Rotoscopio

'Rocketman': estridente y entrañable

A la película sólo le falta romper la cuarta pared y explicarle al espectador, con peras y manzanas, el conflicto interior de su protagonista.

La mayor virtud de Rocketman, dirigida por Dexter Fletcher, es su honestidad. Aunque adornados por fastuosos números musicales y embellecidos por una foto de dulcería, este biopic sobre Elton John aborda temas espinosos –drogas, sexo, adicciones, depresión– que otros, como Bohemian Rhapsody, tocaron con pinzas. Rocketman da la impresión de ser una película biográfica que tuvo acceso irrestricto al hombre del que habla. Y eso se agradece.

También se agradece el vigor de la producción y el compromiso de muchos de los actores. En el papel principal, Taron Egerton derrama tanto entusiasmo que es fácil perdonar cuán inconsistente es su interpretación: su Elton John es afeminado un segundo, frágil después y luego adopta una autoridad que diluye la supuesta inseguridad del personaje. Sería coherente que este cambio lo propiciara el escenario, un espacio donde John se transforma, pero Egerton a veces fluctúa en la misma escena, esté o no cantando. Sin embargo, el joven actor transmite hambre y es una presencia magnética en pantalla.

El diseño de producción –con frecuencia onírico y multicolor– deleita, incluso a pesar de sus excesos. Rocketman, como su actor principal, es vibrante: siempre en movimiento, siempre con el volumen a tope. La cinta quiere gustar a toda costa. Y eso me resultó entrañable.

Sin embargo, la estridencia tiene víctimas colaterales, y la primera es la sutileza. A Rocketman sólo le falta romper la cuarta pared y explicarle al espectador, con peras y manzanas, el conflicto interior de su protagonista (en serio: es el único recurso que la película no emplea para subrayar su drama de fondo). Tanto hincapié en la soledad de Elton, en su necesidad de ser amado, empieza a provocar sospecha: los diálogos enfatizan lo que la acción rara vez muestra. El ruido, el color y la música se vuelven maquillaje, disfraz, como los que tanto le gustaban al propio John. Cuando no hay mucho que decir, lo único que queda es subir el volumen y escuchar la música.

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