Año Cero

El golpe permanente

Mientras todos los países han establecido medidas contracíclicas para evitar el estallido social, en México el presidente se niega a implementar cualquier disposición excepcional.

Han pasado ciento un años desde que Emiliano Zapata fue acribillado en Chinameca, Morelos. Zapata es una manera de entender los sueños imposibles de México. Un hombre bien intencionado. Un líder nato. Un hombre comprometido con su pueblo, pero completamente incapaz de entender las estructuras y el funcionamiento del poder. Un hombre que al final se quedó desfasado en la lucha entre lo que era el sueño y lo que marcaba la realidad. México, al igual que el resto del mundo, está viviendo lo que es una encrucijada sin precedentes. Pero, como siempre, en México todo tiene un color y un sabor especial. A estas alturas, nadie entiende muy bien por qué nos empeñamos en ser como la Albania del mundo capitalista. Mientras todos los países –algunos con una ideología y una línea política tan diferente a la de la actual Presidencia del país– han establecido una serie de medidas contracíclicas para evitar el estallido social, en México el Presidente y su gobierno se niegan a establecer cualquier tipo de medida excepcional.

Estamos viviendo un momento en la historia en el que es necesario ser profundos y trascendentes. No todos los días uno vive confinado en su casa y pensando sobre si morirá o no a manos de un enemigo silente que está demostrando ser mucho más resistente de lo que se suponía y que puede ser –según el catálogo de lo que uno lleve dentro– ya sea un castigo divino, una conjura en forma de arma biológica o bien la simple dimensión del juego en el que nos acostumbramos a vivir. Antes, cada vez que tosíamos o experimentábamos un dolor de garganta, bastaba con tomarnos un antibiótico, mismo que provocaba la mutación de nuestro sistema inmunológico y, naturalmente, al mutar las defensas también se mutaban los ataques. Hoy todo ha cambiado. En el siglo XXI es posible entender casi todo, menos la ignorancia. Este siglo seguramente es el sitio y el momento de la historia en el que tener una buena reserva de fe, de buena voluntad y de sueños imposibles, resulta indispensable.

Aquí estamos y, como ya sucedió en el pasado, nuevamente nos encontramos frente al sueño de lo que es la realidad, la sospecha, la descalificación, pero, sobre todo, una vez más estamos confrontados con lo que es la separación. Me duele que a México sólo lo une la violencia y el fracaso. Me duele que, en la historia reciente, todos los experimentos bienintencionados de revoluciones pacíficas que buscaban ya sea la justicia social, étnica o política, hayan terminado a manos de pragmáticos, que –conociendo los límites de la realidad– necesitaron limpiar el escenario de soñadores. Y todo esto simplemente para garantizar el hecho de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.

En este momento, México se encuentra en el epicentro de diversas crisis. La más importante y la más grave –desde mi punto de vista– es la crisis que está viviendo sobre un debate que históricamente siempre le ha hecho mucho daño, el debate que supone la lucha de los unos contra otros. Nuestro país actualmente vive lo que es la lucha entre los traidores contra los limpios; los sucios contra los oportunistas; los pragmáticos –desde un punto de vista de enemigos– contra los defensores de los sueños imposibles del pueblo.

La historia dice que cuando uno entra a una guerra con una casa dividida, como en su tiempo advirtió Abraham Lincoln, se pierde la guerra y se pierde la casa. Sin embargo, al hoy entrar México en diferentes guerras que se dan al mismo tiempo, no sólo lo está haciendo bajo una falta de unidad, sino que además es el mismo centro del poder el que –mañana tras mañana y ataque tras ataque– cultiva una doctrina de separación que se podría denominar como el golpe permanente.

Uno de los mayores factores históricos y una gran victoria para México fue haber establecido desde la época de Plutarco Elías Calles unas Fuerzas Armadas que nunca tuvieron la sensación golpista y que, si la tuvieron, esta se logró controlar y orientar para servir al orden y al poder civil. En los últimos cincuenta años, nunca, ningún Presidente mexicano había hablado sobre la posibilidad de un golpe de Estado. El actual Presidente no sólo ha tocado el golpe, sino que ha exhibido la posibilidad y naturalmente ha convocado al pueblo, a los suyos, para llevarlo a cabo. El problema no es el golpe que quieren dar los demás, el problema es el golpe que se está dando de manera constante cada mañana con cada descalificación, cada condicionamiento y cada convocatoria por parte del Presidente para dividir al pueblo frente a una crisis que, más que nunca, exige la unión.

No comparto ninguna simpatía ni creo en el perdón ejercido –de manera incomprensible desde mi punto de vista– hacia las personas que más daño le han provocado a México en los últimos treinta años. Pero siguiendo la tan curiosa separación en la que los malos se convierten en amigos y obedeciendo la vieja máxima de Francis Ford Coppola y de Mario Puzo en su primera entrega de El Padrino sobre "ten cerca a tus amigos, pero aún más a tus enemigos", se puede entender el porqué el Presidente cuenta con el grupo de asesores que actualmente tiene. Pero la verdad es que, en este momento, en medio de este golpeteo permanente, quiero pensar en términos de mayoría, en términos de pueblo. Pensar en términos políticos es imposible.

En México, la política quedó reducida a la nada el pasado 1 de julio de 2018. Y con esa reducción, ganada a pulso por la clase política que perdió las elecciones, se pudieron haber logrado dos cosas. En primer lugar, se pudo haber castigado a los malos y haber creado unas reglas del juego claras y para el cumplimiento de todos. Y, en segundo lugar, no se debió de haber perdonado –y menos después de haberlos denunciado de manera permanente– a quienes tanto daño habían provocado. Todo esto bajo la creación y el desarrollo de objetivos que tuvieran como propósito salvar el país. En cualquier caso, con treinta millones de votos, eso era lo que se esperaba que sucediera.

La realidad es que lo anterior no sólo no pasó, sino que, naturalmente, el Presidente se ha convertido en un hombre que ha cuidado y ha hecho uso de su derecho constitucional al error, con tal frecuencia, que entiendo el que los demás igual lo hagan. Pero en medio de los tiempos del coronavirus, de la crisis, del hambre y en los tiempos de la destrucción de lo que era la estructura social intermedia del país, mi pregunta es, ¿quién gana con el golpe permanente? En realidad, ¿a quién le conviene o quién podría creer que es posible crear una mayoría social de estabilidad y progreso basado en la amenaza, en el miedo y en la denuncia permanente? De igual manera, existen elementos en forma de programas que no sólo es el hecho de que hubieran tenido sentido en las décadas de los años cincuenta o sesenta, sino que en la economía moderna son muy difíciles de entender. Tanto en su contenido como en la forma en la que se están aplicando.

Hacer país. Unir al país. Ponerse de acuerdo en aquellos elementos mínimos con los estados. Llegar a un punto en común con lo que queda de la sociedad, con los partidos o los políticos que se lo merezcan. Pero, sobre todo, motivar y darle directrices claras a un país, ese es el verdadero desafío. Desde ese punto de vista, el mayor problema que tenemos es que actualmente se está dirigiendo a una parte del pueblo hacia el enfrentamiento contra la otra parte de este. Y es aquí donde nuevamente conviene recordar a Lincoln y tener claro que si seguimos por el camino actual, gane quien gane, será México y los mexicanos quienes terminen perdiendo.

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