Desde Otro Ángulo

Dos mundos. La división en torno a AMLO

López Obrador es, quizás, un intento de síntesis de esos dos mundos confrontados de los que venimos: de 'Las trampas de la fe', de Paz, y del 'México profundo', de Bonfil.

La gente que conozco a la que no le gusta o no le gusta nada López Obrador vive en un cierto mundo. En ese mundo, hablar bien inglés es visto como algo normal. En cambio, decir "dijistes" o llamar a la maleta "veliz" en una conversación que no sea de broma, te deja afuera de la película. Los valores reinantes en ese mundo social incluyen: el mérito individual; la verdad con mayúscula; los estándares, gustos y patrones de distinción social internacionales, definidos por el Norte desarrollado; la eficiencia; y los datos, en particular, los numéricos. Entre los más educados de ese sector social que ve al presidente de México con desdén, susto y disgusto, la única manera de explicarse a "López" es volviéndolo un loco ignorante y, en especial, un hombre enfermo de poder. En breve, un loco ignorante que tiene un buen diagnóstico de los problemas de México, pero que se equivoca rotundamente en las formas de intentar resolverlos, y que, en el fondo, lo único que quiere es acumular y seguir acumulando poder.

Los partidarios de AMLO habitan un universo muy distinto. Entre los 'amlovers' hay, desde luego, una variedad enorme, en mucho determinada por su ubicación social, cultural y económica. Los menos favorecidos socialmente experimentan una realidad cotidiana que no tiene, literalmente, nada que ver con la de las clases medias y altas del país ni en lo material ni en lo simbólico. Los sectores medios y altos que simpatizan con él comparten estilos de vida con el resto de sus compañeros y compañeras de clase, pero suelen resonar con asuntos que incomodan o no le dicen nada a buena parte de esos sectores.

Los acordes de emotividad y sentido que comparten los simpatizantes de López Obrador, más allá de sus diferencias sociales, son muy significativos. Entre otros: la sensación de victoria y reivindicación que les produce el que, desde el poder, se nombren y se pongan en el centro de la vida pública de México las realidades de la exclusión social y la desigualdad. Realidades vividas diariamente y, sin embargo, invisibilizadas y perpetuadas por un régimen político y social basado, por entero, en la simulación. También comparten el escepticismo con respecto al contenido efectivo de verdad neutral de esas 'verdades' dizque absolutas que fueron la canción de fondo del neoliberalismo tecnocrático y depredador. Las 'verdades' de la técnica que no se equivoca; de los fines últimos supuestamente encomiables, evidentes y compartidos por todos; de la pulcritud de los 'datos duros'; y de la soberanía completa del yo y sus pulsiones consumistas. Por último y quizá sobre todo, a los partidarios de López Obrador los vincula una indignación especialmente aguda en relación a la injusticia y una convicción especialmente fuerte con respecto al valor de lo público, es decir, lo colectivo.

El mundo de los que simpatizan con AMLO y el mundo de los que lo detestan tienen poco que ver entre sí. La distancia abismal entre ambos es la expresión del México dividido de siempre. Hoy esa distancia es más visible no porque sea más honda. Es más visible, porque se volteó la tortilla y los de arriba ya no pueden, simplemente, callar a los de abajo o simular que los escuchan. Es más visible, en suma, porque se nombra la división y porque se habla de ella en voz alta. Parte de lo que vuelve viable cualquier sistema de dominación es que esta no sea obvia y que se asuma como natural. Esa fantasía –al menos, por ahora– López Obrador la desinfló.

AMLO es una sacudida. En eso, seguramente, todos estemos de acuerdo. Te puede horrorizar o encantar, desesperar o esperanzar. Lo que es casi imposible es que te resulte indiferente. A López Obrador no es fácil clasificarlo ni entenderlo. Lo suyo es sorprender y desatar emociones fuertes, en mucho, porque se sale deliberadamente de lo usual, de lo esperado y de lo esperable.

Mis lecturas más recientes (Octavio Paz, Las trampas de la fe y Bonfil, México profundo) en la búsqueda por entender a López Obrador me ofrecen algunas pistas para navegar estos tiempos mexicanos tan tumultuosos y tan signados por un hombre empeñado en movernos a todos el tapete. A los de abajo porque les permitió recuperar la esperanza. A los de arriba porque, malgré tout, es el presidente y es un presidente a quien los poderosos de siempre no lo intimidan.

De Paz escribiendo sobre Sor Juana me quedo con la arquitectura infinitamente barroca de esa Nueva España del siglo XVII y de ese México del siglo XXI que no logra desembarazarse de la Nueva España que lleva dentro. De Bonfil me llevo el México profundo, negado y expoliado por esa versión de occidente, soberbia e indolente, que fue la España de la contrarreforma y del oro de América. Me llevo el México profundo que, contra todo pronóstico, sigue vivito y coleando.

López Obrador es, quizás, un intento de síntesis de esos dos mundos confrontados de los que venimos. Más allá de ello, convendría recordar que es un político, un político mexicano. No vino de otra parte. No aterrizó entre nosotros en un viaje desde Andrómeda. Es de aquí y es de ahora. Es un síntoma de donde estamos y de lo que nos pasa. Nos guste o no es una expresión de las fisuras gordas que nos atraviesan.

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