivo- fracasaron estrepitosamente. La realidad no siguió el destino histórico que se imaginaron (aunque dialécticos en el discurso, eran lineales en el pensamiento), y su enorme burocracia hizo más caro el caldo que las albóndigas.

La segunda es una fantasía de los liberales derechistas, confiados en que la competencia se autoregula y que los planes trimestrales tienen como indicadores clave las divisas, los "commodities", el consumo y el crédito; aunque dicen que no se necesita planificar sino decidir en coyuntura, pagan millonadas a los estrategas que recomiendan la depredación y la usura como mecanismo de avance social. Del Estado les gusta los ejércitos y policías multitudinarias y uniformadas, pero cuando fallan sus empresas y sus bolsas, también estrepitosamente, el rescate viene de los bienes del Estado –al que querían dejar mínimo y desregulador- y de los bajos sueldos y los impuestos al consumo de la base trabajadora.

El tercero sólo existe en la convicción; por momentos se hace realidad en provincias de Canadá, en la fría Estonia o en la austral Nueva Zelanda, pero también en ciudades de Colombia y en momentos de oro de repúblicas africanas. Lo que ocurre en México es que hay toda clase de formas, etapas y reajustes en las cuales se mezclan e hibridizan estos "tipos ideales". A veces tenemos lo peor de los tres focos: el Plan maestro, hecho de consignas ideológicas y programas masivos, mezclado luego con la improvisación para ajustarse a los mercados a salto de mata y aderezado con el ritual de consultas larguísimas con los "sectores relevantes", consultas que se empapelan y no dan paso a la participación permanente, especialmente en el monitoreo, la auditoría social y la focalización con resultados.

En días pasados se aprobó por la Cámara de Diputados el Plan Nacional de Desarrollo, pero no en la versión íntegra, de 228 páginas, que se presentó el 30 de abril en el curso del día (http://gaceta.diputados.gob.mx/PDF/64/2019/abr/20190430-XVIII-1.pdf), sino el "Plan mocho" de 63 páginas, con acuse de recibido de las 22:37 horas, de ese mismo día (http://gaceta.diputados.gob.mx/PDF/64/2019/abr/20190430-XVIII.pdf). Desde diversos ángulos, como las organizaciones agrupadas en el Pacto por la Primera Infancia, reclamamos que la participación social en la planeación se hiciera efectiva, pero la votación del 26 de junio consignó como aprobado el segundo documento, que no trae indicadores, metas ni estrategias detalladas. La versión que será normativa no es aún conocida, pues no se ha publicado en el Diario Oficial de la Federación.

Lo que se abre es una segunda fase, y por ello una oportunidad. El Plan Nacional de Desarrollo debe dar paso a Estrategias Nacionales, Programas Especiales y Programas Coordinadores. Suena complejo, y lo es. Pero vale la pena el esfuerzo de aportar en la siguiente etapa, porque las atribuciones de los funcionarios, las obligaciones de coordinación entre secretarías y órdenes de gobierno (federal, de las entidades, municipal), los correspondientes sistemas de información y monitoreo, y por supuesto la presupuestación, el reporte de ejercicio y la rendición de cuentas se aterrizan en las columnas de ese marco.

Para hacer efectiva la garantía del Estado que corresponde al derecho de niñas y niños, de adolescentes y jóvenes, no bastan los anuncios de avances, el "ya pusimos en marcha…" ni tampoco la numeralia sin contexto "ya llevamos X millones ejercidos", o "ya entregamos tantos miles de…". Porque para saber si es un avance real, necesitamos saber dónde estábamos, la línea de base, y a dónde nos propusimos llegar. Y saber de cierto, sin inventar "otros datos", si con las acciones implementadas se produce aquello que pretendíamos como sociedad, por la agencia de nuestro gobierno y en el marco de las leyes.

Siempre se necesita ánimo y propósito, pero no basta. No alcanza con un plan que es inspirador, pero mocho. Hay arengas buenas, que electrizan a la multitud. Pero además la generación joven necesita realidades; algo no improvisado, sólido, con certezas. Hay que completar la planeación mocha. Mucho análisis da parálisis, pero mucho arrojo sin tino atropella a quienes se quería defender. Tenemos el reto de la persistencia: sigamos intentando la planeación democrática.

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