Desde Otro Ángulo

'Porque puedo' o sobre cómo 'justifican' su poder las élites mexicanas

Los mandamases mandan porque sí, porque pueden. Son poderosos porque lo son y porque ejercen su poder sin cortapisas y con muy pocas resistencias.

Hace algunos meses, una joven profesora de ciencia política estadounidense que estaba de visita en México me preguntó: "¿Cómo justifican los ricos y los poderosos en México su posición de poder? ¿Cómo se la explican, cómo se la explican a los demás?"

La pregunta de Shea me tomó por sorpresa. Mi respuesta, a bote pronto, fue: "no sé bien, pero creo que las y los poderosos en México no suelen preguntarse esas cosas. Simplemente asumen su condición de privilegio como algo dado, como algo natural y merecido." La pregunta, sin embargo, me dejó girando y me puse a averiguar.

En mi círculo cercano, después del azoro generado por una interrogante tan infrecuente, la respuesta más común fue: "el mérito". Respuesta bastante previsible y, desde mi punto de vista, poco satisfactoria. Amplié el círculo de entrevistas informales, y terminé por darme cuenta de que, sorprendentemente, la pregunta sobre el porqué del poder social casi parecía no tener sentido en el contexto mexicano. A muchos les resultaba rara la pregunta, y a pocos les parecía interesante. A casi todos, eso sí y a juzgar por su lenguaje corporal, la pregunta les resultaba un tanto impertinente.

Tras reflexiones varias, lecturas, conversaciones y recorridos por mi propia experiencia, he llegado a la conclusión de que, en México, los discursos legitimatorios sobre la desigualdad y, en particular, sobre porqué unos están (estamos) arriba de los y las otras son, de plano, inexistentes o, bien, pobres y alambicados. El estilo nacional no son las razones. En estas tierras, sobre todo en materia de poder, lo que cuenta son los hechos desnudos, las asimetrías apabullantes, la violencia apenas disimulada de ese orden callado, sordo y normalizado de unos poquitos arriba y otros muchísimos abajo.

Aquí los mandamases mandan porque sí, porque pueden. No se sienten obligados a justificar su poder o su riqueza. Son poderosos porque lo son y porque ejercen su poder sin cortapisas y con muy pocas resistencias. En México, todavía en pleno siglo XXI, tener poder en serio incluye, centralísimamente, el no tener que justificarlo (en serio). Soy poderoso y te callas. Soy rica, punto y a otra cosa.

La incomodidad producida por la pregunta sobre cómo se legitima el poder de los individuos y los grupos en México apunta a la naturaleza de sus soportes. Entre nosotros, los soportes del poder y el privilegio no se nombran ni se argumentan. No se nombran y no se discuten porque abrirlos a escrutinio y volverlos tema de discusión resulta amenazante en sí mismo.

Parecido a como ocurría en el Antiguo Régimen en Francia. Muy similar, de hecho, a ese orden social y moral anterior a la Revolución Francesa en el que Joseph de Maistre, el más ilustre pensador del Antiguo Régimen, insistía en que ya sólo entrar a la discusión con los republicanos sobre las bases del poder monárquico significaba perder irremediablemente la batalla. El poder del rey de Francia y de toda la estructura de poder presidida por él no se discute ni se argumenta. Ese poder emana de la voluntad de Dios y, como tal, debe permanecer por encima de cualquier consideración asequible a la razón y a las razones de los seres humanos.

En lo tocante a evitar justificar el privilegio, De Maistre se sentiría en México bastante en casa. Aquí las élites no argumentan mayormente las razones de su poder y su privilegio. No sienten la necesidad de hacerlo y tienen clarísimo que abrir esa discusión es peligroso. En contraste con la Francia de finales del siglo XVIII, sin embargo, la brutal división entre los de arriba y los de abajo en México no cuenta con una narrativa justificatoria basada en la voluntad divina o en alguna otra ficción similarmente omnicomprensiva.

Los relatos empleados históricamente para legitimar el poder y la riqueza en México han incluido componentes diversos, dentro de los cuales el color de la piel, la tradición, la superioridad a partir de la violencia, y un poquito de noblesse oblige han tenido un lugar destacado. Pero, lo nuestro, lo nuestro, ha sido casi siempre el poder en clave "porque puedo". Un tipo de poder que simplemente se impone, que supone que no encontrará resistencia, y que no siente obligación alguna de justificarse. Poder para dictarles a otras y otros reglas e instrucciones, para brincarse leyes y cualquier tipo de normas, y para hacer y deshacer sin ocuparse de las consecuencias.

La autodenominada 4T está sacudiendo esa estructura densa de prácticas muy antiguas ligadas al poder entendido como mando sin responsabilidad y sin razones. En parte por eso asusta e incomoda a las élites mexicanas. Falta ver, sin embargo, qué tanto el gobierno de la transformación profunda rompe, en su propio ejercicio del poder, con la tan enraizada costumbre nacional de concebir y ejercer el poder en clave "porque puedo".

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