Año Cero

Y cuando llegue mañana

El orden, el que se está muriendo, el que ha desaparecido y el que nos estará esperando cuando volvamos, pero diferente a como lo conocimos, tiene muchos cambios.

Una cosa es segura: el mañana siempre llega. Los seres humanos tendemos a confundir sobre si nosotros veremos el mañana con que en realidad éste llegue. Hace setenta millones de años –antes de la existencia de los seres humanos y cuando la Tierra era habitada por los dinosaurios– pasaba lo mismo. Nos parece increíble que, a pesar de nuestra ausencia, las hojas siguen estando ahí, los pájaros cantando y las aguas corriendo. Aunque, si nosotros faltamos, no habrá milagro qué contar.

Lo que pasa es que nuestra situación actual –en la cual estamos involucrados todos y cada uno de nosotros– la tenemos que entender en un amplio sentido. Por ello y con la conciencia de que el mañana siempre llega, creo que es importante prepararnos para recibirlo haciendo un breve recuento de cómo nos encontramos actualmente.

El orden

Durante muchos años se han consumido muchas vidas, mucha violencia y muchas vulneraciones de los ordenamientos del mundo con tal de devolver el orden al mundo. Sin él, no hay posibilidad de vida. Sin él, no hay posibilidad de desarrollo. Sin orden, no hay posibilidad de convivencia. Hoy, el orden está gravemente comprometido por el hecho sin precedentes de que por primera vez millones de personas nos encontramos recluidos en nuestras casas. Estamos ante una situación en la que –a pesar de que las películas, los libros, la ciencia ficción y los temores ocultos de cada uno de nosotros hubiera podido diseñar– jamás pensamos que podría convertirse en realidad.

Estamos pagando la vulneración de nuestro orden debido a la falta de valor que tuvimos al momento de confrontar nuestros límites y por toda la seriedad que no aplicamos en nuestra forma de vivir. El orden, el que se está muriendo, el que ha desaparecido y el que nos estará esperando cuando volvamos, pero diferente a como lo conocimos, tiene muchos cambios. En mi opinión, los cambios más importantes son los siguientes.

En primer lugar, el último siglo ha sido una invitación permanente y continua a correr por correr, no importa lo que pase, nunca pares. El orden estaba mantenido como los ciclistas, sobre el pedaleo constante. No fuera usted a tomar tiempo para la introspección o la reflexión, ya que, de hacerlo, tendría la necesidad de consultar a un psiquiatra. Déjese llevar por el orden del movimiento, mismo que calificó primero la llamada civilización y la cultura del ocio.

Nacida la revolución comunicacional del Internet, el segundo cambio radica en el hecho evidente de que todo lo que usted alguna vez quiso saber lo puede obtener –aunque de mala forma e instantáneamente– en la palma de su mano y a través de su celular. Y si, además necesita tocar, usted ahora puede visitar todos y cada uno de los lugares, las emociones y las situaciones que algún día deseó.

El orden establecido estaba basado en el movimiento. Y, de golpe, súbitamente, todo el mundo a pararse, a quedarse en casa. Todos puestos a prueba para ver realmente cuánto soportamos a nuestros hijos y cuánto queremos a nuestras parejas. La familia es un valor fundamental, pero está basado en la cantidad de amor, comprensión y respeto que se pueda dar para poderse seguir manteniendo. Todo lo que está pasando pondrá a prueba no sólo al mundo en el que vivimos, lo que creíamos que teníamos y en lo que estaba depositada nuestra confianza. Por mucho que uno la evada con películas o con libros que tenía pendientes por leer, esta situación va a suponer, o más bien ya supone, el hecho de tener que enfrentar la película de su vida y el reto de leer el libro de su historia. Y naturalmente comprender si le gusta o no.

El desorden

Más allá de la crisis sanitaria y del efecto que el coronavirus pueda causar en nuestra salud, para mí es mucho más grave el drama psicosocial que se ha desencadenado. Tenemos miedo de tener el Covid-19, de no sobrevivirlo, tenemos miedo de todo. Y, mientras tanto, todas nuestras fortalezas, el resultado de nuestro trabajo y todo lo demás, forma parte del desorden creado por la reacción colectiva y la ordenación de los gobiernos frente a la crisis sanitaria.

Todas las máquinas fueron abandonadas en perfecto estado de revista y todavía están por verse –aunque ya aparece en lontananza como un fenómeno más grave que el actual– las consecuencias de todo esto. Esto lleva a preguntarme, cuando llegue el mañana, ¿cuál será el resultado de este desorden? ¿Quién se quedará con las fábricas abandonadas en perfecto estado? ¿Cuánto tiempo durará la capacidad de liquidez de los bancos? Con la dependencia que actualmente tenemos hacia los plásticos bancarios y su funcionamiento digital, ¿cuánto tiempo podremos asegurar antes de que un ataque cibernético nos recluya definitivamente en nuestra total indefensión al quitarnos el principal instrumento de pago y de organización de nuestras vidas?

