Rotoscopio

El final de 'Game of Thrones' quedó a deber

Me causa escozor pensar que una serie existe con el mero propósito de satisfacernos como una hamburguesa, escribe Daniel Krauze.

Para muchos, el desenlace de Game of Thrones fue la crónica de una desilusión anunciada. En efecto: era difícil que el último episodio acabara los arcos de sus personajes de maneras sorprendentes. Digo sorprendente y no satisfactorio porque me causa escozor pensar que una serie existe con el mero propósito de satisfacernos como una hamburguesa. Mi impresión, además, es que el desenlace de GoT fue decepcionante precisamente porque intentó satisfacer, reconfortar, exprimir lagrimales, en vez de apostar por un punto final más ambiguo, menos fácil de desbrozar y digerir.

A falta de libros de George R. R. Martin como hoja de ruta, los creadores de la serie se inspiraron en otras historias de fantasía. Varias secuencias de estos últimos capítulos me remitieron a The Lord of the Rings. Los paralelos entre la batalla de Winterfell y la de Helm's Deep son clarísimos, y los últimos cuarenta minutos del episodio final tienen mucho del largo y sacarino epílogo de la trilogía de Peter Jackson. Ambos desenlaces, además, incluyen el exilio de nuestro héroe y un viaje hacia el misterioso "Oeste", por no hablar de un objeto metálico –el símbolo del poder corruptor– que acaba fundido. No obstante, a pesar de las similitudes tópicas entre ambas sagas, es un desatino que los escritores de GoT hayan intentado calcar elementos de The Lord of the Rings, empezando porque son historias diametralmente opuestas en forma y fondo. Salvo muy contadas excepciones, en el mundo de Tolkien los humanos son corruptibles, sí, pero también nobles y valientes y leales a su causa. La maldad está afuera, encarnada en la otredad de los orcos. Exceptuando al Night King y su ejército, en GoT la maldad habita dentro de los seres humanos, quienes se traicionan y aniquilan entre sí. Imponerle un final tolkieniano a GoT es un error de cálculo: ambos cuentos miran a la humanidad con ojos muy distintos.

Por eso me resultó extraño ver en GoT escenas parecidas al Consejo de Elrond, donde distintas facciones llegan a una decisión unánime en el transcurso de una charla. El desenlace de GoT fue discordante consigo mismo y con las características que, durante casi diez años, hicieron de la serie un espectáculo impredecible, divertido y por momentos fascinante. Hacia el último trecho, los personajes no se comportaban como ellos mismos ni su universo operaba con los códigos establecidos desde la primera temporada.

La desilusión de buena parte de los televidentes no es gratuita. Al final, Game of Thrones se pareció a muchas cosas, menos a Game of Thrones.

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