Benjamin Hill

Populismo y el futuro de la gestión pública

El populismo ha logrado capturar la imaginación de un número importante de ciudadanos que coinciden en que los gobiernos tradicionales no han cumplido con sus compromisos con una gran parte de la sociedad.

El ascenso del populismo supone un reto importante para quienes observan los fenómenos relacionados con la gestión pública. Frente al paradigma de la preeminencia de los expertos, la técnica y las políticas públicas diseñadas con base en evidencia, los gobiernos populistas han cuestionado los mecanismos de ascenso burocrático centrados en el mérito profesional, han rechazado la técnica como base del diseño de políticas.

El populismo presenta un reto importante para el futuro de la gestión pública y sobre todo, para el paradigma reinante, en el que se enfatiza la eficiencia (costo-efectividad), el establecimiento de metas claras y el monitoreo y evaluación del desempeño de las políticas y programas de gobierno. Esta forma de organizar la gestión pública requiere un alto nivel de especialización técnica.

En cambio, el populismo sostiene que su desconfianza hacia la técnica y a los expertos no debe interpretarse como un rechazo al conocimiento, o una negación de la verdad, como se expone con frecuencia y con razón. Lo que rechazan los defensores del populismo es la explotación política que ejercen las élites a propósito de la especialización y el conocimiento experto. Los populistas no rechazan la verdad; rechazan una verdad construida por una élite experta que ha ayudado a reproducir patrones de explotación económica desde la burocracia. Para los populistas, los expertos en el gobierno son intermediarios que se interponen entre los líderes políticos y el pueblo, y que los expertos en realidad defienden los intereses de grupo de las elites, ignorando los intereses del pueblo. Para lograr una verdadera equidad y justicia, dice la doctrina populista, es necesario acabar con la influencia distorsionadora de esos expertos y crear vínculos directos entre el poder político y los ciudadanos. Para la retórica populista, el mérito y los conocimientos técnicos son una forma distinta de llamarle al privilegio heredado. Bajo esa visión, la preparación y el conocimiento técnico, al ser inaccesibles para el pueblo, son intrínsecamente injustos, discriminadores y elitistas; son parte de un sistema de explotación. Es verdad que los sistemas meritocráticos han sido utilizados para ocultar una realidad que es profundamente injusta y desigual y que el discurso del mérito ha servido para legitimar privilegios ganados por herencia.

Como en muchas construcciones retóricas que tratan de justificar visiones políticas específicas, hay algo de verdad y mucho de mentira en la perspectiva populista sobre la gestión pública. La crítica que supone el populismo para la gestión pública no solamente es políticamente pragmática, en cuanto que ayuda a empujar los objetivos políticos y programáticos de los líderes populistas. También es una crítica ética sobre cómo se han utilizado las herramientas técnicas de la gestión pública, en particular los sistemas de evaluación del desempeño, para empujar objetivos políticos. Es cierto que muchas veces el trabajo de los expertos en gobierno se ha utilizado con fines políticos predeterminados, enfatizando algunos datos y minimizando otros resultados a conveniencia. Cuando se quería desaparecer un programa, por ejemplo, se subrayaba sus fallas y limitaciones con argumentos y análisis técnicos; pero esos mismos argumentos no se utilizaban para acabar con otros programas que también tenían graves fallas, pero que apoyaban proyectos políticos. La retórica populista sobre el rechazo al conocimiento experto ha convencido en gran parte, porque su crítica tiene una parte de razón.

El populismo supone un riesgo mayor para el futuro de la gestión pública porque propone una aplicación radical y simplificada del modelo agente-principal, eliminando prácticamente la capacidad del agente –el servidor público– de generar conocimiento técnico y dando al principal –el gobernante– toda la capacidad para impulsar acciones de gobierno sin necesidad de evidencia, sin datos, sin metas, sin evaluaciones y por lo tanto, sin controles ni rendición de cuentas.

El reto que el populismo impone a la gestión pública es grave y existencial. El populismo ha logrado capturar la imaginación de un número importante de ciudadanos que coinciden en que los gobiernos tradicionales no han cumplido con sus compromisos con una gran parte de la sociedad. Es complejo pensar ahora en un conjunto de propuestas que defienda frente al populismo la capacidad de las burocracias para sobrevivir como organizaciones que generan y aplican conocimiento técnico en beneficio de los ciudadanos. Pero sin duda una propuesta más elaborada tendría que incluir un impulso a la transparencia real en las decisiones y acciones de gobierno, más allá del acceso a la información, y un mayor involucramiento de los ciudadanos en la revisión y control de las políticas públicas.

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