Desde Otro Ángulo

Neoliberalismo y las molestias que produce (entre neoliberales)

En el caso mexicano, la distancia entre la teoría y las promesas del neoliberalismo como sustento de las acciones y omisiones y sus efectos en términos de ganadores y perdedores, ha sido especialmente escandalosa.

Decía de Maistre, uno de los teóricos más lúcidos del viejo régimen monárquico, que hablar de 'legitimidad' era, en sí mismo, reconocer la derrota. Ello, pues entrar en esa conversación implicaba negar que la voluntad divina constituyese la única fuente posible del poder político. Misma fuente, por cierto, que por provenir de Dios y ser la única posible, no requería justificación alguna.

Algo así pasa con el término 'neoliberalismo'. A los neoliberales la palabrita les produce escozor y hace mucho que eso me llama la atención. Me parece que ello es así, pues, al igual que en el caso de Maistre y sus intentos por resistir el fin del viejo régimen, nombrar al 'neoliberalismo' supone reconocerlo como una –entre tantas– aproximaciones posibles para mirar la realidad social. A sus adeptos les choca el término, en suma, porque amenaza la premisa según la cual el neoliberalismo es, simple y sencillamente, el único lenguaje cierto para describir y analizar al mundo social.

Usar el término es crucial, sin embargo, pues constituye la condición de posibilidad para reconocer al neoliberalismo como una mirada útil en ciertos sentidos, pero, también y sobre todo, como una que, si bien se ha proyectado como idéntica a la VERDAD con mayúsculas y ha conseguido volverse sentido común evidente en muchas partes del mundo, no deja de ser una mirada interesada y parcial: una entre otras.

En un artículo periodístico reciente –por otra parte, muy sugerente–, Soledad Loaeza equipara 'neoliberalismo' con el tipo de política económica que restringe el papel del Estado en la economía. Muchos analistas dentro y fuera de México lo hacen. Es una de las maneras de definirlo y es, también, una que sirve para atajar a sus críticos.

Circunscribir el neoliberalismo a un modelo de política económica que, partiendo de los supuestos de la economía neoclásica, postula que la mejor manera de gobernar la economía es dejar que opere con libertad el sistema de precios, resulta problemático por varias razones. Para empezar, históricamente, el neoliberalismo no es simplemente un conjunto de ideas sobre la economía y su conducción que acabó triunfando por su alto contenido de verdad y beneficiando, 'de pasada', a una cierta minoría de personas en el norte desarrollado y en mucho del sur 'en desarrollo'.

El neoliberalismo es, más bien y como ha mostrado Fernando Escalante, el proyecto concreto de un grupo de intelectuales y financiadores de carne y hueso que surge inicialmente como reacción al backlash populista y estatista frente a la primera globalización (la de finales del siglo XIX y principios del XX), cuyo propósito central consistía en defender la libertad individual en general y la libertad de los dueños del capital para hacerse de la mayor cantidad de utilidades posible, en particular. Ese proyecto no corrió con mucha suerte durante la era keynesiana de equilibrio Estado-mercado y crecimiento alto e incluyente. Pero despega como la espuma en los años 70 en el norte desarrollado, motorizado por el interés de los dueños del capital por contener el poder colectivo acumulado y creciente de los dueños de su trabajo (y sus aliados en el gobierno) durante la era keynesiana, y por sus empeños en utilizar para echar para atrás las conquistas de los trabajadores al propio poder, el Estado.

La 'magia' del neoliberalismo, como la de toda ideología que logra conquistar el poder en serio, es que terminó moldeando la realidad a su imagen y semejanza. A partir del postulado teórico de que el individuo preexiste a la sociedad, por ejemplo, su triunfo avasallador acabó produciendo millones de individuos cada vez más atomizados y genuinamente convencidos de que su valía y su existencia social dependía de su habilidad para procurarse ellos mismos mayor capacidad de consumo. Importa notarlo, pues entre más hegemónica (internalizada como cierta por todos y especialmente por los que más padecen sus efectos) es una ideología, más difícil resulta desenmascararla.

En el caso mexicano, la distancia entre la teoría y las promesas del neoliberalismo como sustento de las acciones y omisiones del gobierno, por un lado, y sus efectos en términos de ganadores y perdedores socioeconómicos, por otro, ha sido especialmente escandalosa. A pesar de ello, tomó mucho tiempo y sufrimiento llamar a cuentas al neoliberalismo (en tanto modelo de política económica sí, pero, también, de cosmovisión 360 grados). El 1 de julio de 2018, sin embargo, las mayorías dijeron finalmente "basta".

Se entiende porque a los neoliberales de cepa y a muchos de los beneficiarios del neoliberalismo les irrite la expresión. Usarla es algo así como atreverse a decir que sus riquezas materiales y/o su encumbrado estatus son, en mucho, producto del privilegio y no de sus sudorosos méritos y esfuerzos. Algo así, en breve, como atreverse a decir en voz alta que el emperador no está ataviado en un magnífico vestido, sino que está, simple y llanamente, desnudo.

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