Año Cero

La América feliz

Pese a los pasados procesos electorales que tuvieron como resultado la entrada de los dos gobiernos que dirigen las dos potencias de América, las crisis económicas en Brasil y en México resultan inevitables.

Estados Unidos está ocupado rediseñando su política comercial, su dominio hegemónico, tecnológico y redefiniendo su papel en el mundo tanto a lo defensivo como en términos de liderazgo moral. Mientras esto sucede, el resto de los grandes países americanos se encamina a un escenario en el que –sin el deseo de ser pesimista– todo apunta a que al final de este año las dos principales economías que no hablan inglés en el continente, tendrán números negativos.

Resulta curioso que los números den y ver cómo, por ejemplo, mientras López Obrador desea por todos los medios recuperar la cifra mágica de dos millones de barriles de petróleo diarios, en tan sólo los últimos veinte días Petrobras y su compañía de extracción de petróleo haya superado la producción de más de dos millones y medio de barriles diarios. Las reservas económicas de Brasil venían marcadas de lo que fue el comienzo o el reflejo de la gran crisis política que terminó destituyendo y metiendo a la cárcel al que hasta hace unos pocos años era el presidente más popular de América, Lula da Silva. Esto, pese a todos los elementos de dudosa actuación que vinculan a quien dirigió el proceso que puso final a la vida política de Lula, el actual ministro de Justicia y antiguo juez federal, Sérgio Moro. A este se le relaciona el uso de prácticas conspirativas y poco ortodoxas para diseñar las pruebas de culpabilidad que terminaron por sentenciar al antiguo presidente.

Pese a los pasados procesos electorales que tuvieron como resultado la entrada de los dos gobiernos que dirigen –sin incluir a Estados Unidos– las dos potencias de América, las crisis económicas en Brasil y en México resultan inevitables. Con el claro elemento común que fue el papel de los evangelizadores, dos presidentes –uno teóricamente de izquierda y el otro teóricamente de extrema derecha y ambos afectados por una gran dosis de nacionalismo–, Andrés Manuel López Obrador y Jair Bolsonaro se convirtieron en los líderes actuales de sus países, ambos con un gran mandato popular.

El éxito popular de López Obrador es, sin duda alguna, cualitativamente más importante que el de Bolsonaro desde el punto de vista no solamente de las mayorías absolutas que tuvo, sino también de lo que significaba venir de una eterna campaña de 18 años y tras tres intentos por conseguir la Presidencia. Bolsonaro, por su parte, era un diputado ruidoso y esciente que tuvo que subirse al tigre desbocado de la crisis moral y económica de la oposición brasileña y acabar consiguiendo ser un presidente sin una metodología ni dirección clara.

La crisis económica y los malos números unidos al desarrollo, salvo de países pequeños y de la crisis desencadenada en Argentina, da un panorama económico global de América que por lo menos ofrece la alternativa de construir una nueva realidad económica sin que sea posible la rendición del nacimiento de los países del ALBA. Si, como parece, Alberto Fernández gana las elecciones de octubre en Argentina, el riesgo no será la vuelta de los gobiernos llamados chavistas o populistas, sino que las crisis económicas desencadenadas y simultaneas –por diferentes razones en estos países– terminarán no solamente ahogando la viabilidad de los proyectos políticos, sino contaminando gravemente el conjunto del resultado económico de América y, por lo tanto, también afectando a la cifra global del coloso del Norte.

Resulta también curioso que pese al plus demográfico y pese al deseo que se tiene de trabajar para equilibrar la brecha social, América Latina siga siendo la zona del mundo que –comparativamente hablando– menos crece económicamente. Unas de las razones son los procesos de transición ideológica y de redefinición que están sufriendo estos países. Otras razones son la acumulación de factores como la inseguridad y la falta de formulación de programas concretos que ilusionen a los más jóvenes y que viabilicen o cambien los elementos de la economía informal y el uso de la fuerza de trabajo de la juventud para la delincuencia. Para contrarrestar lo anterior se debería planificar la conversión de unos jóvenes que, si bien no van a tener la seguridad del Estado que les proteja, sí se les debería otorgar la posibilidad de ser emprendedores. Como ejemplo está el caso cubano, el que ante el fracaso del sistema está ante la oportunidad de construir una fórmula de éxito económico individual.

Este escenario de crisis económico-financiera es grave, porque después del primer impacto, en cada país tendrá un reflejo en las cuentas consolidadas por zona, especialmente ante las grandes instituciones y a los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional. Y en el sitio en el que este escenario particularmente debe provocar pavor es en España.

Si uno analiza los resultados financieros de las principales empresas españolas, se dará cuenta que cerca del treinta por ciento de sus beneficios provienen de América Latina. El caso de la banca es especialmente dramático. Para el banco Santander, la suma de lo que le da el mercado brasileño más el mercado mexicano es realmente significativa, mientras que para BBVA sus resultados financieros son completamente diferentes, ya sea con la crisis mexicana o sin ella.

La suma de las crisis económicas simultaneas y profundas como las que parecen estarse diseñando en Brasil, en México, y con la consolidación de la crisis en marcha en el Cono Sur –con excepción de países como Chile– provocarían una pérdida imposible de superar, y desde luego terminaría con la capacidad de jugar con las pérdidas que da el mercado interno español frente a los beneficios que, a pesar de todo, los españoles siguen obteniendo de las llamadas Américas.

La América feliz está a la búsqueda de un proyecto viable de vigencia económica. No lo tiene y esa oportunidad electoral de definición ideológica o de cambiar la brecha de la desigualdad social se puede tornar por el fracaso de la estructura económica. Esto también podría convertirse en un grave problema y ser un elemento más de combustión en la revolución silente y latente que se está produciendo y que es síntoma del problema multiplicado en todas partes, siendo la inseguridad un elemento común que afecta a todas las Américas en un grado u otro. Una inseguridad que va desde las Favelas hasta los cárteles o hasta las matanzas en Estados Unidos, y que se ve reflejada en el aplastamiento de todos aquellos que no tienen capacidad de hacer una vida en sus países y que inician el camino de la migración bien hacia la violencia o bien hacia otros países.

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