Rotoscopio

El cine californiano de Paul Thomas Anderson

   

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Con cada película que suma a su filmografía, Paul Thomas Anderson se vuelve un cineasta más elusivo. Justamente por eso, The Master, There Will Be Blood e Inherent Vice implican retos de interpretación muy interesantes. Arriesgo una teoría: aunque diversa, su obra dibuja un mapa de California.

Desde principios del siglo XX en There Will Be Blood hasta finales de los 90 en Magnolia, el cine de Anderson es un atlas religioso –The Master aborda la Cienciología, esa religión hollywoodense– y también social: la visión de horizontes épicos en Inherent Vice abarca la cultura hippie de los sesenta, el desplazamiento de minorías, la segregación racial, el arribo del New Age, el L.A. noir y Charles Manson, entre otros muchos asuntos. Pero ningún mapa de California –epicentro del oro, la tierra de la oportunidad dentro de la tierra de la oportunidad– estaría completo sin el factor del dinero. Anderson registra la llegada del capitalismo rapaz en There Will Be Blood, observa a la fe hincharse de lana en The Master y, finalmente, habla de la industria del entretenimiento, el gran producto angelino, en el porno de Boogie Nights, los concursos televisivos de Magnolia y los programas idiotas que aparecen en Inherent Vice.

Desde San Francisco hasta los páramos petroleros al sur del estado, pasando por el Valle de San Fernando (donde Anderson nació y aún vive), su cine es intensamente local. La variedad de temas, décadas, intereses y hasta géneros retrata las diversas facetas que han compuesto y todavía componen ese universo que es California.

En una larga y agradable entrevista con Marc Maron, Anderson declaró que su intención es abordar "el fin de la inocencia", expresión que corresponde a Boogie Nights e Inherent Vice, dos cintas hermanas: la primera ocurre en el margen entre los 70 y 80, la segunda justo una década antes. Inherent Vice registra los estertores del verano del amor –los hippies, el LSD y las flores en el pelo– frente a una serie de amenazas: la cultura yonqui desbordada, los estragos de Vietnam, el creciente culto a la imagen y una fuerza policial representada como un grupo de mensos sacamocos y detectives primates. Quizás la mayor amenaza es el capitalismo corporativo detrás del telón, que se apoderaría de Estados Unidos en la década de los 80, auspiciado por un presidente que en 1970, cuando ocurre la película, gobernaba California: Ronald Reagan. En Inherent Vice la palabra hippie siempre viene adjetivada. Los hippies son pequeños o sucios, sus ideas son idiotas o anacrónicas. La personificación del "amor y la paz" se ha vuelto una burla.

Inherent Vice comparte temas con otras obras sobre la desilusión californiana. Pienso, por ejemplo, en Slouching Towards Bethlehem, de Joan Didion, que también retrata la agonía del verano del amor a través de un grupo de hippies cuyas vidas han sido arrasadas por el ácido. Es difícil no recordar Chinatown: al igual que Doc Sportello (Joaquin Phoenix), Jake Gittes (Jack Nicholson) es un detective privado batallando contra una corporación siniestra a la que no podrá desmantelar.

El cine de Anderson toma prestada y expande la sentencia con la que culmina esa obra maestra de Polanski. There Will Be Blood y The Master no tienen finales felices. Inherent Vice tiene dos oportunidades para acabar en un punto luminoso, pero lo deja ir. Lo siento, Doc. Esto es California.

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