Benjamin Hill

El humor y el poder

Creo que estamos en un momento clave de la discusión pública sobre lo que es aceptable decir o no en medios de comunicación y en la comedia en términos de referentes de discriminación.

La semana pasada pudimos observar una serie de eventos que se relacionan con los límites del humor y la frontera en la que la libertad de expresión deja de ser un argumento válido para decir lo que sea, y se rinde frente a la corrección política. Aparecen preguntas legítimas sobre si dentro del contexto de un programa de radio o televisión humorístico es posible decir cualquier cosa sobre cualquier persona, y si el humor ofrece o no una licencia para hacerlo.

Me refiero desde luego a los comentarios del cómico Chumel Torres, que han sido señalados como racistas y clasistas. En la mesa de discusión 'El racismo no es un chiste', coordinada por la organización RacismoMX y en la que participó Chumel, el cómico expuso sus razones y método con el que trabaja sus piezas de comedia. Dijo que echar mano de la "incorrección" política era un recurso válido bajo ciertos parámetros delimitados por evitar mensajes de odio, por no ofender seriamente a alguien y no caer en el mal gusto. También dijo que la incorrección política en el humor es un recurso que le gustaba por subversivo y horizontal, en el sentido de que hay una dimensión trasgresora del lenguaje cotidiano que facilita el chiste, y de que se iguala a todas las personas, al burlarse al parejo de todos.

Fue interesante que Torres recordara que tanto él como la mayoría de nosotros, hemos estado expuestos durante años por los medios masivos nacionales a una tradición de humor que se revolcaba en la burla hacia quienes son los más débiles y discriminados en la sociedad mexicana: de las maneras y formas de hablar de las personas de clase baja, de los homosexuales, de las personas de piel morena de origen indígena y afromexicano, y también de las mujeres, a las que se representaba en roles y situaciones denigrantes y sexistas. En el desarrollo de esa mesa de discusión, a la que fueron invitados también expertos sobre discriminación y racismo, se fueron haciendo evidentes las limitaciones de Chumel para desarrollar un discurso congruente sobre el tema, aunque es justo reconocer a su favor que aceptó la invitación a hablar con expertos porque dijo que le interesaba aprender y conocer otras opiniones.

Creo que estamos en un momento clave de la discusión pública sobre lo que es aceptable decir o no en medios de comunicación y en la comedia en términos de referentes de discriminación. Las discusiones y debates públicos sobre discriminación y clasismo en los medios como el que se organizó la semana pasada, son un ejemplo de que estamos atravesando una transición. La sociedad mexicana está tratando de abandonar las viejas formas de hablar, de escribir, de comunicar, de publicitar y de reír para transitar a un nuevo lenguaje que reconozca las injusticias estructurales de la sociedad mexicana, y que en lugar de profundizarlas, sea un factor que ayude a construir una sociedad más justa e igualitaria.

No hay duda de que va a ser difícil para un comediante transgresor e irreverente como lo es Chumel, recorrer estos tiempos de transición sin ser señalado o criticado por lo que diga, o por lo que haya dicho y escrito en el pasado reciente. La dinámica inercial de las formas de comunicación anteriores que discriminaban y se burlaban de los más débiles, sigue estando muy presente. Apenas estamos empezando esa incómoda discusión sobre la presencia del racismo en nuestra sociedad, sobre cómo se manifiesta ese racismo en formas diversas de injusticia y sobre cómo podemos ayudar a combatirlo. A los hechos relacionados con los dichos de Chumel que detonaron la reciente discusión sobre discriminación y clasismo en México, hay que sumar que hay un ambiente global de indignación sobre esos temas provocado por el asesinato del afroamericano George Floyd a manos de un policía blanco en Estados Unidos. El hecho es que los cambios y transiciones son dolorosas y que va a tomar tiempo y más debates públicos empezar a adoptar nuevas formas de comunicación, más incluyentes, más tolerantes, más sensibles a la injusticia y la desigualdad. Creo que esta discusión nos llevará eventualmente a aceptar que el humor, por más irreverente y transgresor que sea, no es franquicia para hablar de todos los temas y de todas las personas sin ningún límite. Esta discusión nos llevará con el tiempo a aceptar que sí hay cosas sobre las cuales no es aceptable hacer chistes.

El humor es algo serio, importante y necesario para la sociedad. Nos ayuda a sobrellevar los castigos que nos impone la vida, a mejorar la calidad de la convivencia social y a aliviar el dolor emocional. El humor también tiene una función política, pues nos coloca a todos en un plano de igualdad y nos ayuda a ver al poder a los ojos, algo necesario en democracia. Y es precisamente ahí donde debemos hacer un giro radical en nuestra forma de usar el humor y ponerlo al lado de las mejores causas. El humor debe hablarle al poder y no humillar a los débiles. Gracias al humor podemos exhibir la mentira, la hipocresía, la vanidad, la estupidez y frivolidad de los poderosos. Por ahí creo que está la frontera que separa lo políticamente correcto de lo inaceptable y se comprueba la necesidad de que hablemos de esos límites. El humor no puede ser cómplice de los poderosos, no debe excavar aún más en las brechas de desigualdad. El humor no debe humillar, debe ser liberador.

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