Rotoscopio

'High Flying Bird': Soderbergh vuela alto

En su más reciente película, tanto Steven Soderbergh como su extraordinario guionista Tarell Alvin McCraney jamás permiten que el discurso entorpezca la acción, escribe Daniel Krauze.

El apetito de Steven Soderbergh es más variado que el de ningún otro cineasta. Ni siquiera el otro famoso Steven puede competir en diversidad con la obra de Soderbergh, quien no solo ha incursionado en muchísimos géneros, sino cuyo estilo ha mutado de forma asombrosa a lo largo de los años. Desde que dirigió y fotografió The Knick –inclemente serie sobre un doctor adicto a principios del siglo XX en Nueva York– Soderbergh ha filmado sobre todo con un iPhone, pero eso no implica que su cine haya perdido un ápice de sofisticación. High Flying Bird, su más reciente película, está centrada en Ray Burke (André Holland), un agente deportivo que, harto de depender de un sistema injusto, genera nuevas oportunidades económicas para su mejor cliente, el basquetbolista Erick Scott (Melvin Gregg). Lo que en un principio parece solo una entretenida historia al estilo Jerry Maguire poco a poco revela honduras ocultas.

High Flying Bird utiliza el basquetbol –un deporte practicado en Estados Unidos principalmente por afroamericanos– para hablar sobre la apropiación cultural, el racismo soterrado de corporaciones como la NBA y el empoderamiento de las minorías que solo ocurre cuando se confronta al sistema hegemónico. Me imagino que suena como un paquete pesado para una breve película sobre un basquetbolista y su agente, pero les aseguro que tanto Soderbergh como su extraordinario guionista Tarell Alvin McCraney (también responsable de Moonlight, aunque esta es mejor) jamás permiten que el discurso entorpezca la acción. High Flying Bird tiene mucho que decir, pero eso no le resta velocidad. Es, en ese sentido, el opuesto de BlacKkKlansman, donde el mensaje termina por secuestrar a la narrativa.

Si bien al inicio el plan de Ray es complicado de seguir, los últimos veinte minutos atan los cabos sueltos con elegancia. No obstante, incluso cuando no comprendemos qué está queriendo hacer el agente, los diálogos de McCraney rinden escenas cargadas de un potente lirismo, a la altura del teatro de Suzan-Lori Parks, cuyo oído para el diálogo coloquial jamás sacrifica sofisticación.

Lo más sorprendente, sin embargo, es que High Flying Bird haya venido de Soderbergh. O quizás me equivoco y eso es lo menos sorprendente. No hay género o película que el gran director estadounidense no sepa cómo abordar.

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