Año Cero

La historia es hacia delante

Esta crisis nos ha demostrado que ya no hay para dónde hacerse y que la hora de la verdad ha llegado.

Todo lo que vemos. Todo lo que pensamos. Todo aquello de lo que nos escondemos. Todo lo que nos preocupa. Todo lo que barajamos dentro de nuestro cerebro y de nuestra alma; todo eso y más ya pasó antes. Los seres humanos solemos analizar la historia como si fuera algo lejano. Es un error. La historia es eso que, una y otra vez, confronta a las personas con el hecho imbatible de que no porque algo ya haya pasado significa que no pueda volver a pasar. Desde el inicio de los tiempos; desde que "en el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios", hasta nuestros días, tenemos la extraña afición de querer olvidar lo que sabemos, de cerrar los ojos y comenzar de nuevo. Pero eso nos lleva a vivir bajo una mentira constante.

Exactamente hace cien años, la pandemia se instauró en nuestras vidas. Hace un siglo, la pandemia de la gripe española se combatió de la misma forma que se está haciendo en estos momentos, metiendo a la gente en sus casas y esperando que se resolviera por sí misma. La gripe española dobló gobiernos y tomó la vida de muchas personas. Se dice que este virus mató a entre cincuenta y cien millones de seres humanos, pero la realidad es que fueron tantas las víctimas que es difícil poder hacer un cálculo exacto. En ese entonces, la pandemia de la gripe española parecía ser el fin de los tiempos. Y es que de marzo de 1918 a diciembre de 1920, el mundo vivió bajo una larga noche en la que cualquiera podía morir a causa de este virus. Además, hace un siglo las personas no podían contar con los antibióticos que existen en la actualidad y que les hubiera dado un ligero sentido de esperanza.

Todo eso pasó, pero, ¿quién se acordó? Nadie. Y es que el problema no es que el Covid-19 sea algo nuevo –aunque seguramente su estructura vírica lo es y se trata de una mutación desconocida hasta el momento de su brote–, sino que el problema radica en la capacidad que los seres humanos tenemos para omitir la verdad o, lo que es peor, para no querer saberla.

Los golpes de Estado siempre han sido una constante en la historia de la humanidad. La aspiración por conseguir un mundo regido por la libertad, la justicia y la igualdad, también lo ha sido. El fracaso reiterado, el fin del sueño, la violencia y el hecho de siempre tener un pendiente por cumplir –como conseguir la superación misma de la miseria humana– forman parte de nuestros orígenes. Pero la historia no viene desde atrás, del recuerdo o del deseo. La historia va hacia delante.

En la actualidad y tomando como ejemplo Estados Unidos –que bastante tienen ocupándose de sí mismos– es muy fácil que un golpe no triunfe. Pero yo nunca olvido que la palabra 'golpe' no debe de ser empleada en singular, sino que siempre debe de usarse en plural. La realidad es que existen golpes. Golpes en la puerta, en el alma, en los estómagos o en la economía. Pero todos son golpes que, poco a poco, van anunciando la llegada del gran golpe. Al final, el golpe se convierte en una especie de martirologio que progresivamente va terminando con todo y provocando una situación en la que si quien da estos golpes no está en condiciones de entregarlo y perderlo todo por su pueblo, entonces la entrega es a medias.

En 1913, Francisco Indalecio Madero salió a las calles a pedir el apoyo de su pueblo. Era tarde, lo había perdido. Buscando ser un gobernante que respetara las normas del buen gobierno, Madero olvidó que él, sobre todas las cosas, era un soñador que pertenecía y encarnaba a la más alta aspiración de un pueblo por conseguir un sueño imposible. Sin embargo, en febrero de 1913, Madero fue traicionado y asesinado junto a su vicepresidente, José María Pino Suárez, en el golpe de Estado que dirigió Victoriano Huerta. Los personajes como Victoriano Huerta siempre han estado en Palacio Nacional. Y seguirán ocupando ese lugar. La diferencia es que los Huerta de antes llevaban pistolas y espadas, y los de ahora traen chequeras.

En ocasiones, cuando veo la realidad o cuando, por ejemplo, veo las entrevistas que el Presidente de México da junto al productor Epigmenio Ibarra, tengo la tentación de pensar que se trata de una especie de juego no confesado entre los dos por querer cambiar las cosas y la realidad. Es como si se buscara explicar que a los mexicanos no nos pasará nada y como si se pretendiera comprobar que Salvador Allende sigue vivo, no en espíritu, sino en el sentido de que, al final el golpe, ese gran golpe no triunfará.

