Año Cero

¿La vacuna o la vida?

La vacuna, el comienzo de la nueva vida. La gran pregunta: ¿quién habrá sobrevivido cuando al final de 2021, si seguimos aquí, ya sepamos los límites de la vacuna?

Todos somos prisioneros de nuestros miedos. Todos tenemos en algún lugar oculto del cerebro, del corazón, del alma –para quien la acepte, aunque para mí su existencia está clara– una zona que no sé si es oscura, pero que, desde luego, puede oscurecer nuestra vida y que es donde radica el terror frente a lo desconocido. Al nacer, lo único que sabemos es que moriremos, a pesar de ello, lo único que hacemos toda la vida es procurar olvidar a toda costa ese principio. La vida es un contrato que únicamente contiene dos cláusulas: una de venida a este mundo y otra que es la de salida. En la primera cláusula generalmente todo es felicidad, mientras que la segunda habitualmente está acompañada de un ambiente de tristeza y desolación. Por lo general, los seres humanos nos vemos inmiscuidos en una eterna carrera en contra del contrato de la vida y buscamos hacer todas las trampas necesarias con tal de no tenerlo que cumplir. Y en eso, entre la búsqueda de la inmortalidad que es, hasta este momento, una utopía, y la certeza de la mortalidad, discurren nuestras pobres vidas.

El Covid-19 ha transformado tantas cosas que, viendo en perspectiva, se podría afirmar que los griegos o Hegel estaban en lo cierto, ya que ambos afirmaban que lo que diferencia a los seres humanos de los animales es la capacidad de razonar. Y es que tanto los griegos como el filósofo alemán tenían tanta razón que –visto todo lo que está pasando– se puede afirmar que las personas, a diferencia de los seres no razonables, somos conscientes de lo inevitable de nuestro destino final, que es la muerte, mismo destino que compartimos con todo ser que habita el planeta Tierra.

Ahora, además, a pesar de que lo único que afortunadamente nunca se acabará son las ilusiones, estamos viviendo en un mundo que nos ha enseñado que lo único que perdura es la incertidumbre. Tenga usted cuidado con aquellos que creen que lo dominan todo o aquellos que creen que es posible prever todo. Aquellos que le niegan a la vida su principal virtud que es la capacidad de asaltarnos de cualquier manera y cuando menos lo esperamos. Porque –a pesar de lo que esas personas saben o creen saber– la vida sí junta todos los datos mientras que nosotros sólo usamos aquellas pobres estadísticas y números que nos permiten estar bien.

Hemos llegado a un punto en el que nuestras vidas están hipotecadas. Están hipotecadas no por la ideología, no por la violencia ni por un régimen político cruel, sino por un bicho, una incertidumbre y unos miedos frente a los que de ninguna manera estamos preparados para afrontar. Y ahora, que seguimos estando involucrados en esta tragicomedia, tan trágica por los muertos, pero más trágica por los que esperan la muerte y por la interrupción de la capacidad de vivir la vida, nos llega la vacuna liberadora.

Nuestra vida depende de un pinchazo. La vacuna nos hará libres. El problema es que hay vacunas de todo tipo: chinas, estadounidenses, rusas o inglesas. Con más de cuarenta y cinco vacunas que se encuentran en etapa clínica –es decir, que están siendo probadas en seres humanos– el mundo se ha convertido en un verdadero festival y pasarela de vacunas. Antes del Covid-19 el tiempo medio para desarrollar una vacuna era de al menos cuatro años, envueltas en un proceso que requería de innumerables pruebas, recursos y estudios, además de analizar y atender los efectos colaterales o complicaciones que pudieran llegar a tener tras su aplicación. Ahora, ante la urgencia de detener esta crisis, las farmacéuticas han conseguido –para bien o para mal– romper todo tipo de récords al lanzar sus vacunas en un periodo menor a los doce meses. Sin embargo, aún estamos por ver qué es lo que traerán estos experimentos prematuros que buscan atender la más grande de las crisis sanitarias que jamás hayamos visto.

Lo más humanamente complicado que existe para gobernar, es el miedo. ¿Usted gobierna su miedo? Yo no. Y al no dominarlo es posible explicar que en este momento todo el mundo que conocemos –o que creíamos conocer– esté pendiente del posible éxito de la vacuna. Pero, ¿en realidad cuál será el éxito de la vacuna? ¿Será contar con unos cuantos que no sufran daños colaterales o el éxito será haber sido el país o la farmacéutica pionera que inició el principio del fin de este monstruo que tanto nos ha quitado? En este momento es necesario determinar qué es más grave, si vivir como estamos viviendo en la actualidad o pagar un precio sin retorno de nuestra calidad de vida con tal de obtener la vacuna.

A mí la vacuna me parece bien si se ve como una frontera de ilusión. Me parece mal si se observa como zona en la que –al mismo tiempo que esperamos que finalmente nos aleje esta pesadilla que controla nuestras copas, reuniones, divorcios, bautizos y encuentros– hacemos hasta lo imposible por obtenerla sin tener en consideración todos los posibles efectos secundarios que puede llegar a provocarnos. Menos mal que en toda esta orgía del desencuentro a nadie se le ha ocurrido decir que además el sexo –por intercambio lógico– también habría que prohibirlo y sumarlo a la lista de las cosas de las que el Covid-19 se llevó.

La vacuna. El pinchazo. El comienzo de la nueva vida. La gran pregunta, ¿quién habrá sobrevivido cuando al final del año 2021 –si seguimos aquí– ya sepamos los límites de la vacuna? La vacuna, ¿a cuántos salvará y a cuántos matará? Después de la vacuna, ¿en qué creeremos? Para responder a estas preguntas yo prefiero hacer uso de la historia, mirar hacia atrás y sonreír. Y es que al final, lo único que queda claro en la historia de la humanidad es que siempre alguien sobrevive. Y ese alguien siempre termina siendo el testimonio de lo bueno, lo malo, lo regular y –repito– de lo reincidente que puede llegar a ser el comportamiento humano.

Por una semana aparquemos a Joe Biden, a Andrés Manuel López Obrador y también a Donald Trump. Por una semana aparquemos a esas bacterias que son mucho más peligrosas que los virus que gobiernan nuestras vidas y dediquémonos sólo a rendirle el culto que se merece a ese pequeño frasco que nos será administrado por medio de dos rápidos pinchazos y que, además –imagínese– es un frasco que a partir de aquí controla y es el principio y el fin de nuestras vidas. ¿Cómo ve?

En cualquier caso yo me dispongo a que me toque mi parte de la vacuna, ya que lo que nunca he hecho es admitir mi realidad sólo en medida de lo que me convenga o de lo que pueda digerir. La realidad es la realidad. Entonces lo que uno tiene que hacer es no pelearse con ella y luchar para que la realidad resulte asumible, vivible y, lo que es más importante, una realidad que además sea disfrutable. Nos vamos acercando al final del año, el año que nunca existió. Y es aquí donde dejo la pregunta al aire, ¿la vacuna o la vida?

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