Año Cero

Todos contra China

El mundo se prepara para cobrarle a China por el Covid-19 y el país se tiene que preparar para entender y hacer entender que no es el enemigo del mundo.

Frente a una situación como la que estamos viviendo, el mayor regalo que se le puede otorgar a un ser humano es el de contar con un culpable. Desde el mes de febrero, escribí y sostuve que desconocía si la situación del Covid-19 se trataba de una plaga bíblica o si era producto de un accidente en un laboratorio al estar jugando con cosas indebidas. Pero lo que en ese entonces sí afirmé fue que las consecuencias del Covid-19 significarían un antes y un después en la humanidad.

El primero en catalogarlo como el virus chino malo fue Donald Trump. Después, poco a poco, se fueron sumando voces a lo largo del orbe con la misma reclamación. Hasta la fecha no se ha dicho de manera clara de qué se trata, pero lo que sí sabemos es que el Covid-19 es chino. ¿Se tratará de una venganza divina o de un juego pernicioso de la lucha por el poder y el control de la humanidad? Sea lo que sea, el Covid-19 inició en China. Por lo tanto, las consecuencias que tendrá el hecho de que el virus no haya nacido en ciudades como Houston, Madrid o Milán, sino que vino al mundo desde una ciudad llamada Wuhan, serán muy importantes. Y, sobre todo, necesitarán de una contraprestación significativa para resarcir la teórica responsabilidad de los chinos.

Antes del Covid-19, Wuhan era una ciudad que sólo los expertos conocían. Ahí radica lo que es –en cierto sentido– el equivalente oriental al MIT occidental, el Wuhan Institute of Technology. Además, en esta ciudad se encuentran una serie de laboratorios virológicos desde donde –entre otras cosas– también se analiza la existencia y la relación de coronavirus en diversos animales, entre ellos los murciélagos, teóricos causantes de esta situación.

A partir de este momento, es necesario desenterrar la historia. Y la historia dice que hace cinco años, en 2015, la RAI publicó una serie de reportajes que actualmente están circulando por todo el mundo. En estos reportajes se muestra cómo hace cinco años un grupo de científicos chinos –con colaboración estadounidense– se pusieron a investigar y estudiar los diferentes tipos de coronavirus que producían los murciélagos. Resulta curioso la frecuencia de las acusaciones que Estados Unidos ha ido haciendo y produciendo sobre el desenvolvimiento de esta historia. De igual forma, ante esto y como respuesta, el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, pidió que China transparentara y compartiera sus datos y que permitiera la visita de expertos internacionales a sus institutos de virología ubicados en Wuhan.

Es evidente, en China empezó todo. A pesar de lo imprudente que esto resultaría, no hay pruebas que permitan sostener la teoría de que el virus fue producto de una actuación voluntaria como resultado de experimentos chinos y que no se trata de un fenómeno de mutación. Sea como sea, el mundo se prepara para cobrarle a China. Y China se tiene que preparar para entender y hacer entender que no es el enemigo del mundo.

Estamos ante una situación sin precedentes. Hace diez años, nadie hubiera imaginado que las dos potencias económicas del planeta ex aequo fueran China y Estados Unidos. Es más, era difícil concebir la idea de que China entrara en el Sistema Monetario Internacional. Sin embargo, los chinos en la actualidad cuentan con un mercado que les puede ser elemento equilibrador y mantenedor de sus industrias. China, usando las mismas técnicas que Estados Unidos, durante las crisis del siglo XIX, y que –debido a la dimensión de su mercado interno– mantiene hasta nuestros días, en este momento tiene una solvencia económica que ninguna otra nación en el planeta posee.

Es verdad que con los más de mil cuatrocientos millones de habitantes que tiene China, los trillones de dólares de ahorros que tiene sólo son negocio rentable para mantener el país siempre y cuando se produzcan dos cosas fundamentales. La primera es que logren mantener un crecimiento anual de su economía por encima del seis por ciento. Y la segunda es producir –mes tras mes– un superávit comercial, evitando que esos trillones de dólares de reserva sean puestos en la balanza para poder alimentar a sus habitantes.

