Año Cero

Tiempos oscuros

Salud, recuperación y reconciliación con el planeta parecen ser la única receta. El problema es, ¿a costa de cuántas víctimas o cuál es el costo por pagar para llegar al nuevo orden?

Uno de los quiebres culturales más importantes de los que la humanidad tiene conocimiento fue el paso del Medievo al Renacimiento. Este fue un cambio completo que coincidió con la explosión de algunas de las pandemias más importantes –por ejemplo, la peste negra– que tuvieron lugar en esta transición de épocas. También, este periodo se caracterizó por una supremacía de las humanidades y por una adaptación y entendimiento del orden social.

El inicio del Renacimiento no sólo fue testigo del auge de los grandes artistas, sino que también fue un momento luminoso y de esperanza, contrario a la barbarie sin razón, practicada como forma de gobierno durante el Medievo. A pesar de que estos tiempos suenen lejanos, todavía hoy existen prácticas y tendencias que –más allá de poder ser consideradas como medievales– están basadas en la superioridad de un líder y sin tener en consideración los acuerdos o los balances sociales. Hasta la fecha, esta falta de equilibrios entre gobernantes y gobernados supone un gran problema para las sociedades.

Estamos en la lona. Es escalofriante ese sentimiento de pérdida completa del control y ser testigos de cómo un simple y pequeño virus ha conseguido socavar todo nuestro orden social y toda la capacidad que teníamos de hacer un mundo previsible en el cual las cosas encajaran. El virus cabalga como caballo desbocado del apocalipsis por todas partes. Se ve a los gobiernos completamente superados y, con independencia de la estructura social e incluso de la intención, sólo hay un hecho cierto: nadie tiene una idea exacta de la evolución, de la profundidad ni del costo en vidas, pero, sobre todo, en términos de estructura social, qué nos va a dejar todo lo que estamos viviendo.

Son tiempos oscuros, pero hay que saber organizar y jerarquizar. Mientras lo que verdaderamente está en cuestión es saber si vamos a vivir o si vamos a morir, todos los demás elementos tienen una importancia relativa. Más allá de las definiciones genéricas sobre lo que hacía felices o infelices a las sociedades, el nuevo Renacimiento vendrá ligado a un concepto que ha irrumpido con una fuerza que nadie nunca previó antes: la salud. Y es que este elemento tan básico e importante antes era como la educación o la justicia, un tema que siempre estuvo pendiente en el ideario de las sociedades como un elemento para considerar que otorgaría la felicidad y el progreso. Lo que nunca dedujimos es que –ante el colapso y ante la pandemia– sería por la vía de la salud por la que se mostrarán todas las fragilidades que habíamos ido acumulando sobre la base de la soberbia. Y es que hasta que esta situación llegó, teníamos o pretendíamos tener cierto control sobre nuestras vidas. Pero ya no lo tenemos y la búsqueda para encontrarlo es algo que será el signo representativo de este nuevo renacer.

En un momento en el que en el fondo lo que se cuestiona es lo poco que somos o lo poco que han servido nuestros diques de contención, lo que es necesario contestar de manera inmediata es si este nuevo orden será el baño de humildad que necesitamos como humanidad o si seguiremos siendo esos seres incapaces de aprender sobre lo vivido para mejorar el presente y el futuro. Viendo las listas interminables de los muertos y cómo se han agotado todos los recursos de los Estados –tanto públicos como privados– en la lucha contra un enemigo que con cada zigzag que hace consigue desarmarnos y arrinconarnos sin que sepamos muy bien qué hacer, vemos también las consecuencias de los defectos políticos que hemos ido cometiendo y, en cierto modo, la repetición de un modelo de bloqueo en los ejercicios del poder.

Los políticos seguirán con sus discursos. Pero hay que ser conscientes de que cada día hay menos gente que pueda escuchar. Y no se puede escuchar porque no solamente los Estados han agotado sus reservas económicas, políticas y sociales, sino que nosotros –los protagonistas, los verdugos, las víctimas, y los que vamos a desaparecer como consecuencia de la causa– estamos en un momento en el que ni siquiera echarles la culpa a los gobiernos sirve de mucho.

Ver durmiendo a los soldados estadounidenses dentro del Capitolio de Estados Unidos es una imagen que no se tenía ni siquiera de los tiempos de la Guerra Civil, cuando Abraham Lincoln luchó contra el sur. Esta escena es única en su tipo y es una imagen que, unida al segundo impeachment de Donald Trump –siendo éste el único presidente en ser acusado en dos ocasiones–, son también la representación de caballos que avanzan sin control. Son caballos incapaces de ser adiestrados por nadie, ya que además se ha puesto en marcha una dinámica en la que nadie puede sustraer la consecuencia histórica de esta etapa llamada 'trumpismo'.

Hoy la cuestión no está en si el todavía presidente Donald Trump acabará o no en la cárcel. Hoy lo que de verdad es importante es saber sobre qué nuevas bases se puede construir lo que es el pacto social y que éste sea capaz de alejar a la dictadura de hecho de aquellos líderes supremos que constantemente buscan estar por encima de la voluntad colectiva de sus pueblos. Y todo esto sucede en medio de una situación en la que nadie sabe exactamente dónde está el límite o el punto de retorno.

Existe una grave crisis en todos los órdenes, pero la más importante es la confusión conceptual colectiva. A las sociedades ya no les queda ni dinero ni ilusiones ni esperanzas para seguir combatiendo con esta situación inédita. En escasamente 12 meses, hemos perdido cientos de años de avances sociales. Este es un momento en el que hay que saber que seguramente las historias seguirán su curso, pero en este momento el camino a seguir está basado en el planteamiento verdadero de construir un futuro sobre las lecciones aprendidas tras esta terrible coyuntura.

Ya no queda capacidad para digerir un espectáculo que ya nadie puede entender. Ver una ciudad como Londres completamente desbordada en su sistema y con una estadística que ya de manera clara indica que no solamente seguimos sin saber nada de este enemigo, que ha provocado reducir a cenizas nuestras estructuras sociales, sino que además cada vez que intentamos recuperar un poco de lo perdido, él, con una simple cepa o variación, nos vuelve a colocar contra la pared.

Salud se ha convertido en la palabra mágica del siglo XXI. Salud. Salud individual. Salud colectiva. Salud política. Salud en cuanto al tratamiento y las condiciones sobre cómo podemos volver a ser libres. Hoy todo empieza y termina con esta palabra. La vacuna es la gran esperanza blanca. Lavarse las manos y quedarse en casa ya no pueden seguir siendo las únicas alternativas para salir de esto. Colectivamente hemos llegado a un punto en el que es necesario ponernos a la tarea de construir las bases que dictaminen realmente cómo de verdad queremos ser gobernados y salir de esta situación.

Salud, recuperación y reconciliación con el planeta parecen ser la única receta. El problema es, ¿a costa de cuántas víctimas o cuál es el costo por pagar para llegar al nuevo orden que se desprenderá de esta situación? Evidentemente en contra de lo que parecía, este nuevo Renacimiento se va a producir a partir de la afectación de este tiempo tan oscuro y del Medievo, en el que hemos estado viviendo. Son tiempos oscuros, tan carentes de iluminación y esperanza que, si no logramos establecer nuevas raíces y métodos para salir adelante, la oscuridad será una especie de túnel sin salida. Recuperación, reconciliación y salud, las bases para comenzar a construir un nuevo panorama.

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