Benjamin Hill

Una canción de hielo y fuego

GOT es una historia violenta, despiadada e impredecible, en la que cualquier personaje está en riesgo de morir ; pero también, es una lucha política por el poder en la que se tejen alianzas y traiciones.

El suspenso e interés que generó el final de la serie Game of Thrones (GOT), después de ocho años de estar al aire, es ya parte de la historia de televisión, o mejor dicho del entretenimiento vía streaming. Las obras de ficción capituladas no son algo nuevo. Sheherazade contó sus relatos una por una a lo largo de mil y una noches; muchos novelistas del siglo XIX como Dumas, Tolstoi y Dickens publicaron sus más grandes novelas en entregas que se publicaban por capítulos, generando una gran expectativa sobre el desenlace y el destino de los personajes. Pero lo que me parece especialmente notable del fenómeno de GOT es su pertenencia a un género, el género de la literatura fantástica, que se ha popularizado en los últimos años. El éxito de GOT, escrita por el norteamericano George R.R. Martin, con su magia, seres, geografía y pueblos mitológicos, se suma a la renovación del interés popular por el mundo de J.R.R. Tolkien, animado por una serie de excelentes películas, y también al éxito de las novelas –y películas– de Harry Potter, escritas por J.K. Rawling, probablemente la escritora –o escritor– más exitosa de la historia de la literatura.

Todas estas sagas fantásticas han sido exitosas porque a fin de cuentas son buenas historias, bien escritas y contadas de una forma que logró capturar el interés de su público. Pero aunque estos autores escriben sobre mundos fantásticos e imaginados, como toda obra de arte son también documentos que reflejan en alguna medida el momento histórico en el que fueron creados, el espíritu de su tiempo, su Zeitgeist. La obra de Tolkien toma muchos elementos de las guerras del siglo XX y en particular de la siniestra maldad del nazismo; Rawling debe su éxito a la forma como los jóvenes lograron identificarse con un relato que abordaba algunos de los temas que les preocupaban, como la dificultad para comunicarse con sus padres y el mundo de los adultos, la ansiedad, el acoso escolar y la amistad.

GOT es una historia violenta, despiadada e impredecible, en la que cualquier personaje está en riesgo de morir en cualquier momento, y en la que abundan episodios de una fuerte carga erótica, aderezados con pasiones prohibidas y tabúes sexuales. Pero también es una lucha política por el poder en la que se tejen alianzas y traiciones, en las que hay ejemplos de valor y de cobardía, de grandeza y mezquindad. Algo característico de GOT es el gran número de personajes y la espesa complejidad psicológica con la que están construidos, lo cual ayuda a que el relato tenga giros súbitos e inesperados.

Uno de los mayores placeres de la versión televisiva de GOT era encontrar la inspiración del relato en episodios de la historia o de la literatura. La asamblea en la que los jefes de Westeros eligen a Bran "The Broken" como jefe de los seis reinos, es una referencia directa al debate entre los siete integrantes de la coalición persa que en el año 522 AC, según relata Herodoto (Libro III. 80), derrocó al gobierno del usurpador Esmerdis. Los persas deciden su futuro discutiendo varias opciones: Darío argumenta a favor de la monarquía, Megabizo por la oligarquía y Otanes por la democracia. A pesar de que estaba fresca en la memoria de los persas los excesos del tirano Cambises, optaron por la monarquía y coronaron a Darío, quien fue un gobernante juicioso que condujo a Persia a una era de grandeza y prosperidad. En GOT, en cambio, no se le da a la democracia ninguna oportunidad. Samwell Tarly propone tímidamente que sea el pueblo quien decida sobre quién debe gobernarlos, pero su propuesta es recibida con crueles burlas. Cuando los jefes de Westeros rechazan tajantes la democracia y optan por una especie de monarquía no hereditaria, en la que el rey es electo por la oligarquía, tal vez se trata de una referencia al descontento actual con la democracia, descrito en los recientes –y muy influyentes– libros de Yascha Mounk (The People vs. Democracy), Steven Levitsky-Daniel Ziblatt (How Democracies Die) y David Runciman (How Democracy Ends).

Tyrion Lannister, personaje que fue una especie de termómetro moral de GOT, en sus extremos de lascivia decadente y de sabiduría política con brújula ética, hace varias reflexiones que resuenan con actualidad y vigencia. Una de ellas es una especie de discurso sobre los cimientos de la identidad nacional, que se construyen con base en mitologías colectivas, historias: "¿Qué es lo que une a los pueblos? ¿Los ejércitos? ¿El oro? ¿Las banderas?… las historias. No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia". Tyron coincide con Yuval Noah Harari, autor de Homo Sapiens, en que la habilidad de crear una realidad con base en las palabras, en las historias, en los mitos colectivos, es el origen de las leyes, constituciones, ideas, creencias e instituciones que ayudan a ordenar y coordinar la vida social. Tal vez la advertencia más relevante para la actualidad de las reflexiones de Tyrion es cuando habla de cómo hasta las mejores intenciones terminan degradándose en tiranía cuando se tiene un poder político sin límites, como el que había acumulado Daenerys Targaryen. Ella estaba convencida de que su lucha era moralmente correcta y que estaba obligada a destruir a todos los que se le opusieran. "¿Acaso no matarías a quien se interpusiera entre ti y el paraíso?" La fanatización de un proyecto político, sumado a un poder absoluto y sin contrapesos, termina corrompiendo hasta las mejores intenciones.

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