Desde Otro Ángulo

Tiempos anormales

La pandemia está acelerando de modo vertiginoso procesos y tendencias de cambio que ya estaban presentes antes de ella.

En agosto de 1914, miles y miles de chicos en Francia, Alemania y muchos países de Europa se despidieron de sus familias, sus novias y sus vidas pensando que en ocho meses terminaría la guerra y regresarían a su casa y a su vida conocida. No fueron ocho meses. Tampoco pudieron regresar a su vida de antes. La Primera Guerra Mundial duró más de cuatro años y transformó de arriba a abajo el mundo conocido. Poco o nada quedó del mundo de antes para los que lograron sobrevivir. ¿Será que nos pasará lo mismo ahora?

Últimamente me lo pregunto con más y más frecuencia. Me pregunto ya no, como hacía los primeros días de esta pandemia, cuándo regresaremos a la normalidad, sino cuándo y de qué manera arribaremos a una nueva posible normalidad. Me pregunto, también, cómo será esa normalidad nueva. Esa nueva forma de vivir y convivir carente o profundamente temerosa de contactos cercanos con otros seres humanos. Esa nueva normalidad marcada por una estela interminable de dolor, de muerte, y de desaparición masiva de fuentes de ingreso y de riqueza.

Al lado del ajuste cotidiano al encierro y del temor creciente al contagio en un contexto marcado por un sistema hospitalario penosamente impreparado para una crisis de esta magnitud, crece en mí la zozobra en relación al mundo que habrá de emerger en la pospandemia. ¿Qué tan distinto será al de antes del estallido del Covid-19? ¿Qué tan distinto y qué tan habitable?

Hace unos días mientras leía un ensayo justo sobre este tema en mi computadora, me apareció en la pantalla un anuncio de una tienda de ropa de mujer en línea que anunciaba una nueva y flamante sección. La sección de artículos personales para protegernos del contagio. Caretas, tapabocas, guantes, geles diversos. Todos esos productos en presentaciones para distintos gustos y con diseños para diferentes grupos de edad. Máscaras con dibujos coloridos para los y las niñas. Caretas con diseños futuristas y locochones para los jóvenes. Me quedé alucinada.

Me dejó alucinada también escuchar a un amigo con largos años de trabajo en barrios violentos de la Ciudad de México contándome sobre la impresionante adaptabilidad de las organizaciones criminales en nuestro país. Mientras muchas empresas formales buscan desesperadamente la forma de sobrevivir, esas organizaciones, me contaba mi amigo, están produciendo ya equipo de protección personal para la pandemia en grandes cantidades y vendiéndolo en las calles. Muy revelador, pensé, sobre las razones que han llevado a varias organizaciones criminales mexicanas a, literalmente, conquistar el mundo del tráfico de la droga en diversas partes del planeta. Muy revelador, también, de lo notoriamente precario, limitado e intermitente de la presencia efectiva del Estado mexicano en el territorio nacional.

La pandemia está acelerando de modo vertiginoso procesos y tendencias de cambio que ya estaban presentes antes de ella. Por ejemplo, el traslado del poder global de occidente al este de Asia, y los procesos de automatización del trabajo humano en muchos ámbitos de la vida económica y social. También está haciendo aparatosamente visibles las deficiencias, las inequidades brutales, y los hoyos de las capacidades institucionales existentes a nivel estatal y social. Muestras de ello abundan. Basten como botones de muestra las horrendas limitaciones de los sistemas de salud de muchos países (incluyendo, entre ellos, varios países desarrollados occidentales) para encarar al Covid-19, así como las monstruosas desigualdades en la forma en la que ricos y pobres estamos viviendo esta crisis sin precedentes. Mientras unos pocos se desesperan tratando de no aburrirse en el encierro, millones se preguntan cómo hacerse de los ingresos indispensables para cubrir la renta, para pagar el pan, para cubrir la luz.

Finalmente, la crisis sanitaria y la crisis económica que estamos viviendo están desafiando nuestras preconcepciones, nuestros supuestos, los arreglos legales e informales que guiaban y organizaban nuestras interacciones. En suma, el bicho y los efectos económicos de nuestros intentos por contenerlo (en lo que se inventa la vacuna) están amenazando los soportes intangibles que sustentan nuestra convivencia toda. La operatividad de leyes y contratos, la eficacia de nuestras rutinas cotidianas, y posiblemente –aunque ojalá no– la existencia misma del sistema de pagos (nacional y global) del que dependen los trillones y trillones de transacciones cotidianas que nos permiten sobrevivir y organizar día con día nuestra supervivencia y nuestra convivencia.

La Primera Guerra Mundial y la influenza (mal llamada) española produjeron muerte y destrucción sin fin. También produjeron, conviene recordar, un estallido de creatividad e innovación sin par en el terreno de las ideas, en el mundo de las prácticas sociales, y en el ámbito de las instituciones políticas, económicas y sociales. Esa explosión de creatividad y de construcción de nuevas formas de cooperación le permitió a homo sapiens sobrevivir e incluso prosperar como especie.

Veo atisbos crecientes de creatividad y solidaridad social a nivel de tierra que me reconfortan. Espero sean suficientes, pues la respuesta a nivel gubernamental en muchos países (México incluido) no augura un desenlace feliz.

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