Rotoscopio

'Veep': los patanes de la política

La serie dejó de abordar a sus personajes como seres humanos y eso socava el mensaje que el 'show' intenta filtrar entre los apodos, las agresiones y las burlas.

Olvídense de Game of Thrones, Breaking Bad y The Sopranos: si le quitamos el humor negro, el interminable volibol de insultos, Veep tiene los personajes más detestables en la televisión. Cersei Lannister quería a sus hijos, Walter White era un químico genial, Tony Soprano al menos intentaba ser mejor persona, pero Selina Meyer, interpretada por la extraordinaria Julia Louis-Dreyfus, no tiene una sola cualidad que la redima. Es una mala madre, incompetente en lo profesional, injusta con quien le es leal, ambiciosa, obsesiva y torpe.

El arco de Selina y los patanes que la acompañan no es distinto al de los personajes de Seinfeld, una serie cuyo lema, tras bambalinas, siempre fue "nada de abrazos y nada de aprendizaje". Los politiquillos de Veep tampoco cambian, ni intentan superar sus deficiencias. En el show no hay ni un rayo de luz. Y, aunque su aspereza es loable, la falta de claroscuros le resta hondura a la serie.

Hay una excepción. Embarazada, Amy Brookheimer (Anna Chlumsky), el abnegado brazo derecho de Selina, se debate entre seguir en la política o abandonarla en aras de crear una familia. Este arco cala, no sólo por la frustración que transmite Chlumsky, sino porque Brookheimer es el único personaje de carne y hueso.

El elenco de Veep es tan abyecto que resulta unidimensional. Los actores mismos –pienso en Louis-Dreyfus– parecen querer salirse de los cotos del guión para mostrar atisbos de dolor y humanidad que el papel les niega. La impresión, no obstante, es la de estar frente a autómatas, con un ingenio inagotable para el insulto, algunas características tópicas (el promiscuo, el menso, el nerd, el alcohólico), pero sin matices. Y eso redunda en problemas, sobre todo cuando el desenlace abandona la árida comedia de Armando Iannucci para rozar la tragedia.

El final es difuso: una retahíla de saltos en el tiempo que pretenden poner en evidencia los costos de la ambición desmedida, con los actores caracterizados como si estuvieran en una comedia de Adam Sandler, en la que los chistoretes no se trenzan con el tono más dramático al que Veep parece favorecer durante sus últimos minutos.

A cargo de David Mandel, el sucesor de Iannucci, la serie dejó de abordar a sus personajes como seres humanos. Y eso socava el mensaje que el show intenta filtrar entre los apodos, las agresiones y las burlas.

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