Benjamin Hill

De cisnes negros y rinocerontes grises

La pandemia de Covid-19 no es un cisne negro, no es la ceguera de Saramago; había advertencias claras que fueron ignoradas, se veía venir y no se hizo nada.

En Ensayo sobre la ceguera, José Saramago cuenta la historia de una epidemia de ceguera que se presenta de forma inesperada y misteriosa en una ciudad. En Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez describe el asesinato de Santiago Massar a manos de los hermanos Vicario, una desgracia que todos en el pueblo veían aproximarse, pero que nadie pudo impedir. Ambas historias hablan de tragedias: una sorpresiva, la ceguera contagiosa que provoca degradación moral y rompimiento social; la otra es el desenlace de un conjunto de circunstancias que todos conocían, un crimen que bien pudo haberse prevenido por las múltiples señales que lo advertían.

Desde un principio, la pandemia del Covid-19 ha sido comparada a un evento tipo 'cisne negro', una figura originalmente introducida por el académico y ensayista libanés-americano Nassim Nicholas Taleb, en el célebre libro que lleva ese mismo nombre. Los cisnes negros son eventos extremadamente raros e impredecibles, que tienen profundas consecuencias y para los que, con frecuencia, se halla una explicación sencilla ex post facto, simplificando lo ocurrido en lugar de establecer acciones para contenerlos en el futuro. Taleb propone no tratar de predecir estos eventos, sino construir corpulencia institucional para atenuar sus efectos negativos. La novela de Saramago sería la descripción de un cisne negro. Una ceguera contagiosa que parece salir de la nada, que era imposible de prever y que se extiende rápidamente con graves consecuencias.

Pero sucede que la epidemia provocada por el coronavirus no es un cisne negro, no se trata de un evento que era impredecible y sorpresivo; al contrario, se trata de algo que era visto como altamente probable y predecible. Más allá de que de manera natural las pandemias se presentan de forma más o menos frecuente y recurrente, había proyecciones y advertencias que hacían predecible que se presentaría una pandemia como esta. El reporte de riesgos globales del Foro Económico Mundial para 2020, identificó a las enfermedades infecciosas como uno de los diez riesgos posibles de mayor impacto para este año. Una simulación hecha el año pasado por el Departamento de Salud de Estados Unidos planteó, de forma muy parecida a como ocurrió en la realidad, la aparición de un virus respiratorio originado en China, que eventualmente sería declarado pandemia por la Organización Mundial de la Salud, que infectaría a 110 millones de norteamericanos, con 7.7 millones de personas hospitalizadas, que colapsarían los hospitales y provocarían más de medio millón de muertes, una proyección parecida a la que se ha hecho para el Covid-19. El reporte sobre esa simulación, elaborado en octubre del año pasado y publicado por el New York Times, ofrecía una serie de recomendaciones para el gobierno de Estados Unidos, que en su mayoría no fueron implantadas. También Bill Gates ha advertido desde hace muchos años sobre el riesgo de que una gran epidemia mundial pudiera colapsar los sistemas de salud del mundo, en especial los de los países en desarrollo.

Michelle Wucker es autora del libro titulado The Gray Rhino: How to Recognize and Act on the Obvious Dangers We Ignore. Wucker sostiene que muchos de los eventos que hoy llamamos cisnes negros, como la pandemia de coronavirus de 2019-2020 o la crisis financiera de 2008, son en realidad incidentes que se pudieron anticipar, de los que se tenía información suficiente como para aliviar sus consecuencias, y sobre los que se pudo actuar a tiempo. Ella le llama a estos eventos 'rinocerontes grises'.

Existe una incapacidad general, tal vez enraizada en la naturaleza humana, para contener, prevenir y enfrentar colectivamente eventos de graves consecuencias, a pesar de la existencia de evidencia clara de que se aproximan a nosotros, como un rinoceronte de dos toneladas que nos embiste a la distancia. Temas de urgente atención como el cambio climático, la desigualdad económica, la contaminación con microplásticos, la prevención de pandemias y otros asuntos que requieren esfuerzos importantes de coordinación y de incurrir en pequeños costos individuales inmediatos, a cambio de grandes beneficios de largo plazo, permanecen ahí, sin ser atendidos con seriedad.

Existe la percepción fundada de que muchos gobiernos, a pesar de la evidencia sobre la agresividad de la enfermedad provocada por el Covid-19, tardaron en reaccionar o lo hicieron con desgano e incredulidad. Tal vez actuaron inspirados por lo ocurrido en los casos de SARS y la influenza AH1N1, epidemias que desaparecieron relativamente rápido. O tal vez no quisieron actuar a tiempo porque por regla general, las políticas públicas de prevención tienen bajos retornos en lo electoral. Supongamos que las acciones de prevención del Covid-19 tienen un éxito rotundo en México y la infección desaparece en unos días. La consecuencia política de ese éxito será que muchos digan 'se los dijimos', que para qué detuvo la actividad económica, para qué se mantuvo a las personas en sus casas si las leves consecuencias de la epidemia demostraron que no era necesario después de todo.

En suma, la pandemia de Covid-19 no es un cisne negro, no es la ceguera de Saramago; había advertencias claras que fueron ignoradas; se veía venir y no se hizo nada. En cierta medida era un evento esperado, anunciado con mucha anticipación, como el asesinato de Santiago Massar a manos de los hermanos Vicario. Todos sabíamos.

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