Opinión

Aumentar el salario mínimo es reconocer la productividad laboral

Patricia Mercado*

Durante más de 30 años nuestro país ha estado buscando el ciclo bondadoso del mercado: aumentar el crecimiento y la productividad para luego impulsar mayores salarios. Para lograrlo se han tomado medidas políticas de todo tipo, pero la más perversa por sus resultados --una pobreza laboral que nos hace una de las sociedades más desiguales del mundo-- es haber atado el control de la inflación a los salarios mínimos, es decir, haberlo vinculado a un sinfín de pagos y cuantificaciones que transformaron el derecho constitucional que significa un salario digno en una simple unidad de cuenta.

Esta decisión política nada tiene que ver con quienes ganan un salario mínimo que difícilmente son representados por los sindicatos que agrupan a no más de 10 por ciento de la población trabajadora. Hemos vivido alternancia en el gobierno federal y el tema sigue pendiente. El partido político que logró esta alternancia y gobernó doce años se ha dado cuenta del error cometido, una vez que ha sido relevado del gobierno. Bienvenido a la discusión del tema, nunca es demasiado tarde para intentar reparar olvidos.

En la larga e infructuosa búsqueda de las bondades del mercado se han dicho, y se repiten ahora, promesas de crecimiento económico. Es mismo discurso, con el mismo esquema económico se dijo al inicio de los noventa con la firma del TLCAN, y ahora se repite como la forma de superar la tragedia de más de tres décadas de estancamiento económico. Hemos logrado como país otros avances muy importantes pero la economía sigue estancada y los salarios mínimos han perdido 70 por ciento de su poder de compra.

En este aspecto, crucial para el crecimiento del mercado interno, el país es un perdedor neto. Y lo más lamentable es que ni siquiera hemos aumentado los salarios mínimos en función de la productividad laboral, porque si esto se hubiera hecho en el periodo 1998-2013, donde la productividad laboral se incrementó 15 por ciento, hoy tendríamos un salario mínimo por lo menos de 100 pesos y no de 67. Ello quiere decir que el mercado y la Comisión Nacional de Salarios Mínimos (Conasami), han sido incapaces de reflejar esta relación.

De acuerdo con datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) la productividad laboral de México tiene un crecimiento modesto durante los últimos 15 años que, sin embargo, es de las más altas en América Latina y contrasta con el salario mínimo más bajo. La productividad laboral de nuestro país se compara con la de Chile, por ejemplo, pero el salario mínimo sólo es comparable con Nicaragua y Bolivia. Pongamos como ejemplo el caso chileno, donde en 2013 su productividad suma 20 mil dólares y su salario mínimo es de 366 dólares, mientras que México, con una productividad similar tiene un salario mínimo de 112 dólares.

Por ello sostengo que nuestro país tiene una reforma pendiente, faltante o ausente, como le queramos llamar: es la reforma a los salarios mínimos para liberarlos de sus ataduras. La clave es, en primer lugar, desvincular al salario mínimo de todos los factores económicos que lo tienen estancado, como lo propondrá el jefe de Gobierno de la ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, a la Asamblea Legislativa en los próximos días.

Para evitar que vuelva a suceder en el futuro este atropello es necesario darle autonomía a la Comisión Nacional de Salarios Mínimos. Y para lograr la recuperación del poder adquisitivo de los salarios mínimos necesitamos cambiar la receta, fortalezcamos el mercado interno con una política incluyente de ingresos y salarios con el objetivo de aumentar la productividad y mover la economía.

* La autora es secretaria del Trabajo del GDF.

Twitter: @Pat_MercadoC

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