Benjamin Hill

Un año, siete meses

El fin de la popularidad del presidente no parece que vaya a ser resultado del trabajo de los instrumentos tradicionales que ayudan a propiciar el cambio político.

Un año de la elección, siete meses desde que inició este gobierno. Ha pasado ya una décima parte de esta administración. El presidente y su partido siguen manteniendo niveles muy altos de popularidad, y salvo la elección del alcalde de Monterrey, en diciembre de 2018, en la que ganó el PRI, en el último año el partido Morena ha ganado todas las elecciones locales importantes y no hay nada que indique que eso vaya a cambiar al menos en el corto plazo. A pesar de que se aprecia una leve disminución de la popularidad del presidente, el hecho es que vivimos todavía en la luna de miel del gobierno.

Desde luego, la luna de miel no dura para siempre. La experiencia y la opinión de los expertos indican que por lo general el periodo de luna de miel de los gobernantes electos dura unos seis meses. Es en esos meses cuando los presidentes echan a andar sus planes más ambiciosos, impulsan sus piezas de legislación más polémicas y definen desde temprano cuál va a ser el tono de su administración. El presidente claramente ha rebasado ese umbral. A siete meses de su gobierno mantiene una gran popularidad, que le permitirá, al menos en el futuro cercano, disfrutar de la libertad de acción política que la luna de miel ofrece.

El presidente debería aprovechar lo que le queda de ese periodo de idilio, pues las lunas de miel no son permanentes. Con el paso del tiempo, los errores del gobierno se van acumulando, los resultados no siempre llegan, las limitaciones personales se hacen más evidentes, los chistes se repiten, las ocurrencias se chotean, y lo que antes parecía promisoria esperanza se vuelve triste decepción. A medida que pasa el tiempo los medios de comunicación y las redes sociales, que fundamentalmente publican y difunden malas noticias, acaban debilitando el entusiasmo de los simpatizantes. Sumado a ello, el elemento de novedad que resulta del triunfo electoral y de la llegada al poder de un nuevo presidente, también termina desgastándose en el tiempo.

Nos resulta enigmático a quienes hemos sido críticos de esta administración ver cómo se sostienen los niveles de aprobación del gobierno a pesar de la gravedad de los errores, contradicciones y disparates cometidos en estos siete meses. Resulta un fenómeno digno de ser revisado y estudiado a profundidad. Pero de lo que no hay duda es que la continuidad de un gobierno de las características de este, que ha demostrado incapacidad administrativa, mediocridad de ejecución y desorden programático, sumado a la capacidad del tiempo de debilitar la aprobación de los gobernantes, va a terminar perdiendo el apoyo de los ciudadanos. La pregunta relevante que muchos nos hacemos es: ¿cómo y cuándo va a caer la popularidad del presidente?

El fin de la popularidad del presidente no parece que vaya a ser resultado del trabajo de los instrumentos tradicionales que ayudan a propiciar el cambio político. Los instrumentos tradicionales que tiene la democracia para facilitar el cambio (medios de comunicación, organizaciones de la sociedad civil y partidos políticos) se encuentran debilitados, amenazados, desacreditados o, en unos casos, capturados por el presupuesto público. Muchos medios de comunicación se encuentran luchando por sobrevivir en un ambiente de incertidumbre económica y de astringencia del gasto gubernamental. En un ambiente de polarización, los medios tampoco pueden impulsar un diálogo crítico. Las organizaciones de la sociedad civil han sido duramente criticadas y, en los hechos, desautorizadas como instrumentos para llevar los intereses de los ciudadanos a la arena pública. Los partidos políticos de oposición están, por ahora, incapacitados para empujar un cambio. En un escenario así, el cambio tendrá que venir desde dentro del gobierno y va a estar definido por su desempeño.

Sin mecanismos externos de cambio tradicionales capaces de impulsar una transformación política, será el propio desempeño del gobierno el que defina cómo va a darse la pérdida de aprobación y apoyo electoral. Y el tema en el que el gobierno no parece que vaya a tener resultados satisfactorios es el de la economía. Todos los pronósticos apuntan a un deterioro creciente de la capacidad del gobierno para mantener su solvencia, y muchos expertos aseguran que nos acercamos a una crisis cambiaria e inflacionaria para el segundo semestre de 2020. De hacerse realidad esos pronósticos, resulta importante restablecer la capacidad y autoridad de medios, organizaciones sociales y partidos, de reincorporarse al debate público y de crear liderazgos nuevos, sin relación con los errores de gobiernos pasados, que ayuden a darle rumbo a México en los momentos difíciles que vienen.

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