Rotoscopio

'The Favourite': la lealtad y la crítica

En esta cinta, Yorgos Lanthimos logra, con eficacia, hacer malabares con el humor negro, las situaciones casi absurdas y los instantes sorpresivamente grotescos.

The Favourite, dirigida por Yorgos Lanthimos, tarda en cuajar. En un inicio se plantea sólo como una competencia entre Sarah (Rachel Weisz), la experimentada consejera de la reina Anne (Olivia Colman), y Abigail (Emma Stone), la nueva sirvienta del castillo, una aristócrata venida a menos.

Lanthimos –que antes dirigió Dogtooth y The Lobster, hasta ahora su mejor película– logra, con eficacia, hacer malabares con el humor negro, las situaciones casi absurdas y los instantes sorpresivamente grotescos, pero eso no impide que durante la primera hora The Favourite sea mucho ruido y pocas nueces: un esfuerzo de primer nivel, impecable en todos sentidos, para narrar una retahíla de patéticas vengancitas. Tal como hizo en The Lobster, no obstante, Lanthimos utiliza el desenlace para ampliar el lienzo, convirtiendo a The Favourite en un proyecto más complejo de lo que en un inicio parece ser.

Aunque Colman fue quien se llevó la estatuilla en la pasada ceremonia del Oscar, la película le pertenece a Stone, que pasa de limpiar pisos a aconsejar a la reina. Su mirada –lo que registra, lo que comprende, lo que la asombra– es el hilo conductor: no hay otra actriz joven en Estados Unidos cuyos ojos parezcan decir más, o absorber más, que los suyos. Abigail entiende que la ruta más rápida para ganarse el corazón de la reina es a través de la zalamería, el camino opuesto que toma Sarah, una mujer recia, crítica implacable de su soberana, interesada no en sí misma sino en el rumbo de Inglaterra.

Es ahí, en las diferencias entre Sarah y Abigail, que Lanthimos halla un discurso que va más allá de la competencia entre ambas; un discurso pertinente y aplicable a nuestra realidad. Aferrada a su estrategia neutra, Abigail empieza a vencer a Sarah e inmediatamente la nación sufre las consecuencias. El personaje de Stone quizá sea más encantador, pero también es nocivo, mientras que Sarah –por más ruda que sea– quiere a la reina y vela por los intereses de su patria. El final es trágico en tanto que revela el daño que provoca la asesoría lisonjera. Lanthimos reconoce que la lealtad no está peleada con las objeciones razonadas, sino todo lo contrario: frente al poder, uno puede ser leal y crítico al mismo tiempo.

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