Año Cero

El aburrimiento

Trump sólo ha sido un presidente mentiroso y tramposo, y por lo que ahora se ve, además un presidente con Covid-19.

El mundo moderno –en el que está incluido el Covid-19 y esta nueva experiencia colectiva de poder morir en cualquier momento de manera repentina, sin previo aviso y por el simple hecho de haber tocado el barandal de unas escaleras o la manija de una puerta– ofrece muchos elementos distintivos que tras el análisis no aplicamos. Estamos frente a una nueva realidad, pero, más que eso, estamos en un mundo en el que el gran enemigo a vencer es el aburrimiento. Estamos aburridos por causa de la ignorancia y por el temor infligido. Aburridos de comprobar que, pese a todo lo gastado y a la evolución humana, el panorama actual es mucho peor que hace cincuenta o cien años. También estamos aburridos de que nos enseñen o traten de pensar por nosotros, sin darnos la oportunidad de que nosotros mismos saquemos nuestras propias conclusiones de lo que está sucediendo.

El otoño ya ha llegado y hasta la próxima primavera no hay nadie en el mundo que en su sano juicio sea capaz de predecir cuántos millones de muertos producirá este bicho inclemente, maleducado y con espíritu de clase que ya informalmente llamamos 'Covid-21'. Morir forma parte del contrato de la vida, un contrato que está compuesto por dos cláusulas claras: la primera es la llegada a este mundo y la segunda es el momento de nuestra partida. Lo que pasa es que antes de que este virus apareciera, todos acariciábamos la posibilidad de que nuestro paso por el mundo fuera eterno y un paso que con la ayuda del Viagra además fuera placentero. Sin embargo, ahora, en cualquier momento, esta aventura que llamamos vida puede llegar a su fin. Y, mientras tanto, seguimos siendo testigos del espectáculo denigrante y denigratorio de las campañas políticas.

El símbolo de Estados Unidos, del país triunfante y demócrata, es un águila que Theodore Roosevelt decía que más que ser un águila era un buitre ennoblecido. Para Roosevelt, el símbolo de Estados Unidos debió de haber sido un oso, ya que para él este es un animal cuya principal característica y función es defender con casta y sin cabeza su territorio. Donald Trump es un individuo que marca la diferencia no por ser el presidente de Estados Unidos, sino porque consiguió serlo engañando a todos, y al ser un personaje que estafó lo único que representa el espíritu colectivo estadounidense, que es el pago de los impuestos. Al Capone debe de estar retorciéndose furioso en su tumba por este hecho, ya que al gran gánster estadounidense no lo pudieron detener ni por sus asesinatos ni por el tráfico de alcohol, sino por la falta de pago de impuestos. Sin embargo, al actual presidente estadounidense, la vida, las circunstancias, su habilidad y unos contadores muy habilidosos le permitieron llegar a la Casa Blanca bajo dos supuestos. El primero, al no pagar impuestos siendo una ruina y un fracasado. Y el segundo, al proyectarse en un programa de televisión como un falso triunfador.

El día que los estadounidenses votaron por Trump no sabían por quién estaban emitiendo su voto; sin darse cuenta estaban votando por alguien que había evitado cumplir con sus obligaciones fiscales. Además, por lo que supuestamente lo estaban eligiendo –que era su aparente éxito profesional– era una mentira. Pero así es la vida. En ningún momento –ni siquiera cuando se gastó setenta mil dólares en peluquería y maquillaje– Donald Trump pensó en quién lo estaba eligiendo.

No está claro que Trump represente la imagen del águila estadounidense, ya que, más que un águila, el actual ocupante de la Casa Blanca se comporta como un oso. Por eso, en el primer debate presidencial –que a su vez marca el inicio de las campañas electorales en Estados Unidos– Trump hizo el oso. Lanzando zarpazos recurrentes al aire y sin mostrar una idea clara de lo que estaba haciendo o proponiendo, el pasado martes Trump no salió a ganar, sino a mostrar que no había nada qué ganar. Y mientras esto sucedía, su contrincante, el exvicepresidente Joe Biden, aguantó las ofensivas como si fuera uno de los Pilgrim que inventaron el Thanksgiving Day, siendo un caballero que nunca perdió la compostura y que además se mantuvo en pie ante los envites contra la razón lanzados por el oso Donald Trump.

