Benjamin Hill

Baile de máscaras

Los países que han generalizado el uso de máscaras entre su población han tenido resultados positivos. Las dudas sembradas por el vocero sobre la efectividad de los cubrebocas no se justifican.

Existe una medida sencilla de implantar y muy barata para contener la epidemia por Covid-19. Las autoridades pudieron promover esa medida desde el inicio, pero por alguna razón decidieron no hacerlo. De hecho, en vez de promover esa medida, trataron activamente de persuadir a la población de que no era efectiva, a pesar de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y del ejemplo documentado de otros países en los que la pandemia llegó antes y que tuvieron éxito en la contención del contagio. Esa medida es el uso generalizado de cubrebocas o máscaras.

Desde la aparición pública del vocero oficial para la pandemia por Covid-19, hemos debatido sobre la utilidad o no del uso de los cubrebocas. Ese debate ha generado una enorme confusión. De forma inexplicable, la posición oficial ha subrayado los motivos para no usar cubrebocas, subestimando sus posibles beneficios y rebatido la opinión de organismos internacionales, las experiencias de otros países y las conclusiones de expertos e institutos de investigación. Las máscaras no sirven, dice el vocero, mientras que la OMS y la comunidad científica dicen que sí sirven. Los líderes de otros países hacen apariciones públicas con cubrebocas, mientras los funcionarios públicos mexicanos, incluyendo los de salud y el propio presidente, se exhiben en público sin ellos. Esta danza de contradicciones ha confundido a la población y ha impedido el impulso al uso de cubrebocas para contener los contagios, disminuir el número de enfermos que saturan los hospitales y más importante, evitar el fallecimiento de personas que de otra forma, sin contagiarse, no hubieran muerto.

Un objetivo que han perseguido muchos países es bajar el ritmo de contagio (R0) a menos de uno (R0<1). Ro es el valor efectivo de reproducción de una enfermedad. Un valor de R0=3, por ejemplo, significa que cada persona enferma puede infectar en promedio a otras tres. Tres parece un número bajo, pero si una persona puede contagiar a otras tres y cada una de esas a otras tres, en sólo diez interacciones pasamos de una persona infectada a casi 60 mil. Un valor de R0 menor a uno opera de forma inversa, reduciendo el ritmo de la infección. Por ejemplo, si tenemos un valor de R0=0.7, entonces 100 personas infectadas contagiarían a 70, y esas a 49 y después 34 y así. En resumen, cualquier valor de R0 mayor a uno significa una epidemia creciente y un valor menor a uno significa que la infección se encuentra en retirada y bajo control. El R0 del Covid-19 es incierto y depende de muchos factores ambientales, pero las estimaciones van de un valor de alrededor de dos a casi seis. La pregunta importante aquí es si las máscaras pueden ayudar a reducir el valor de R0 del Covid-19 de forma significativa.

El polémico escritor y estadístico Nassim Nicholas Taleb (https://medium.com/incerto/the-masks-masquerade-7de897b517b7) sostiene que el uso generalizado de máscaras no solamente ayuda a bajar el ritmo de contagio, sino que prácticamente podría eliminarlo. Si suponemos, dice Taleb, que un país tiene un R0 de 5, y que el uso de cubrebocas por un portador del virus reduce su capacidad de contagio a una cuarta parte (.25), el valor de su R0 se reduciría de 5 a 1.25. Es una reducción dramática, pero se pone mejor: hay que tomar en cuenta que si el uso de cubrebocas es generalizado, no solamente lo estarían usando los portadores del virus, sino las personas sanas como medida preventiva, por lo que el efecto en la reducción de propagación es doble, el R0 bajaría de 5 a 0.31, mucho menos de uno. Aún si consideramos que la efectividad de las máscaras es de la mitad que el primer ejemplo, el R0 bajaría de 5 a 1.25, todavía mayor a uno, pero sumando otras medidas como el distanciamiento social es mucho más fácil llegar a la meta de R0<1. En un artículo publicado en The Atlantic https://www.theatlantic.com/health/archive/2020/04/dont-wear-mask-yourself/610336/), la académica de las universidades de Carolina del Norte y Harvard, Zeyne Tufekci, calcula que si 80 por ciento de la población de un país usa cubrebocas que tienen un 60 por ciento de efectividad, es posible llegar a un Ro de menos de uno, sin tomar en cuenta otras medidas. En suma, el uso de cubrebocas es sin duda alguna la mejor medida para lograr una reducción radical del ritmo de contagio del Covid-19, además de que es barata y de que tenemos capacidad de implantarla de forma inmediata.

Si no existe certidumbre sobre cuándo estará disponible una vacuna, y si se decidió desde el principio que la estrategia que seguiríamos no incluiría la realización generalizada de pruebas y de rastreo de contagiados, no se explica por qué la renuencia oficial para promover desde el inicio y de forma reiterada el uso de cubrebocas. El uso de máscaras es una estrategia efectiva, barata, fácil de implantar y al alcance de cualquier persona, pues la elaboración casera de cubrebocas es muy sencilla. Es un hecho demostrable que todos los países que han generalizado el uso de máscaras entre su población han tenido resultados positivos. Las dudas sembradas en la población por el vocero sobre la efectividad de los cubrebocas no se justifican ni por la evidencia científica, ni en la experiencia material de otros países. Sumado a ello, las autoridades insisten en dar un pésimo ejemplo cuando se presentan en eventos públicos sin cubrebocas, además de que ponen en riesgo a los demás y a ellos mismos. Todo indica que la historia del Covid-19 en México, historia que aún no acaba por más que se decrete el final del confinamiento, será un relato de oportunidades perdidas y de malas decisiones.

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