Benjamin Hill

La conectividad que nos desconecta

El sueño de un mundo más conectado por la tecnología nos está dividiendo en lugar de acercarnos y nuestra información está siendo utilizada para alimentar el miedo y el odio.

Mientras la bruma se asienta en las aguas después de los tiroteos de Ohio y de El Paso, Texas, y la información sobre ambas masacres empieza a organizarse, se vuelve más y más evidente que ambos actos de terrorismo fueron motivados por la radicalización de posiciones políticas. En el caso del asesino de El Paso, su manifiesto publicado en la red social 8-Chan revela inquietudes políticas, en las que se entremezclan de forma bastante extraña preocupaciones ambientales con ideas racistas típicas de los supremacistas blancos. En el caso del asesino de Ohio, la información accesible hasta hoy indica que se trataba de una persona con ideas identificadas con posiciones de la izquierda política de Estados Unidos. En ambos casos, el odio político parece ser la razón de fondo que motivó a los autores de estas masacres.

Estados Unidos se encuentran en este momento en un proceso preelectoral rumbo a las elecciones presidenciales de 2020. Como ha sucedido después de otras masacres parecidas, el debate sobre el control de armas se coloca de nuevo en la arena pública. Los precandidatos demócratas no han tardado en responsabilizar al presidente Trump de alentar el odio racial con sus declaraciones antiinmigrantes, en contra de legisladoras de color y, específicamente, en contra de México y los mexicanos. La respuesta del lado republicano ha sido la de subrayar la influencia de los videojuegos en el incremento de la violencia, de llamar la atención sobre la salud mental de los asesinos y cualquier otra excusa que desvíe la atención de sus aliados políticos, los fabricantes de armas.

En todo este debate creo que estamos olvidando que uno de los motivos principales por los que tenemos hoy en Estados Unidos, pero también en México, Brasil, Reino Unido, Francia y otros lugares, una sociedad dividida en torno a posiciones políticas, es la manipulación de los sentimientos de las personas mediante el uso de los datos personales que compartimos en redes sociales.

Todos nos hemos beneficiado de la conectividad que nos ofrece la tecnología y las redes sociales. Muchos de nosotros utilizamos estas herramientas tecnológicas para acceder a datos relevantes, para guiarnos en caminos que no conocemos, para adquirir bienes y servicios, para compartir experiencias, para encontrar el amor o el sexo, y para crear una suerte de álbum de memorias, de fotos y videos que marcan momentos importantes de nuestras vidas. Las redes son un lugar en donde podemos acceder a información importante e interesante para nuestros intereses personales y profesionales. Es esa conectividad y oportunidades que ofrecen las plataformas sociales lo que nos empuja a compartir con ellas nuestra información personal, sin considerar qué es lo que pasa con esos datos.

El inquietante documental The Great Hack (Amer, Noujaim, Netflix, 2019) nos recuerda que la información que generamos por nuestras interacciones en redes sociales no desaparece. Se convierte en miles de nodos de información para cada individuo que alimentan los algoritmos de las plataformas que visitamos. Todas nuestras interacciones, compras, conversaciones, gustos expresados, los lugares que visitamos, incluso el contenido de nuestros correos y conversaciones, todo eso se convierte en una industria de datos personales que hoy por hoy tiene un valor más grande que toda la industria petrolera en el mundo. Gracias a esa información estamos constantemente bombardeados por publicidad a la medida de nuestros gustos, que llama nuestra atención. También estamos sujetos a ser manipulados por nuestros miedos y a ser empujados a actuar de cierta forma.

Muchas de las aplicaciones de nuestros teléfonos y otros equipos comparten información entre sí. No solamente comparten nuestra información, también comparten la de nuestros contactos. Esto permite a las plataformas tecnológicas tener un mapa psicológico personal de millones de personas, con sólo tener unos cuantos miles de suscriptores. Y acceden a esa información sin nuestro consentimiento. Sin decirnos quién va a ver la información, con quién se va a compartir y con qué propósito.

Esta temible capacidad de utilizar y manipular información le permitió a la ya famosa (y desaparecida) empresa Cambridge Analytica, en cercana asociación con Facebook, a manipular los miedos de las personas y a generar odios y división con objetivos electorales específicos, ya sea la aprobación del Brexit en el Reino Unido, o la elección de Donald Trump, ambos en 2016.

El sueño de un mundo más conectado por la tecnología nos está dividiendo en lugar de acercarnos. Nuestra información está siendo utilizada para alimentar el miedo y el odio. El enojo y el miedo hacia migrantes se están explotando mediante mentiras con herramientas tecnológicas, focalizadas a nivel individual. Cada vez que nos conectamos a una plataforma tecnológica con nuestros teléfonos, estamos fortaleciendo la capacidad de alguien más –no sabemos quién–, de manipular nuestras creencias, nuestros miedos, nuestros odios, nuestro comportamiento, nuestro voto. Es una conectividad que no nos conecta, que no nos acerca, que nos desconecta.

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