Hace unos años, Ethan Hawke empezó a sufrir de pánico escénico. Poco importaba que, desde mediados de los ochenta, Hawke hubiera protagonizado una enorme variedad de películas y obras de teatro, muchas de ellas extraordinarias. Lo plagaban dudas. No encontraba un motivo para seguir actuando después de treinta años de carrera. Una noche, sin embargo, lo sentaron en una cena junto a Seymour Bernstein, un pianista de primerísimo nivel que decidió retirarse de los escenarios a los cincuenta años para dedicarse a dar clases desde la comodidad de su departamento en Nueva York. Esa charla convenció a Hawke de dirigir un documental centrado en la vida, pero sobre todo en el oficio de Bernstein, una suerte de ermitaño que, si bien lleva años sin tocar en público, aún considera a la música como la pieza central de sus días, tardes y noches. A través de él, Hawke intenta reencontrar un vínculo con su propio trabajo.
El resultado es Seymour: An Introduction, un documental que, como el propio Bernstein, parece tener ambiciones modestas cuando en realidad oculta vericuetos y profundidades fascinantes. Hawke no ensambla la película de forma cronológica, más bien yendo y viniendo del presente al pasado a través de entrevistas con Bernstein y conversaciones que el pianista sostiene a cámara con alumnos, críticos de arte y colegas. Cada anécdota y escena dibujan el retrato de un hombre que, pese a estar enamorado de la música desde que tuvo uso de razón, nunca se interesó en lucrar con su trabajo ni mucho menos en volverse famoso. Eso no significa que Bernstein haya dejado de tocar: simplemente abandonó su carrera para componer sus piezas, afinar su técnica y compartir su conocimiento con pianistas más jóvenes. Lo que en un inicio da la impresión de ser un documental sobre una vida trunca, un profesional que nunca llegó a su máximo potencial, poco a poco se revela como una película que pone en entredicho las nociones contemporáneas del éxito. Bernstein tiene prestigio, pero no fama; es sabio, pero no rico. En ningún momento, sin embargo, parece sentirse frustrado con el camino que eligió, sino todo lo contrario. Ya sea dando clases, revisando pianos nuevos o demostrando cómo toca una pieza en específico, Bernstein irradia alegría y entusiasmo.
Si bien el aliciente para el documental fue una duda personal, Hawke jamás le roba aire a Bernstein, ni usa la cámara para llegar a conclusiones, permitiendo que el espectador sustraiga lo que pueda de una vida tan peculiar como la de este pianista. Seymour: An Introduction sugiere que el oficio se depura en privado, que la satisfacción deriva de un compromiso íntimo con nuestro propio trabajo. Lo demás son beneficios colaterales, distracciones, ruido. Quizás todos deberíamos aspirar a ser un poquito más como Seymour Bernstein.