Rotoscopio

'Genius', entre la picardía y la obviedad

Las figuras centrales (Einstein y Picasso) de la primera y segunda temporada de la serie de National Geographic son padres lejanos y amantes egoístas.

Genius, la antología biográfica de National Geographic que cada temporada aborda a un genio distinto, no es particularmente sutil. Su opinión sobre la genialidad, como bendición, responsabilidad y lastre, es más o menos lo que uno esperaría de una serie producida por Ron Howard, el director de A Beautiful Mind. Einstein y Picasso, las figuras centrales de la primera y segunda temporadas respectivamente, son padres lejanos y amantes egoístas, dispuestos a sacrificar todo por lograr el éxito y obtener el reconocimiento de sus pares. Ambos se oponen a injusticias globales –la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil española– pero les importan poco las injusticias que ellos cometen en la intimidad. La serie, no obstante, los admira tanto que apenas deja espacio para criticar sus facetas negativas.

En el caso de Einstein, este desliz no acarreaba mayor problema, sobre todo gracias a las actuaciones de Johnny Flynn y Geoffrey Rush, como el joven y el viejo Einstein. Ambos les inyectaron una buena dosis de picardía a sus personajes, colocando un contrapeso necesario a la solemnidad de un guion que insistía en el valor de pensar diferente, como eventualmente diría la famosa campaña de Apple con el rostro de Albert Einstein en ella.

El conflicto central de la serie –cómo el celo profesional de estos superdotados ahuyenta a quienes más los quieren– queda establecido cuando vemos cómo Einstein disfruta su trabajo. Las sutilezas que el guion no consigue están en el entusiasmo con el que Flynn y Rush hablan de la teoría de la relatividad y contemplan sus ecuaciones en el pizarrón. Sólo necesitamos observar su mirada para entender que nada en la vida les apasiona más que su oficio.

La segunda temporada, sin embargo, deja este acierto fuera del lienzo. Tal y como lo interpretan Alex Rich y Antonio Banderas, Pablo Picasso es un tipo torturado por su arte, al que entiende como una suerte de maldición divina. El brinco de un genio alegre a uno sombrío podría rendir variaciones interesantes entre la primera y la segunda temporadas. Por desgracia, lo que resulta es el retrato de un hombre que desprecia a su familia en aras de un trabajo que parece padecer. A diferencia de Einstein, el afán artístico de Picasso no es contagioso. Tampoco ayuda que, para ahorrarse problemas, la cámara apenas nos muestre a Rich y a Banderas dibujando, más bien optando por tomas repetitivas en las que los vemos mover el pincel, con rostro de concentración febril (de nuevo: no es sutil). Es una pena que una serie que busca ahondar en la naturaleza de la genialidad acabe enganchando por motivos más bien superficiales: sus sets, sus locaciones. Picasso, un hombre complicadísimo, pero también un artista de insondables complejidades, no estaría orgulloso.

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