Año Cero

La crisis del sistema democrático

Los procesos democráticos hoy giran sobre sí mismos y al hacerlo confunden la pureza del proceso electoral con la razón de existir de las democracias.

La democracia ha sido durante trescientos años la plasmación de los más nobles ideales de la expresión de los hombres para garantizar y crear mecanismos que los haga libres, que los proteja de los excesos del poder y que dote a las minorías de voz frente a la tentación –ya sea con mayorías o sin ellas– de que unos aplasten a los otros.

Evidentemente el mejor ejemplo es el de Estados Unidos, la democracia más exitosa de la historia. Los sueños de los viejos atenienses y la teoría de la separación de poderes descrita por Montesquieu han quedado más o menos plasmadas desde la declaración de la independencia hasta la actualidad. Sin embargo, estamos frente a una época en la que mentir ha dejado de ser un delito moral en la sociedad estadounidense, convirtiéndose en un territorio donde alguien puede ser presidente sin mostrar su declaración de Hacienda y sin estar obligado a decir la verdad bajo cualquier circunstancia. Pero la democracia estadounidense no es la única que expone lo que en el fondo es la crisis del sistema.

Acabo de tener la oportunidad de sentarme y conversar con cuatro de los cinco candidatos a ocupar la presidencia del gobierno de España en las elecciones que se celebrarán el próximo 10 de noviembre. Estas elecciones serán las terceras generales de este año para quienes pese a la manifestación popular, son incapaces de articular un sistema de gobierno que más allá de dar libertad para elegir, asegure la estabilidad necesaria para gobernar.

Hace bastante tiempo que ganar no significa tener la capacidad necesaria para gobernar. En la actualidad, casos como el español demuestran que el ejercicio democrático en sí mismo muchas veces no cuenta con la capacidad de organizar la administración del poder según la voluntad de la mayoría, a pesar de que esta sea una minoría.

A los políticos les pagamos para que trabajen en hacer lo imposible, posible. Ellos tienen la obligación de ser capaces de generar los acuerdos, leyes o elementos necesarios que den seguridad y certidumbre a quienes están al mando. Y si además estos elementos permiten asegurar el desarrollo de los países, mucho mejor. La crisis no es tanto sobre la limpieza de los procesos electorales –mayormente garantizados a lo largo del mundo–, la crisis está en la incapacidad de establecer una estructura que facilite la organización que permita contar con gobiernos que realmente funcionen.

La pregunta es, ¿el próximo 11 de noviembre podrá España tener una mayoría que permita construir un gobierno que dé estabilidad al país? Las encuestas dicen que no. Que es posible que veinte diputados se muevan en el espectro de centro-derecha, es decir, de Ciudadanos al histórico Partido Popular. También que si el Partido Socialista tiene mucha suerte ganará algunos diputados. Pero en esencia, la fotografía que el 11 de noviembre habrá en España será bastante parecida a la actual y que ha provocado esta tercera elección general.

Me sorprende mucho que los políticos que participan en este proceso de catarsis del sistema no tengan la iniciativa de investigar las causas del agotamiento, de cómo recrear los sistemas ni que estén incluyendo en este proceso electoral dos factores que para mí resultan claves. Primero, que es evidente que el artículo octavo de su Constitución y que la vía electoral ya no son el mejor instrumento para regular la vida política de España. Segundo, que, pase lo que pase, lo único que queda claro es que hay uno de los cinco candidatos a presidente que ya fracasó al haber ganado las elecciones y al haber sido incapaz de construir mayorías. Me estoy refiriendo al actual presidente en funciones y secretario general del Partido Socialista, Pedro Sánchez.

Pero no crean que el debate electoral va por ahí. Siguen hablando de factores que, pese a ser críticos para el futuro del país, no dejan de ser más que una razón conveniente o el pretexto para rehuir del verdadero problema. Cataluña, cuya sentencia es posible que se produzca hoy mismo, y la erupción de la extrema derecha –que se ha dado en casi toda Europa y en gran parte del mundo– sustituyen el verdadero debate. Cataluña es mágica porque no sólo representa un desafío para la unidad y la organización del Estado español, sino porque también es la prueba más evidente del agotamiento del modelo que en su momento fue considerado como virtuoso: el de la transición de los años setenta.

Cataluña se ha convertido en una inmensa coartada que tapa lo que es –en mi opinión– el verdadero problema de estas elecciones y que es que ninguno de los contendientes tiene un auténtico modelo de país. El presidente, que se excusa bajo el hecho de que no lo dejaron gobernar y que fue incapaz de construir un gobierno, se encuentra frente a tres posibles realidades. La primera será lo que a él le gustaría y le convendría según sus intereses políticos. La segunda es la que arrojarán las urnas en función del uso efectivo del voto. Y finalmente, la espada de Damocles que sobre el conjunto del país significa una situación de abierta rebelión buscando la independencia de una parte del territorio nacional con una importancia tan significante como es Cataluña. Esos son factores muy importantes, pero igual de importante es ser capaz de articular una oferta electoral que, a partir del recogimiento de las crisis y de los problemas, pueda ofrecer un modelo viable y plausible de cómo seguir hacia adelante.

Esta crisis del sistema en parte explica los abusos tolerados, permitidos y, en casos, desapercibidos de los gobernantes actuales. Con una crisis tan general, resulta difícil que los ordenamientos jurídicos y el funcionamiento democrático sean capaces de pedirle a los gobernantes que se limiten ¿Por qué habrían de hacerlo? A fin de cuentas, casi todos ellos son conscientes de la construcción de nuevas ideas políticas y son expertos en la materia.

Los procesos democráticos son un medio, los modelos de los países son un fin. Hay países que están muy lejos de tener ese problema porque ante victorias arrolladoras lo que pasa es que se funde la estructura política y social y le damos el poder al partido único, aunque este estuviera compuesto por representantes de otros partidos en los parlamentos. Los procesos democráticos hoy –al menos el español y me temo que no es el único– giran sobre sí mismos y al hacerlo confunden la pureza del proceso electoral con la razón de existir de las democracias. Las democracias existen para garantizar muchas cosas, pero sobre todo tienen un elemento básico, que es que son gobiernos elegidos por la mayoría y su principal función es servir a quienes los eligieron.

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