Año Cero

Volver a empezar

La gran pregunta que es necesario hacer es: ¿cuánto aguantará la estabilidad interna de los países para poder tomar ventaja de la nueva realidad?

Frente a los cambios y la incertidumbre, en la vida las personas siempre llegamos a un punto en el que la mejor manera de reactivar el motor general de las ilusiones es volviendo a empezar. Cada vez que termina un ciclo, que termina una administración e inicia un nuevo sexenio. Cada vez que culmina un matrimonio y empieza otro, para los seres humanos siempre es un volver a empezar. Lo que es importante es saber cuánto va quedando en la cuenta de cada uno –individual y colectivamente– para hacer frente a ese nuevo inicio.

Sin duda alguna, para México el inicio del año 2021 no sólo será la consolidación en muchos sentidos de la ruptura de los paradigmas que vinieron con la elección del pasado 1 de julio de 2018, sino que –estando ya en el umbral de atravesar el 1 de diciembre, es decir, los primeros dos años de esta administración– hay que ser conscientes de que constitucional, política y hasta personalmente hablando, nuestro país entrará en una fase completamente desconocida hasta nuestros días. En nuestro caso se vencerá un tercio de las oportunidades del cambio –que sin duda alguna lo está haciendo– por el que de manera mayoritaria y abrumadora votamos los mexicanos en julio de hace dos años. Mientras esto sucede, en otros lugares cercanos y que tienen la capacidad de influir completa y absolutamente en nuestra vida –es decir, Estados Unidos– el 20 de enero comenzará su andadura la nueva administración demócrata que ganó las elecciones del pasado 3 de noviembre.

Todo es nuevo. En este momento no quiero hacer el recuento de todas las cosas que el Covid-19 se llevó o del resultado de este año que es –en muchos sentidos– como el año que nunca existió. Lo que sí quiero es juntar los pedazos que quedan del naufragio y los elementos que nos imponen una nueva realidad que nos condiciona. Una realidad de la cual todavía no somos completamente conscientes y, lo que es peor, una realidad que obliga a usar las fuerzas que aún le quedan a los Estados en tratar de defenderse frente a la mayor agresión que jamás hemos sufrido –incluyendo a las dos guerras mundiales– causada por un pequeño virus conocido como Covid-19, el cual definitivamente ya es un parteaguas en la historia.

El número de muertos seguirá significando un dato referencial muy importante sobre cómo se trató la crisis en cada país. La crisis sanitaria surgida en noviembre de 2019 en Wuhan, China, ha causado que sea imposible pagar el costo de esta e, incluso, –en algunos casos– ha paralizado sistemas por completo, llevando a países al borde de la quiebra. Hay algunos países –por lo menos entre los que conforman el hemisferio occidental– que claramente ya están conectando los costos económicos, sanitarios y de confianza popular hacia el Estado, con los costos asumidos por el desconcierto social. Un desconcierto que incluye la falta de capacidad de poder predecir nuestras vidas y la incapacidad de poderla planificar en un ámbito medianamente responsable con ciertos elementos que permitan saber hacia dónde podemos ir. Vamos hacia donde los números y la explosión del contagio nos lo permiten.

Toda esta situación está produciendo unas facturas económicas y sociales imposibles de pagar. Es decir, no sólo tendremos –como propuso el presidente mexicano– que ver qué vamos a hacer ante una deuda que es impagable en todo el mundo, sino que, además, tendremos que seguir sumando lo que significa el punto final de las disponibilidades de los Estados para solventar la crisis económica y social que la pandemia ha desencadenado a nivel global.

Los únicos países que relativamente parecen estar escapándose con bien de todo esto son los asiáticos, en parte porque sus principales características políticas y sociales impiden que tengamos una información y un conocimiento exacto sobre las consecuencias que la crisis ha provocado en ellos. En el orbe occidental son los países pequeños, como Finlandia o Nueva Zelanda, los que pueden mostrar un palmarés que se puede calificar como exitoso en la lucha contra este monstruo.

En cuanto a los demás países, sobre los que contamos con los números computados casi minuto a minuto, aún no es posible realizar una proyección, ya que –además de que nadie sabe exactamente en qué punto de la crisis nos encontramos– no contamos con los elementos necesarios para poder determinar los devastadores y verdaderos costos que este fenómeno trajo consigo. Pero la humanidad ha pasado por crisis como ésta y siempre ha conseguido sobrevivir.

