Opinión

Comercio, inversión y crecimiento

Mario Rodarte

Es común leer en los libros de texto que un requisito para crecer y generar empleo es invertir. También se puede leer que cuando una economía se abre al comercio internacional, cambia la estructura de precios relativos dentro de la economía, al aparecer productos importados sin arancel, que compiten con los productos poco competitivos locales, que al no tener competencia carecen de incentivos para modernizarlos, o buscar producirlos con métodos más eficientes y baratos. En México vivimos el proceso de apertura comercial, primero con una reducción unilateral de aranceles, que se decidió cuando firmamos el acuerdo de adhesión al GATT, hoy OMC, lo que significó un duro golpe para muchos que estaban acostumbrados a embolsarse utilidades sin sudar por ellas, casi sin trabajar y simplemente manteniendo constante las invitaciones a comer y los regalos a ciertos funcionarios, quienes se encargaban de que las cosas no cambiaran.

Luego vino la firma del TLCAN, que terminó por abrir completamente a la competencia a muchos sectores, lo que atrajo fuertes flujos de inversión productiva, que sirvieron para instalar nuevas plantas, o modernizar otras, así como para adquirir empresas que muchos empresarios tradicionales ya no veían atractivas. No obstante, veinte años después, el tratado sigue siendo criticado y señalado como responsable de muchos males, entre ellos la baja creación de empleo en la economía y el mantenimiento de un elevado volumen de personas en la pobreza.

Es cierto que al tratado le falta mucho, aunque no en materia de revisar lo ya abierto, sino en materia de política pública moderna, dirigida a impulsar la apertura y favorecer la innovación, la investigación y la modernización de empresas. Al mantener la estructura de subsidios y apoyos al campo, se mantuvo el incentivo perverso de mantener esta importante actividad en el atraso, excepto por algunas actividades que ha aprovechado la apertura, aunque en materia de estructura de mercados y organización industrial no hemos avanzado mucho. Sigue siendo preferido por muchas empresas mantener una estructura casi monopolística para operar cómodamente, ya que aprovechan ciertas ventajas y promueven muchas prácticas que les permiten un amplio dominio de mercados y por lo tanto de precios finales. El gobierno no ha querido o no ha sabido incidir para que la competencia sea mayor y se abran las estructuras de mercado, con el resultado de que hay poca inversión, mucha concentración de riqueza y escasa generación de empleo. Esto es lo que ha marcado a la economía en los últimos veinte años con tratado, con otros efectos, los cuales no han sido estudiados por no estar aparentemente relacionados.

Uno de los efectos de la mayor concentración de riqueza y las estructuras casi monopolísticas de mercados ha sido la escasa modernización de la educación, en especial de la impartida por escuelas privadas, con el resultado de una enorme cantidad de jóvenes egresados que simplemente no tienen trabajo o están en ocupaciones claramente no idóneas para su preparación, o como se les denomina, están subocupados. Para las empresas esto ha sido muy conveniente, ya que no tienen que competir con mejores salarios por atraer a la mejor gente; simplemente esperan y en donde uno no acepta, hay por lo menos otros cinco candidatos que sí están dispuestos a trabajar. La tasa de asistencia escolar, en especial en educación superior ha disminuido, lo cual ha representado un alivio para el gobierno, que sigue manteniendo su promesa de mantener la educación gratuita en todos los niveles. Para las escuelas privadas es un alivio también, ya que no tienen que invertir o gastar en preparar mejor a su maestros, ni en crear áreas de investigación para atraer mejores candidatos como alumnos. Ni siquiera gastan en instalaciones, ni educativas, ni mucho menos deportivas.

El sector público en los tres niveles de gobierno se ha llenado de una burocracia que crece todos los años, replicando todos los errores que se cometen en el centro, o en el gobierno federal; nada mas crear un organismo nuevo, para que todos empiecen a ver como consiguen presupuesto y gente para abrir el suyo, faltaba más. Esto favorece la corrupción y desincentiva la eficiencia del aparato burocrático, ya que nadie tiene nada que perder ni que ganar, por hacer su trabajo mal, o mejorarlo. Mala educación u malos servicios gubernamentales han traído como consecuencia un deterioro enorme en las instituciones del estado; ni que decir de la policía en todos lo niveles de gobierno, o del poder judicial.

Nadie dentro de la sociedad se atreve a levantar la voz para exigir por lo menos que se rindan cuentas de los enormes presupuestos, o que se investigue y castigue a quienes se han hecho millonarios gracias a su puesto. Viene otra oleada de diseño y revisión de instituciones reguladoras, en donde vamos a ver de todo, menos que las empresas y grupos con grandes intereses no hagan nada para mantener sus privilegios. Ya de hecho hemos comenzado a ver algunas operaciones de alianzas y compras dentro de los grandes grupos, en espera de que cuajen las reformas.

COLUMNAS ANTERIORES

Balance Migratorio 2023: Lecciones y Perspectivas para 2024
México a futuro: un país libre de plomo

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.