A partir de aquí, el desorden está instalado en nuestra reacción frente al miedo que produce el coronavirus. Pero, sobre todo, el desorden está instalado en nuestra vulnerabilidad y dependencia ante elementos que fácilmente pueden ser manipulados y apartados de nuestra vida, quitándonos la esperanza y la seguridad de contar con un orden social y económico que nos dé estabilidad y certeza.

El gobierno

Salvo China y Rusia, en este momento no hay ningún gobierno en el mundo que no esté en cuestionamiento. Los rusos y los chinos ejercen un orden y un control de tal magnitud sobre sus poblaciones, que impide que sean puestos en duda. Y no lo están, porque ellos ni se cuestionan a sí mismos.

Estamos lejos de saber si de verdad todo esto empezó por la sopa de murciélago que comió la paciente cero. También estamos lejos de conocer si lo que en 2015 la RAI contaba sobre los virus en murciélagos financiados por Estados Unidos, fue la madre de toda esta catástrofe apocalíptica en la que estamos envueltos.

Estamos frente a las enormes preguntas de, hoy en día, ¿para qué sirve un gobierno? ¿De qué nos puede proteger? ¿Existe un gobierno que haya triunfado a raíz de una situación de generación espontánea como la actual? La respuesta es no. Todos los gobiernos son hijos de las sociedades que los emplean. Por eso rechazo radicalmente que los gobiernos sean poderes autónomos a las sociedades de las que nacen y a las que deben de servir. Y dentro del reparto del poder, me niego a considerar que todo poder que no sea emitido desde los gobiernos sea un poder enemigo del pueblo.

En cada minuto, en cada rueda de prensa y con cada elemento que confiesan que no tenían previsto, los gobiernos están definiendo para qué sirven. Sobre todo, un gobierno está constituido por temor, respeto y, en ocasiones, por esperanza. Pero el respeto es difícil tenerlo cuando uno ve que –pese a todo lo invertido en preparar el futuro– cuando el momento llegó, no estábamos preparados. Y no sólo no estábamos preparados para el futuro, sino que tampoco lo estábamos para evitar ser víctimas de un secuestro global que –cabalgando sobre nuestro miedo– nos aparta tan radicalmente de nuestras vidas sin darnos una solución de cómo mantenerlas y sin la certeza de saber si lo que estamos haciendo será suficiente para ganarle la batalla al coronavirus.

El gobierno tampoco nos explica cuál es la victoria frente al Covid-19, ¿es encontrar la vacuna, encontrar los antibióticos o encontrar el balance de nuestro sistema inmunológico que nos permita convivir con el Covid-19? Y todo esto, ¿a qué costo, pero, sobre todo, quién realmente sobrevivirá a esta crisis? Y lo planteo porque resolver estos cuestionamientos, forman parte del porqué le pagamos a los gobiernos.

El pueblo

El culpable y la víctima. El origen de todo. Pero también el pagano de todo. Nosotros, el pueblo, no sólo sabemos que fuimos creados iguales ante Dios –como dice la gloriosa declaración de independencia de Estados Unidos de América–, sino que además somos conscientes que todos somos iguales frente a la amenaza de poder morirnos por causa de un bichito llamado Covid-19.

Hemos perdido la capacidad de análisis. Salvo el que alguien nos quite esta pesadilla, que encienda la luz y que este mal sueño termine, ya no sabemos muy bien qué pedir. No hemos desarrollado un criterio colectivo de reclamación racional sobre lo que nos pertenecía; sobre lo que hicieron con nuestras pensiones, nuestro nivel de seguridad social o saber para qué sirvió el esfuerzo de nuestro trabajo. Lo vimos sin sentido crítico. Vimos no la confianza, sino la resignación sin ninguna capacidad de análisis sobre la consecuencia de lo que se estaba desencadenando. Por eso ahora todo lo que nos pasa, nos lo merecemos. Pero mañana, cuando llegue ese día, el pueblo tiene que saber que no hay nada más suicida que dejarse adormecer ya no sólo por las promesas huecas, sino por la promesa de correr hacia ningún lugar y en el que al final el objetivo principal de toda acción sea la acción en sí misma.

Esta es una bella y hermosa oportunidad para definir todos los papeles. El orden, el desorden, el gobierno y el pueblo. Y mi pregunta, la gran pregunta que hoy quiero compartir con todos ustedes es: ¿y cuando llegue mañana, seremos capaces de contestarla y usarla bien?

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