Aquellos países que en la actualidad su economía ha sido severamente dañada y quienes ven una y otra vez los videos en redes sociales que explican cómo es que el Covid-19 pudo haber llegado con esa virulencia a Milán, a Madrid o a Nueva York, se preguntan seriamente cómo es que el virus no fue capaz de traspasar la frontera de Beijing. Y es que resulta difícil de comprender cómo es que el virus pudo haber viajado miles de kilómetros a lo largo del mundo y no haberse dispersado con mayor fuerza en la sede del poder central de la República Popular de China, o bien sobre la capital económica del país que es Shanghái.

A la hora de las imputaciones y de las reclamaciones, es necesario saber que las mayores catástrofes del planeta siempre se producen cuando la gente tiene miedo. Si vamos a la confrontación abierta contra China, los resultados pueden ser catastróficos. Dada la situación, si China no entiende que necesita explicar y conquistar la credibilidad, la comprensión y la complicidad del mundo, será muy difícil que el mundo después del coronavirus no sea un lugar desolador. Es momento de trabajar sobre el entendimiento de que no bastará con presentar un cheque. Ni siquiera bastará con que China lo pague. Aunque China no es igual a la Alemania derrotada de 1918, es más, es un país que en el último siglo no ha perdido ninguna guerra; la acumulación de indemnizaciones y la solicitud de proscripción de China en el escenario internacional puede dar lugar a un fenómeno parecido al que se dio con el Tratado de Versalles.

No hay que olvidar que las extraordinarias condiciones indemnizatorias impuestas por los Aliados hacia Alemania fueron el padre y la madre de la llegada de Adolf Hitler al poder, y de las consecuencias que eso tuvo en el continente europeo. Suponiendo que lleguemos a la situación en la que realmente acepte su responsabilidad e independientemente de los procesos judiciales que ya están iniciando en su contra, China tendrá que pagar. Es necesario distinguir de manera clara entre lo que es una campaña política con una campaña de imagen y lo que son las oportunidades jurídicas. Y desde ese punto de vista, la geoestrategia aconseja que es necesario medir bien cuál será la relación con la que es –junto con Estados Unidos– la principal potencia económica ex aequo del mundo, China. Hacer a China culpable de esta situación, sin una prueba evidente de ello, puede traer consecuencias terribles para Occidente.

Tenemos un problema y ese es que, así como durante muchos años el balance y el equilibrio nuclear fue lo que impidió una guerra nuclear entre Rusia y Estados Unidos, en este momento las dos potencias económicas del mundo necesitan redefinir todo el juego para poder asegurar el balance. Se necesita volver a definir un juego que va desde el orden monetario hasta la compensación o el lugar que ocuparán los demás en su tarea de alejar los tambores de guerra que están iniciando a escucharse.

China tiene dos grandes talones de Aquiles. El primero es que no cuenta ni con los recursos ni con la infraestructura energética necesaria para seguir sosteniéndose como el imperio económico que es. Y el segundo es que pese a los más de quinientos millones de granjeros que tiene, a la hora de llenar los estómagos de su pueblo es absolutamente dependiente de la alimentación que proviene del exterior. Estos son otros datos y algunas coordenadas que –mientras continuamos confinados en nuestras casas y practicamos la sana distancia– nos pueden ayudar a entender qué es lo que sigue, pero, sobre todo, con qué elementos necesitaremos contar para construir el mundo futuro.

En el mundo en el que estamos y el mundo al que nos dirigimos, lo que pase con China es de suma importancia para México. Mientras tanto, hasta el presidente López Obrador –tan reacio hacia lo internacional y tan alejado de las problemáticas globales– agradece el exiguo y poco importante apoyo, simbólico más no numérico, que son los quinientos respiradores otorgados por parte del gobierno chino. Pero lo que es más importante es que el Presidente mexicano –pese a que a él no le gusta viajar– ha confesado que está considerando la invitación por parte de Xi Jinping para visitar China. No importa si ya tenemos bastante con nuestros vecinos, los mexicanos tenemos que ser capaces de usar nuestra fuerza. Una fuerza que, antes de este desastre, radica en el hecho de haber sido la decimoquinta economía más importante del planeta. Y la necesitamos usar para ser un elemento de balance donde, al menos, pase lo que pase, nuestra posición sea mejor que la que hoy tenemos.

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