Benjamin Hill

Después de la epidemia

Es muy probable que esta crisis se convierta en una encrucijada para una discusión más amplia sobre el modelo económico, la desigualdad y la falta de oportunidades de grandes sectores de la población.

En la literatura y cine sobre futuros distópicos, el corolario de una tragedia apocalíptica –generalmente una gran epidemia, una crisis medioambiental o una guerra mundial–, es que la sociedad termina dominada por un gobierno controlador y totalitario o bien, el orden mundial degenera hacia una anarquía dantesca y prehobbesiana, en la que se desata una lucha fraticida y sin cuartel entre tribus que se disputan recursos limitados. Tal vez por la influencia de esas historias impresas en nuestra imaginación, es difícil que renunciemos a construir posibles escenarios sobre la forma que asumirá el mundo después de que se supere la crisis generada por el Covid-19.

Algunas cosas cambiarán –qué duda cabe– aunque no sabemos cómo. Muchas de las políticas emergentes y decisiones temporales que han ejecutado los gobiernos para contener la crisis se convertirán en medidas permanentes. Algunos de los protocolos de distanciamiento social seguirán siendo parámetros para diferenciar lo prudente de lo riesgoso. Estos cambios afectarán algunos mercados, seguramente dañarán seriamente algunas industrias y cambiarán también algunos aspectos de las relaciones humanas.

Es muy probable que esta crisis se convierta en una encrucijada para una discusión más amplia sobre el modelo económico, la desigualdad y la falta de oportunidades de grandes sectores de la población, que no se resignan ni desean regresar a una 'normalidad' injusta. Los efectos económicos inmediatos de la crisis provocarán necesariamente una discusión más intensa sobre la posibilidad de adoptar un ingreso básico universal. Es posible que se coloque en el centro de las prioridades de política pública el rediseño de los sistemas de salud, y en especial, sobre cómo los gobiernos deben establecer políticas que aseguren que el acceso a la salud sea al fin, un derecho básico y universal.

Se presentará la necesidad de hacer una nueva reflexión sobre cómo prevenir y contener desastres en general y epidemias en lo particular, y sobre cómo asegurar en emergencias la resiliencia de las instituciones públicas, la continuidad en la labor de los aparatos burocráticos en la provisión de servicios, y de la operación de las empresas para la preservación de empleos y de la actividad económica. También tendremos que rediseñar los protocolos y mecanismos que permiten la cooperación internacional en crisis como esta, y cómo deben responder los países en cuanto a sus políticas migratorias y de coordinación de acciones a nivel regional; los países tendrán un debate interno sobre el dilema entre seguir abriendo las fronteras a la globalización, o establecer mecanismos de aislacionismo migratorio y comercial.

Una discusión necesaria que tendrá consecuencias políticas en el mediano plazo tiene que ver con el tipo de liderazgo que queremos y que necesitamos para gobernar y especialmente, qué líderes queremos para momentos de crisis. El tiempo y la distancia nos darán pronto la perspectiva necesaria como para evaluar adecuadamente cómo respondieron nuestros líderes políticos a esta emergencia, hacer comparaciones y determinar si actuaron con oportunidad, seriedad, resolución, efectividad y transparencia. Por lo pronto, todo indica que el Covid-19 y la crisis económica que lo acompaña, es uno de los primeros baches en los han caído sin excepción, todos los líderes populistas del mundo.

Como nunca antes, los gobiernos han dado voz a expertos y científicos para ejecutar y comunicar decisiones de política pública en la atención a esta crisis. Es posible que esto se convierta en la vanguardia de una nueva actitud para que más especialistas en distintas áreas del conocimiento humano apoyen la labor de los gobiernos. Si se consolida esa actitud de apertura a la ciencia y el conocimiento, las políticas públicas y el diseño de presupuestos basados en evaluaciones y en indicadores de resultados, la evidencia y los datos objetivos tendrán una segunda oportunidad de ser utilizados como base para la toma de decisiones importantes por los gobiernos.

Esta crisis ha sido un gran experimento natural para ensayar el trabajo en casa, la coordinación laboral y el estudio a distancia. En muchos casos, una vez superadas las fases graves de la epidemia, para muchas instituciones burocráticas, empresas y universidades, significará el regreso a una suerte de normalidad. Pero saldremos de este episodio con muchos aprendizajes sobre la colaboración laboral a distancia; nos sacudiremos prejuicios y estaremos más abiertos a considerar opciones como la semana laboral de cuatro o tres días, y la ampliación de la matrícula de las universidades que se estarán más dispuestas a abrir su cátedra al público de las redes. Se dará más oportunidad en la discusión pública a considerar opciones para la democracia como el voto electrónico, la realización de consultas públicas en línea sobre temas relevantes, y se replanteará la forma en la que se organizan los mítines políticos masivos.

No veo cómo las salas cinematográficas, los restaurantes, los cruceros –y el turismo en general–, los eventos deportivos, los conciertos musicales y las aerolíneas, puedan volver a ser como antes, si es que logran sobrevivir. Los hospitales tendrán que rediseñarse para incluir zonas restringidas para pacientes contagiados. Los protocolos de protección civil tendrán que cambiar. Las relaciones personales también cambiarán: ¿Seguiremos dándonos la mano con extraños como saludo o para cerrar un trato? ¿Seguiremos abrazando a los amigos? ¿Cómo será el amor después de la epidemia?

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