Opinión Benjamin Hill

Libre expresión, democracia y redes sociales

La censura de las redes sociales a las cuentas de Donald Trump expone problemas que se requieren discutir en relación con la libertad de expresión.

A principios de este mes, Twitter y un número importante de plataformas de redes sociales cancelaron las cuentas del entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump. El motivo fue que Trump incitó a una muchedumbre a entrar violentamente al edificio del Congreso de ese país con el fin de impedir la consumación de un supuesto fraude electoral, que en realidad nunca existió. Hubo muchas reacciones de beneplácito con la cancelación de las cuentas de Trump, amplificadas por los medios tradicionales a los que Trump había fustigado durante su presidencia. Todo ese ruido no permitió tener una discusión seria sobre las consecuencias de ese acto para la libertad de expresión, y la influencia que tienen las redes sociales en la política y en los procesos democráticos.

Las redes sociales se encuentran en un espacio intermedio entre lo público y lo privado. En efecto, son empresas privadas, pero que desempeñan una función claramente social que debe ser considerada de interés público. Deben ser consideradas empresas de interés público por la naturaleza del trabajo que hacen y por su enorme impacto social. Si tomamos en cuenta hasta dónde llega el uso de redes sociales en cuanto al número de usuarios en el mundo y el tiempo en que una persona promedio invierte en fijar su atención en ellas, su relevancia como vehículo de transmisión de información hoy es más grande de lo que alguna vez fueron la radio y la televisión. Pero no solamente es el uso que le dan las personas a las redes; es también su posición cada vez más dominante en el mercado publicitario y en concreto, en la publicidad política.

El poder de las redes sociales se basa en que son servicios aparentemente gratuitos e inmensamente populares; también a que no enfrentan competencia ni entre ellas ni frente a los medios tradicionales. Hoy por hoy, todos los otros medios de comunicación (diarios, revistas, televisión), se encuentran claramente subordinados a las redes sociales. El éxito en la difusión e influencia de un artículo o de un reportaje en televisión se mide en cuanto a sus impactos en redes sociales y en las métricas que las propias redes han impuesto (likes, hits, engagements, retweets).

Las redes sociales lograron crecer tanto y tan rápido porque la naturaleza innovadora de la internet y sus herramientas hicieron que nacieran desreguladas. ¿Cómo se regula algo que no se sabe aún qué es o en qué se va a convertir? Las redes nunca estuvieron atadas a mecanismos de regulación comparables con los que tuvo la televisión en sus inicios, además de que gozaron de una patente de corso cultural defendida por muchos, sustentada en la idea fundacional de que la internet debía ser libre, neutral y con contenidos gratuitos para todos.

Las redes operan en un espacio de ambigüedad que les permite funcionar sin rendir cuentas. A veces se comportan como proveedoras de una plataforma para que los usuarios publiquen sus contenidos, y en otras actúan como empresas que editan o producen contenidos propios (texto, música, video). Cuando alguien publica contenido difamatorio, engañoso o dañino, las redes sociales actúan como simples proveedoras de un servicio, ubicando la responsabilidad en el usuario; cuando censuran o activamente deciden qué contenidos publicar y cuáles no, tampoco suelen ser llamadas a cuentas. Hay casos especiales, como Instagram y Snapchat, que permiten publicaciones que se borran, sin dejar un rastro como evidencia.

Como lo ha señalado la canciller de Alemania, Angela Merkel, la censura de las redes sociales a las cuentas de Donald Trump es "problemática", y expone problemas que se requieren discutir en relación con la libertad de expresión. En esto, Merkel coincide curiosamente con el presidente de México. Es necesario preguntarnos con qué argumentos y razones las redes sociales pueden cancelar la cuenta de alguien. Pueden no gustarnos las publicaciones de Donald Trump, pero se trataba de un gobernante electo en un país libre, por lo que un acto de censura debe estar plenamente justificado y explicado. El problema central es el riesgo de que, en un entorno desregulado, las redes sociales pueden imponer una agenda política propia y dar voz de forma selectiva a quienes se ajustan a su ideología. Desde luego, las redes cuentan con community standards que definen qué es lo publicable; pero esos criterios van cambiando con el tiempo y las pautas que definen qué es contenido dañino pueden expandirse hasta acomodarse a una visión política particular.

Es notable por curioso, cómo muchos análisis actuales sobre impactos mediáticos se siguen haciendo como si estuviéramos en los años 70, cuantificando notas de periódicos e ignorando la tremenda influencia de las redes sociales. Lo cierto es que las redes sociales han adquirido demasiada influencia como para no abordar una discusión sobre cómo va a regularse su funcionamiento, cómo va a ser la interacción de las redes con la política y cuáles van a ser los principios y códigos que definen los límites de lo publicable. Su capacidad de ser un factor de inestabilidad política y cambios sociales hace que este sea un tema de la mayor relevancia para el futuro de la democracia.

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