Opinión Benjamin Hill

La desigualdad no es tan grave (tal vez)

Resulta increíble que una parte importante del debate sobre desigualdad esté sustentado en datos deficientes y análisis limitados.

Se podría argumentar que la discusión política más importante en la actualidad tiene que ver con la desigualdad económica. Gran parte del debate político gira alrededor de la brecha aparentemente creciente que existe entre los más ricos y los más pobres en una sociedad y las consecuencias que derivan de ella en el acceso diferenciado a derechos básicos, a servicios de calidad y a oportunidades de desarrollo intelectual, profesional y económico.

La desigualdad y en particular, la percepción de que ésta ha crecido, se han convertido en justificación para denunciar la ilegitimidad de muchos gobiernos democráticos que han sido incapaces de resolverla. Eso le ha abierto la puerta a líderes y partidos políticos populistas, que aprovechan la frustración de una parte importante de la sociedad, que agraviada por los efectos desigualdad, se han rebelado en contra de los partidos políticos tradicionales y las instituciones democráticas.

No hay duda de que el debate sobre la desigualdad y la ampliación en el tiempo de la brecha entre los que más y los que menos tienen ha sido un elemento que ayuda a explicar el crecimiento electoral de políticos populistas y de sus triunfos en varios países. Es posible también que el debate sobre la desigualdad también haya alimentado el crecimiento de otros movimientos políticos no liberales, como ha sucedido con el impresionante aumento de simpatías y votos hacia partidos racistas y de ultraderecha en Europa.

Dentro del debate sobre la desigualdad, el libro del economista francés Thomas Piketty, Capital in the Twenty-First Century (Belknamp-Harvard, 2014), ha tenido una enorme influencia. Analizando datos a los que tuvo acceso, Piketty concluye que la tasa de retorno del capital en países desarrollados es persistentemente mayor que la tasa de crecimiento económico, lo cual genera una desigualdad económica ascendente. La solución que propone Piketty es un impuesto progresivo a la riqueza que aminore la desigualdad social y la injusticia impositiva.

Podría decirse que parte del futuro de la democracia en el mundo depende en cierta medida de nuestra capacidad de identificar con claridad qué tan grave es el problema de desigualdad en los países y en su caso, cuáles van a ser las medidas para su solución. Y no es exagerado decir esto, pues cuando existe una percepción de desigualdad, de injusticia económica y de que la brecha entre ricos y pobres es cada vez más grande, una parte importante de lo que hace que nuestras sociedades mantengan la esperanza en cierto sentido de justicia, de que se sustente la idea de que el esfuerzo y el mérito son recompensados en forma de progreso económico personal, se convierten en ideas vacías, en promesas incumplidas. Y cuando se percibe que la sociedad es intrínsecamente injusta, los llamados a destruir las instituciones democráticas empiezan a cobrar significado.

La desigualdad existe, no hay duda de eso. Es un problema muy grave que es necesario combatir. Sin embargo, hay dudas sobre qué tan grave es en realidad la desigualdad. En la edición de noviembre 28 de 2019 de la prestigiosa revista The Economist, el artículo de portada, Inequality Illusions (https://www.economist.com/leaders/2019/11/28/inequality-could-be-lower-than-you-think), plantea que la idea de que existe un problema de desigualdad está tan arraigada en la discusión económica actual, que no se le presta suficiente atención a la validez de los datos y los análisis que sustentan esa afirmación. Dice también que las políticas sociales implantadas en muchos países –i.e. servicios de salud universales–, han logrado atenuar la inequidad, sin que eso sea tomado en cuenta por los estudios sobre desigualdad, que sólo toman en cuenta datos de ingresos. En este artículo, The Economist advierte que si bien no hay que abandonar las políticas que buscan aliviar la desigualdad dado que ésta existe y eso es muy grave, pero que muchos de los estudios que señalan la gravedad del problema –como el libro de Piketty–, han utilizado datos que no logran capturar una realidad muy compleja, y que la forma en que se han hecho estos análisis deja fuera consideraciones importantes que prácticamente invalidan sus conclusiones, de tal forma que es probable que la desigualdad económica no es tan grave como muchos afirman.

En una suerte de respuesta a lo que publicó The Economist, Piketty y otros cinco economistas publicaron en diciembre pasado un artículo en Project Syndicate (https://www.project-syndicate.org/commentary/inequality-data-and-denialism-by-facundo-alvaredo-et-al-2019-12), en el que reconocen que los datos sobre desigualdad que han puesto en jaque la legitimidad de la democracia en el mundo, tienen amplias deficiencias. Piketty et alli dicen que vivimos una suerte de "edad de oscurantismo" en cuanto a los datos económicos de los países, y que es irónico que las agencias gubernamentales han sido incapaces de producir y publicar los datos más elementales y básicos sobre la riqueza e ingresos en sus países, mientras que empresas como Google, Master Card, Visa y Facebook tienen un conocimiento íntimo y absoluto sobre la vida privada de las personas.

Una posible solución a la ausencia de un conjunto de datos económicos más robusto, es la revisión que emprenderá la Organización de las Naciones Unidas a su propuesta de Sistema de Cuentas Nacionales (https://unstats.un.org/unsd/nationalaccount/sna.asp), que es un conjunto de recomendaciones para los países sobre cómo reunir y medir la información sobre la actividad económica. Ojalá tengan éxito.

Resulta increíble que una parte importante del debate sobre desigualdad esté sustentado en datos deficientes y análisis limitados, y que la legitimidad de la democracia, así como el avance de opciones populistas y extremistas, hayan sido facilitados por la percepción de una creciente desigualdad, cuya gravedad verdadera en realidad, no conocemos.

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