Benjamin Hill

¿Podía saberse?

Las decisiones del gobierno sorprenden incluso a muchos militantes y apoyadores del partido en el poder, y todo indica que también a colaboradores muy cercanos del presidente.

Este gobierno sorprende. Prácticamente cada semana nos enteramos de una decisión, una iniciativa, un decreto, una acción o un anuncio público que cimbra, que conmueve, que pone en alerta a sectores enteros de la actividad económica, a gobiernos estatales, a organismos internacionales y en general, a la sociedad entera. Las decisiones del gobierno sorprenden incluso a muchos militantes y apoyadores del partido en el poder, y todo indica que también han llegado a sorprender a colaboradores muy cercanos del presidente.

No todas las sorpresas con las que este gobierno ha mantenido un ritmo constante de sobresalto y estremecimiento colectivos son iguales: hay decisiones que sorprenden porque parecen no tener motivación ni contexto. Hay otras acciones que nos toman desprevenidos porque carecen de antecedentes documentales, no figuran ni estaban mencionadas en ningún texto programático del partido en el gobierno ni en posicionamientos públicos expresados por sus líderes. Hay otras acciones que no se veían venir, pues no están descritas en el Plan Nacional de Desarrollo, ni en los programas sectoriales, ni en documentos oficiales que pudieron haberlas anticipado. Hay otros anuncios u omisiones que llevan al extremo nuestra capacidad de asombro, pues de la noche a la mañana contradicen de forma drástica posiciones políticas y compromisos ideológicos defendidos por años, y que parecían estar escritos en piedra.

Sobra decir que todos los gobiernos se ven en la necesidad de improvisar de vez en cuando, esa es la naturaleza del gobierno. Las variaciones de los mercados, los cambios sociales, los desastres naturales y los acontecimientos internacionales, obligan a emprender acciones al vuelo que no estaban planeadas. Pero generalmente, las decisiones que improvisan los gobiernos para enfrentar sucesos inesperados provienen de un estrecho abanico de opciones que son las que razonablemente podemos considerar adecuadas.

No es la improvisación lo que sorprende. Las decisiones de un gobierno sorprenden cuando se apartan de ese abanico de opciones razonables y se opta por lo inesperado, por empujar proyectos que no parecen estar justificados ni por la ciencia, ni por la evidencia histórica, ni por una valoración económica superficial. Lo que sorprende y llega a asustar, es lo inadecuado, lo inconveniente, lo incongruente, lo radical, lo insensible de las decisiones. Nadie podría reclamar que se improvise para mejorar; pero cuando la acción que se improvisa es además, inadecuada para resolver los problemas del país, la vida pública se convierte en una eterna película de horror, con sorpresas desagradables saltando de forma inesperada.

Cada vez que aparece una de estas propuestas disparatadas alguien comenta que "no podía saberse". Esta frase que ya se ha vuelto un chiste, se utilizó hasta el desgaste para marcar distancia con el gobierno y liberarse coyunturalmente de responsabilidad. Sin embargo, y a pesar de que vivimos sorprendidos de continuo, muchas de las acciones del gobierno podían saberse desde hace mucho. Gobierna un grupo de personas motivadas por impulsar la transformación y la regeneración, lo natural es que haya un rompimiento con el pasado, una sacudida. Sabíamos de la cancelación del NAIM; sabíamos de la abrogación o supresión en los hechos de las reformas educativa y energética; sabíamos de la eliminación de las prestaciones a servidores públicos y que sería un gobierno en extremo austero; sabíamos que las compras del gobierno se concentrarían en la Secretaría de Hacienda y sabíamos también del impulso a proyectos de infraestructura sobre los que hay dudas razonables sobre su viabilidad futura, pertinencia económica y responsabilidad ambiental. Sabíamos que muchas de esas propuestas y otras que se hicieron durante el periodo de campaña no se encontraban adecuadamente justificadas. Se sabía que habría sorpresas desagradables. Se sabía.

El perfil general de esta administración, el modo de gobernar podía conocerse; estaba delineado en documentos programáticos y discursos públicos. Conocíamos sus propuestas y su propensión a improvisar. Hubo quienes dentro y fuera del nuevo gobierno confiaban en que habría más sensatez y esperaban que algunas de las propuestas de campaña más radicales e irracionales fueran abandonadas. Pero no fue así.

Es cierto que no es posible predecir las acciones específicas de un gobierno que tiene como método la improvisación, la espontaneidad y el frecuente abandono pragmático de sus propios principios. No podemos prever la forma de las propuestas del gobierno cuando muchas veces esas decisiones no responden a una lógica económica o llanamente lógica. Es imposible ver a la distancia la siguiente ocurrencia, pero sí podíamos prever que el estilo de esta administración sería de rompimiento drástico con el pasado inmediato, transformador, impulsor de acciones radicales, contradictorias y con una inclinación por las improvisaciones injustificadas, inconsistentes y sorpresivas.

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