Desde Otro Ángulo

La importancia de seguir en PISA

Con todo y sus limitaciones, PISA sigue siendo el mejor instrumento disponible para valorar y comparar internacionalmente la calidad de los aprendizajes escolares.

Tras un fin de semana de zozobra provocada por información en el sentido de que México pudiera convertirse en el primer país en dejar de aplicar la prueba PISA, el lunes de esta semana supimos que no sería así. Lo dijo el vocero del presidente y, también, el propio presidente. Se trata de una muy buena noticia, pues, a pesar de sus limitaciones, esa prueba es el mejor instrumento del que disponemos para conocer cómo evolucionan a lo largo del tiempo y cómo se comparan con otros países los aprendizajes de los estudiantes mexicanos.

Los primeros resultados de las y los alumnos mexicanos en PISA dados a conocer en 2001 revelaron la magnitud del desastre en aprendizajes en lectura, matemáticas y ciencias, y marcaron un punto de inflexión en el debate, el discurso y el análisis sobre la política educativa en el país. La cobertura escolar, que había dominado la discusión y la política educativa durante largas décadas, pasó a un segundo plano y fue ganando más y más centralidad el asunto de qué cosa estaban aprendiendo o no las infancias y las juventudes mexicanas que contaban ya con un pupitre en un plantel escolar.

En México, al igual que en muchos otros países, PISA contribuyó decisivamente a impulsar la construcción de capacidades técnicas e institucionales en materia de evaluación educativa, así como a insertar el tema de la calidad de los aprendizajes en el centro del discurso de la política educativa. En términos de aprendizajes, sin embargo, 20 años de políticas educativas enmarcadas en el binomio evaluación-calidad han producido resultados más bien escasos.

Entre 2000 y 2018, los puntajes promedio de México casi no se movieron. Un logro significativo, con todo, fue la reducción del porcentaje de estudiantes ubicados debajo del nivel mínimo de suficiencia (nivel 2). Si bien ese porcentaje sigue siendo muy elevado, entre 2003 y 2018 disminuyó, en lenguaje, de 52 a 44.7 por ciento y en matemáticas de 66 a 56.6 por ciento. La mejora en cuestión, si bien limitada, implicó un avance, pues indica que se redujo el porcentaje de alumnas y alumnos mexicanos con los puntajes más bajos, quienes suelen ser, también, los de menores niveles de ingreso.

A los pocos avances observados en México contribuyeron las dificultades de esa tarea en un sistema educativo tan grande y desigual como el mexicano, así como el que, el giro en la política educativa a favor de la calidad haya estado, en la práctica, más preocupado por debilitar al magisterio organizado y por recuperar el control estatal sobre éste que en, efectivamente, fortalecer los aprendizajes escolares.

El problema de nuestros escasos logros en calidad educativa pareciera tener que ver, sobre todo, con el paciente (México) y no con el termómetro (prueba PISA). Sin negar la responsabilidad fundamental del gobierno y el sistema educativo mexicano en su conjunto en ello, habría que ponderar en el análisis el papel jugado por algunas limitaciones del instrumento de medición en cuestión.

Un primer asunto que me intriga de PISA tiene que ver con que entre 2000 y 2018 la mayoría de los países integrantes de la OCDE que participaron en ambas ediciones ha registrado retrocesos y no avances en sus puntajes promedio, tanto en lectura como en matemáticas. El dato me parece curioso, pues nos habla de un ‘termómetro’ cuyos usuarios, en la mayoría de los casos y contra la promesa de que su uso apoyaría la mejora, en lugar de registrar caídas en sus puntajes promedio.

Un segundo aspecto problemático, especialmente relevante para países de ingresos medios y bajos, tiene que ver con que el diseño base de la prueba PISA fue concebido para países desarrollados y no para países en desarrollo. Si bien desde el comienzo la prueba incluyó diversos dispositivos para intentar controlar las diferencias en los niveles de ingreso/desarrollo de los países participantes, esos controles resultaron insuficientes para corregir el sesgo de origen. En específico, el predominio de preguntas de mayor complejidad dentro de la prueba no pudo ser subsanado por esos controles, y ello terminó por hacer a PISA menos útil para países en los que la mayoría de los alumnos se ubican por debajo de un nivel de suficiencia fijado con base en la situación de los países más desarrollados. Algo así como una cámara que registra mucho mejor las variaciones entre las letras grandes que entre las chiquitas.

Con todo y sus limitaciones, PISA sigue siendo el mejor instrumento disponible para valorar a lo largo del tiempo y para comparar internacionalmente la calidad de los aprendizajes escolares. En el caso mexicano, además, se trata prácticamente del único termómetro que nos queda para valorar la evolución de la calidad de los aprendizajes escolares.

Para lograr mejores aprendizajes, requerimos instrumentos para valorar avances y rezagos y, por ello, es tan buena noticia el que México vaya a seguir participando en PISA. Pero, al igual que una báscula por sí misma no basta para bajar de peso, tampoco basta una prueba para fortalecer aprendizajes. Para lograr una tarea de esa magnitud, lo primero y más importante es que tanto gobierno como sociedad asuman esa mejora como una prioridad efectiva.

COLUMNAS ANTERIORES

Somos dos, pero (también) mucho más que dos
Resentimiento vs. miedo

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.