El aburrimiento intelectual, la falta de ejercicio y el haber llevado al mundo a un punto en el que los adolescentes tengan una capacidad de retención inferior a un minuto –que es lo que suele durar un video de TikTok– nos lleva a olvidar todo lo que sabemos. Y lo que sabemos es que para China el enemigo es y siempre ha sido Rusia. Para la China de Mao Tse-Tung el gran enemigo era la Unión Soviética. En la actualidad Trump podrá tener conflictos con los suyos, con los negros o hasta con los latinos, pero un hecho que no puede dejar a un lado es que una de las minorías más disciplinadas y temibles de Estados Unidos, la asiática, es su enemiga. Pero, ¿por qué es su enemiga? Porque él representa la primera vez en la que el Kremlin tiene un empleado de lujo sentado en el Despacho Oval. El comportamiento de Trump hacia China es, por una parte, acertado, ya que los chinos abusaron. Pero, por otra parte, las acciones de Trump permiten a Xi Jinping desenterrar el cadáver de Mao y los miedos de Deng Xiaoping. Y es aquí donde repito, para China el enemigo era y es Rusia. Siempre ha sido Rusia. Considerando esto, derrocar a Trump es algo fundamental. ¿Esto significa que Biden dejará en paz a China? No, lo que quiere decir es que el exvicepresidente estadounidense –a diferencia de su contrincante electoral– no es un empleado de Vladimir Putin.

Pero en realidad nada de esto importa. En el fondo, ni Biden ni Trump son importantes. Ya sea que Trump se siente por segundo término en el Despacho Oval o que Biden lo haga por primera ocasión, la verdad es que para romper con el aburrimiento lo que importa es saber qué es lo que realmente está en juego en las próximas elecciones. En las elecciones del próximo 3 de noviembre lo que se disputa es la reconfiguración de un nuevo mundo. Un mundo en el que, por ejemplo, las ramas más tradicionales de determinadas religiones tienen miedo ante el futuro. Y frente a un futuro que puede poner en peligro su fe y sus creencias, lo mejor es votar sobre la continuidad de un presente malo, pero presente conocido, que es lo que representa y significa Donald Trump.

Teniendo en consideración lo anterior, la elección del próximo 3 de noviembre deberá ser todo menos aburrida. Pero para poderla disfrutar bien es necesario quitarles la cara a ambos candidatos y no cometer el error de centrar la elección en Trump o Biden, sino centrar la contienda en lo que representa cada uno de ellos y en lo que verdaderamente está en juego. Entonces descubrirá que efectivamente existen los milagros. Pero Trump, para salvarse y salir victorioso del círculo de odios que ha conseguido crear, requerirá de un milagro geoestratégico.

Pero los milagros existen. Hoy Trump está enfermo de Covid-19 y ha logrado conseguir tal confusión entre la verdad y la mentira que sólo en caso de que termine siendo internado –como Boris Johnson– podrá convencer a la gente de que esto no es más que otra arma electoral. Y lo hará buscando la conmiseración que tiene el valiente sheriff que lucha contra los malvados para defender a su pueblo. Él sabe que el llamado que hizo a las huestes más radicales durante el debate, puede permear en donde se encuentra la clave que determinará quién se sentará en la Casa Blanca el próximo noviembre. Y la clave radica en el hecho de que cada estado le dará los votos de su Colegio Electoral a quien así lo decida. Dicho esto, y con la controversia de Trump, este puede provocar que exista más de una Florida.

Digan que estoy equivocado, pero, así como tuve claro que Trump iba a ganar en 2016, hoy tengo muy claro que él no puede ganar esta elección. Estamos hablando de un país que la última vez que tuvo un Presidente casi igual de enloquecido que Trump fue Richard Nixon, quien además en su momento fue acusado de ser un neurótico y alcohólico, pero que designó como jefe de Gabinete a un general del ejército, Jack Brennan, para que este evitara, en primer lugar, que el entonces presidente cometiera una tontería bajo los efectos del alcohol. En segundo lugar, lo hizo para que no iniciara una colección de rezos familiares con el objetivo de defender a Estados Unidos. Y en tercer lugar, para que no le pegara por practicar cuál era la fortaleza que de verdad le quedaba a un presidente de Estados Unidos, que iba a dejar de serlo por mentiroso. Mentiroso y tramposo, pero Nixon fue un gran Presidente. Trump sólo ha sido un presidente mentiroso y tramposo, y por lo que ahora se ve, además un presidente con Covid-19.

COLUMNAS ANTERIORES

El tigre que se convirtió en dragón
La guerra que se avecina

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.