Esta crisis nos ha demostrado que ya no hay para dónde hacerse y que la hora de la verdad ha llegado. Sobre todo, porque la historia ya nos ha enseñado cómo es que todo termina. Y aquí que cada uno, con sus reservas y conocimientos, argumente lo que quiera. Yo volveré a mirar lo que está escrito en la piel, en la historia, en la sangre y en la memoria de los pueblos. Volveré la vista al pasado y compararé este momento con lo que significó el final de los regímenes autoritarios en Europa o con lo que supuso el invento de la máquina de vapor, ya que ahora ni los autoritarios gobiernan en Europa ni el caballo es el rey. En este momento de la historia, la combustión, los motores y los nuevos regímenes son quienes lideran el mundo, y los nuevos medios de transporte han sustituido a los caballos y las carretas.

Evidentemente el mundo ha cambiado, pero lo que nunca cambia es el deseo de las personas de explorar lo desconocido. Ese deseo que nos impulsa a subirnos a los barcos, los trenes, los coches, las motos o los cohetes que nos lleven a la Luna. A pesar de ello, los seres humanos nos empeñamos –una y otra vez– en llevar a cabo ese ejercicio ingenuo, cobarde e irresponsable de pensar que la historia consiste en volver la mirada hacia atrás. Sin embargo, la historia es hacia delante. Y ella nos enseña que existen verdades que se repiten constantemente. Verdades y enseñanzas tan significativas como el hecho de nunca mezclar los estómagos con la situación que se vive en el momento.

Los estómagos suelen tener una resolución violenta y no solamente por la explosión humana, sino porque al final del día no hay nada que dimensione más nuestra condición de seres insignificantes que el hecho de que si nos falta el suministro principal de energía, nuestra comida, ni siquiera seríamos capaces de existir.

A partir de este momento, los gobernantes ganarán o perderán. Pero habrá personajes como Jair Bolsonaro, que morirán rodeados de su locura. Una locura que supone el hecho de que los brasileños se pueden bañar y bucear en las aguas negras sin que el Covid-19 les cause el más mínimo daño. Y en cuanto a todos los brasileños que efectivamente están muriendo a causa del coronavirus, éstos no son más que traidores de su patria. Parecido al caso de Brasil, existen países en los que si no mientes, no robas y no traicionas, jamás te enfermarás de Covid-19. Y hay otros países que están tan sumergidos en sus aspiraciones por ser el ejemplo de la conquista y obtención de las libertades, que cuando uno muere lo hace rodeado de un racismo y esclavismo que están impregnados desde su origen como nación y ubicados en su misma Constitución.

Una y otra vez la historia deja claro que desconocerla o ignorarla, es un error. Por otra parte, hacer la proyección de lo que pasará a partir de este momento no es algo difícil. El protagonismo que tuvo la Gran Depresión de 1929 en Estados Unidos abrió la puerta para que, años más tarde, en 1933, llegara el proyecto más modernizador e innovador en materia económica, política y social de los últimos ciento cincuenta años: el New Deal. Impulsado por Franklin Delano Roosevelt, este proyecto desarrolló y llevó a cabo una serie de programas y reformas que lograron la recuperación económica y estimuló el crecimiento económico tras la gran crisis vivida años atrás. Esta experiencia fue el comienzo del fin de la era de la oscuridad y, más adelante, ignorando las lecciones de la Primera Guerra Mundial, provocó la llegada de Adolf Hitler al poder en Alemania y la llegada de una era dominada por el miedo.

En este momento, es necesario dejar claro que la historia siempre ha sido utilizada como un referente de lo que ya pasó. De manera reiterada, las lecciones de la historia que proyectan lo que puede llegar a pasar –no por su repetición, sino por la constante que significa el protagonismo humano– tienden a ser olvidadas. Es como si pretendiéramos que la vida constantemente nos está sorprendiendo y como si lo que ya sucedió en el pasado no pudiera repetirse. También es como si ante todas aquellas barbaridades que ya le pasaron a los demás, nosotros gozáramos de una especie de inmunidad.

Tarde o temprano, todo estallará. Pero, en contra de lo que se nos quiere hacer creer, esos estallidos no serán nuevos. Todo ya ha pasado y la historia se repite. A mí, esta evidencia no hace más que llevarme a no poder contestar la gran pregunta, ¿quién hace la historia? Y es que según el recuento y hasta donde llegan mis cortas luces, la historia se escribe y la hacen las ganas de ignorarla y desconocerla.

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