Año Cero

Trabajo sucio

Antonio Navalón reflexiona sobre el cambio en los flujos migratorios y la incidencia de Estados Unidos en México y Centroamérica.

De todas las variables que supone el nacimiento del nuevo régimen de la cuarta transformación, la más sorprendente, contradictoria y, en el fondo, definitoria sobre el modelo de país que queremos seguir, está siendo la transformación de la política sobre la migración. Durante cien años, el gringo aprovechó el vernos como una tierra de libertinaje, donde podía exprimir sus libertades y un lugar donde pudiéramos cultivar sus vicios. Por este tiempo también se aprovechó de manera sistémica de un acuerdo nunca escrito, pero siempre llevado a la práctica, que dice que para los intereses de Estados Unidos es mejor un México débil.

Desde la Revolución hasta nuestros días. Desde el petróleo y eso que coincidieron dos grandes de su época, el Tata Cárdenas y Franklin Delano Roosevelt. Desde la frase "si camina como un pato, habla como un pato y vuela como un pato, entonces es un pato" dicha por el embajador John Gavin con relación a la conexión de nuestras elites con el narcotráfico, siempre hemos tenido la base de un país que, en el fondo, suministra la más gigantesca trata de blancas jamás hecha entre países. Además, para los estadounidenses hemos sido los proveedores de toda la mano de obra barata y de toda la carne de cañón para limpiar sus piscinas, cocinarles y ser sus handymen y babysitters.

Por otra parte, como la historia está para recordarnos que todo pasó antes, no podemos olvidar que, en tiempos de la Guerra Fría, Centroamérica fue un lugar donde Estados Unidos no solamente aplicó la política del Big Stick de Monroe, sino que además fungió como el patio trasero de los estadounidenses en su particular conflicto y lucha por equilibrios con la Unión Soviética. Mientras esto sucedía, el PRI y sus dirigentes obtenían, con habilidad, el agradecimiento eterno de Fidel Castro. Primero, permitiendo que saliera de la cárcel y, más adelante no dificultando la salida de su yate 'Granma' del Puerto de Tuxpan hasta La Habana.

La intervención de Estados Unidos en Centroamérica continúo con la lucha contra la radicalización de izquierdas. Esta lucha provocó la guerra centroamericana que terminó con el escándalo Irán-Contra, dándole a nuestro país uno de los momentos de mayor gloria cuando en la presidencia de Salinas de Gortari se obtuvo la paz en El Salvador con la firma en México de los Tratados de Chapultepec. A pesar de eso, Centroamérica quedó herida de muerte.

Desde 1945, Estados Unidos no ha ganado ninguna guerra y ha transformado su adoración por el G.I. Joe que acabó con Hitler y que paró a Stalin, en una complicada comunidad de veteranos de guerras como Irak y Afganistán, que han estado expuestos a las consecuencias de la guerra: adicciones y estrés postraumático, complicando su reintegración a la sociedad estadounidense, lo cual ha generado una degeneración social que, junto con factores como el incremento del narcotráfico, ha provocado que el tema migratorio se haya visto distorsionado y aprovechado políticamente.

La derrota en Vietnam supuso la llegada de la penúltima ola de migrantes que entraron a Estados Unidos, los vietnamitas del sur. Miles de tiendas de conveniencia fueron abiertas por los vietnamitas hasta que estos fueron desarrollándose y multiplicándose en otras actividades. Este modelo de acogimiento dejó de funcionar cuando los estadounidenses rechazaron a los chicos de Montana y enclaustraron en Los Ángeles a los centroamericanos. Esta falta de aceptación en suelo estadounidense significó también el cambio de la política migratoria de Estados Unidos hacia el Sur, especialmente hacia México.

Los jornaleros mexicanos, que durante la Segunda Guerra Mundial llenaron el estómago de los estadounidenses desde California, supusieron un modelo que no se ha olvidado. Más adelante, tras la guerra de Corea y con el cambio en la política exterior de Estados Unidos, la relación con México cambió.

Ahora, que ya no necesitamos saltar la barda porque la industria principal sigue siendo proveerles de vicio para que ellos, a cambio de nuestra sangre y subdesarrollo, nos vendan sus armas, ha llegado la hora de la verdad. Y es que no sólo quieren que los nuestros no puedan cruzar, sino que además buscan que nos convirtamos en los policías y en los verdugos de los que alguna vez fueron sus conejillos de indias para luchar contra el comunismo.

El sur de México y Centroamérica son una herida abierta, falló la integración. Aunque hay una diferencia, desde la invasión de 1848, nuestro país no ha sido un territorio pisoteado, humillado, violado y conquistado por Estados Unidos. Algunos ignorantes hablan de Centroamérica como si fuera un solo país y no varios. Pero la verdad es que la Centroamérica que emigra, la que sufre, la que murió, sí tiene una unidad y no es de destino universal. Es la unidad del fracaso de la integración de sus indígenas y de unos militares que ocuparon el papel de ser los únicos poderes.

Esos hijos y nietos, esa violencia, los tatuajes de los 'maras' y esas guerras de juguete que se inventaron los estadounidenses contra los rusos en Centroamérica, son los que ahora vienen en caravana, ocupan nuestras ciudades y nos plantean uno de los mayores problemas morales de nuestra historia. Podemos ser cualquier cosa menos verdugo de nuestros verdugos.

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