Rotoscopio

'Suspiria': refritos con relleno

Hay mucho que disfrutar -o padecer- en esta Suspiria, tanto que es imposible no preguntarse qué portento habría sido todo esto en manos de un editor inclemente, afirma Daniel Krauze.

Muchos de los mejores remakes toman una premisa y, en vez de calcarla, la voltean de cabeza o la abordan por ángulos distintos. Pienso en la versión que David Cronenberg hiciera en 1986 de The Fly, originalmente estrenada en 1958 y basada en un cuento de George Langelaan. Cronenberg tomó la idea inicial –un experimento fallido en el que un hombre accidentalmente mezcla su ADN con el de una mosca– y le dio hondura: su refrito es un trágico triángulo amoroso que se ha interpretado como una alegoría de las enfermedades terminales. Aquel remake funciona porque no repite una fórmula, porque intenta cosas nuevas. Y eso también hace la nueva Suspiria, dirigida por Luca Guadagnino, cuya premisa viene de la película homónima dirigida por Dario Argento. Esta versión reviste la historia con subtextos políticos, sustituyendo el horror escarlata de Argento con una atmósfera sombría, de exteriores nevados y grises, e interiores parcos y sepia. Guadagnino reinventa Suspiria, de eso no cabe duda. Y, sin embargo, le hubiera caído bien mantener ciertas virtudes de la original.

En 1977, Susie Bannion (Dakota Johnson) llega a Berlín y se dirige a una academia de baile para hacer una audición. Aceptada de inmediato por la maestra Blanc (Tilda Swinton), Susie se queda y al día siguiente consigue el protagónico en la danza principal de la temporada. Sin que ella lo sepa, otras compañeras suyas empiezan a percatarse de que la escuela es, en realidad, una asamblea de brujas. Los horrores que se llevan a cabo ahí dentro –muchos de ellos espeluznantes, en particular un asesinato en un cuarto de espejos– se mezclan con la historia de Josef Klemperer (también Swinton), un terapeuta con un pasado turbio, atado al régimen nazi y a diversos sucesos de aquella década.

Es difícil entender qué tiene que ver el secuestro de un avión de Lufthansa con lo que ocurre entre las brujas, el pasado de Klemperer con el de la escuela. Asumo que el contexto político es importante dada la cantidad de veces que escuchamos cortes informativos, pero el guion nunca vincula de forma orgánica estos hechos ajenos con la trama central. Supongo que un espectador con ánimos interpretativos quizás dé con un par de sabrosas teorías. A mí no me interesó desempolvar los libros de historia y decodificar la narrativa, en gran medida porque la película misma parece no tener ideas concretas sobre su contexto social y político.

Es una pena que Guadagnino use tanto relleno porque el horror –franco, sin ínfulas catedráticas– le sale notablemente bien. Hay mucho que disfrutar (o padecer) en esta Suspiria, tanto que es imposible no preguntarse qué portento habría sido todo esto en manos de un editor inclemente. Quizá podría haberse parecido más a la versión de Argento, un cuento de hadas macabro y compacto. En el caso de este remake, apegarse al material original hubiera sido un acierto.

COLUMNAS ANTERIORES

'Once Upon a Time in Hollywood': cine sobre cine
'Mindhunter': una segunda temporada desigual

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.