El verdadero problema al que nos enfrentamos está en saber qué es lo que pasará en este volver a empezar que tiene tanto la administración estadounidense el próximo 21 de enero como algunos países, como es el caso de México, en el inicio de –si no es la recta final, sí la configuración de lo que es– el año más decisivo de cualquier sexenio, que es el tercero. En este momento es importante saber de dónde partimos y qué es lo que puede pasar a partir de aquí, tanto en lo local como en el panorama global.

En el orden económico, político y geoestratégico mundial es evidente que el volver a empezar comienza por restaurar y desterrar lo que fueron las consecuencias más inmediatas del corto pero demoledor mandato de Donald Trump. Estados Unidos no sólo se aisló ni sólo quiso obtener la grandeza de nuevo. Estados Unidos le hizo un franco favor a todas las doctrinas de seguridad, cooperación política e interrelación con los que hasta este momento eran sus aliados, y todo lo hizo desde la posición de un liderazgo que nadie le discute o que nadie le discutía hasta que Trump renunció a él. Y, además, puso este liderazgo al servicio de los enemigos de causas –como la defensa occidental– que hasta este momento Estados Unidos tanto se había comprometido, invertido y había rentabilizado en beneficio de su país y de la denominada área de influencia occidental o del mundo libre.

Bajo la administración de Trump, a Estados Unidos dejó de importarle si el mundo era libre o esclavo y sólo les importó aquello que les convenía a corto plazo. Tan a corto que en el momento en el que Joe Biden entre en la Casa Blanca, tendrá los mayores desafíos que ha tenido un presidente estadounidense. Interiormente serán los retos más desafiantes desde la época de Abraham Lincoln, y al exterior desde la administración de Franklin Delano Roosevelt, ya que –si bien no tiene enfrente el desafío que fueron los nazis en forma de Hitler o de los comunistas en forma de Stalin– va a tener el desafío de encontrar el lugar de su país en un mundo construido económica y socialmente sobre la base –como ya ha pasado en la historia– de dos potencias bastante hegemónicas en el orden económico, que son ex aequo los dueños del mundo. Me refiero a lo que queda de Estados Unidos y a la política apuntada y cada vez más expansiva de China.

Con este panorama resulta fácil entender el silencio –y sobre todo su disgusto– que hasta aquí ha mantenido Vladimir Putin. Toda la escuela no sólo de espionaje, sino de entendimiento de lo que significa el influir en la vida política de otros países, miran con orgullo y reconocimiento a Putin, ya que nunca nadie había llegado tan lejos. Nunca nadie pudo tener –bajo la intervención que fuere y con la influencia que este tuvo– a alguien tan cercano e importante sentado en el Despacho Oval como lo ha tenido Putin con Trump. Sin embargo, en medio de este nuevo reacomodo mundial, es muy importante saber cuál será su sitio y cuál será el lugar de una Rusia que cada día decrece más desde el punto de vista demográfico, que se encuentra estancada en cuanto a lo económico, pero que cada vez va adquiriendo mayores proporciones de representatividad y presencia en el orden mundial a caballo de sus aviones, tanques, misiles y sus colaboraciones militares.

En cuanto a Europa, los europeos ven este nuevo empezar desde la crisis más profunda que es posible tener, que es la crisis de la identidad o de la vocación. En el inicio de 2021 tendrán que responder una de las preguntas más importantes de su historia: ¿es viable o inviable la Unión Europea? Desde mi punto de vista, Europa una vez más se ha convertido en un intento fallido de una bella idea, pero mal ejecutada.

Con todo lo expuesto anteriormente, el volver a empezar también ofrece unas oportunidades innegables para lo que significa el reordenamiento y el reposicionamiento mundial. La gran pregunta que es necesario hacer es: ¿cuánto aguantará la estabilidad interna de los países para poder tomar ventaja de la nueva realidad? Una nueva realidad que, sin duda alguna, comienza ya a perfilarse. Estando en el último mes de este año, que nunca existió o debió de haber existido, todo es volver a empezar.

COLUMNAS ANTERIORES

El poder no debe nada
¿Habrá elecciones?

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.