Año Cero

Covid-19 y democracia

El Covid-19 está ajustando las democracias de una manera que seguramente era inevitable, pero hubiéramos preferido que el costo no fuera tan brutal.

En todas las grandes crisis de la humanidad ha funcionado –de manera casi innata– el mecanismo que supone, primero, salir de aquello que nos está poniendo en peligro y después ajustar las cuentas. Siempre se echa de menos a los estadistas. En este momento son fundamentales, ya que estadista es aquel que es capaz de pensar en las siguientes generaciones, pero, sobre todo, es aquel que es capaz de colocar en su lista de prioridades el interés general por encima del interés particular. En Londres, las nubes pasan rápidamente sobre el semblante preocupante pero decidido de Winston Churchill. Pero una cosa es conocer las palabras o querer ser como el gran líder británico y otra cosa muy distinta es tener la grandeza y la capacidad de serlo.

Sin embargo, hasta aquí las experiencias vividas demuestran que eso no ha funcionado. Y es que el gran problema no sólo es la crisis sanitaria, sino que, aunado a ella, tenemos crisis económica y social que agravan la situación y oscurecen el panorama.

Imagínese lo que al mismo tiempo hubiera sido tener la mezcla de la Gran Depresión de 1929 con la 'gripe española'. Aunque de haber pasado, eso sólo seguiría siendo un triste y menguado reflejo de la coyuntura que actualmente está viviendo el mundo. Bastaron unos cuantos meses para liquidar conceptos, situaciones, seguridades y, lo que es peor, la idea de contar con un mañana previsible. Y todo eso desapareció por culpa de un pequeño virus que más allá de matarnos sigilosamente, arrasó nuestro sistema de vida y desapareció todas aquellas cosas que nos daban cierta tranquilidad.

La realidad es que nunca estuvimos preparados. Después de tantas palabras, tantos impuestos, tanta seguridad y de todo lo que supuestamente los Estados debían tener, al parecer con esto se puede demostrar que todo eso era parte de una mentira. Ni las principales universidades ni los think tanks ni los principales negocios del mundo fueron capaces de prever una reacción racional, mucho menos lo estaban los indefensos gobernantes que actualmente ocupan las sillas del poder global. Ésta está siendo una prueba suprema de la pobre formación, de la limitada capacidad con la que contamos y de la falta de ser o aspirar a ser grandes.

El Covid-19 está ajustando las democracias de una manera que seguramente era inevitable que pasara. Pero la verdad es que todos hubiéramos preferido que el costo no fuera tan brutal, no sólo en vidas y en bienestar, sino en comprobar lo equivocada, cómoda e irresponsable que había sido nuestra manera de vivir hasta este momento.

En una situación como esta, ¿qué es lo que gobernantes como Trump, López Obrador, Jair Bolsonaro, Pedro Sánchez o como Boris Johnson tienen que hacer? Dejo fuera de esta lista a los campeones de las democracias dirigidas y pactadas que tienen los países como Rusia o China. Para mí está claro que lo que tienen que hacer los líderes que ocupan las sillas del poder por medio de elecciones libres y consensos sociales es salvar la emergencia de sus pueblos y ya después tratar de sacar raja política de la situación. Y es que si algo ha demostrado esta primera entrega del Covid-19 es la falta de grandeza y de perspectiva que tienen los gobernantes actuales.

En una situación como esta es vergonzante ver cómo todos los partidos se están dedicando en tratar de obtener rentabilidad política, todo esto mientras administran los muertos y liquidan nuestro tiempo. Y es que, en vez de buscar mitigar los daños, todos siguen en la periferia y en la espuma de la ola de lo que creemos que es la democracia. En nuestros tiempos la democracia se puede entender como el aprovechamiento de lo que el contrario hace mal para tratar sacar ventaja de la situación. Y a pesar de que no debería de ser, así es como funciona en tiempos de normalidad, pero que esto suceda en tiempos de anormalidad es un acto criminal.

Es criminal y es exigible la responsabilidad sobre los muertos que ha habido tras no decretar la obligatoriedad de los cubrebocas. También es criminal pretender sacar ventajas políticas culpando a la falta de infraestructura y capacidad hospitalaria cuando ni siquiera se es capaz de entender o buscar la resolución del fenómeno. En una democracia tan afectada, tan condicionada y donde con tal de salvar nuestras vidas nos pueden quitar todos nuestros derechos, confinarnos en nuestras casas e implementar todo tipo de medidas para protegernos a nosotros de nosotros mismos, ¿cómo se puede pretender salir de donde estamos? Ya han pasado los suficientes meses, el suficiente número de muertos y ya contamos con los necesarios antecedentes como para señalar las actitudes irresponsables y criminales frente a las actitudes responsables y eficientes. Hemos llegado a un punto en el que ya no se puede seguir siendo víctima de la confusión que significó el primer golpe del Covid-19 suscitado en el mes de febrero.

Una y otra vez, vamos retrasando el enfrentarnos al hecho más terrible de todo esto: nada volverá a ser como antes. No queremos saberlo ni queremos pagar el precio. En cambio, estamos dispuestos a seguir a cualquiera que nos prometa que esto nunca pasó, que sólo fue una pesadilla y que, al despertar, el mundo seguirá siendo como antes.

Estamos hablando –en el doble sentido– de la supervivencia de los pueblos. Es necesario responder cuántos morirán por culpa de la enfermedad y cuántos por las consecuencias psicológicas, por la desesperanza y por la incertidumbre de no saber qué pasará a partir de aquí. Y todo esto está sucediendo con tal de poder entender a los partidos y gobernantes, quienes siguen empeñándose en hacer como si el Covid-19 no existiera.

Ahora ya sabemos que es muy difícil evitar el contagio del virus, pero que sí es combatible y que sí se puede salvar a los enfermos. Ya somos conscientes que el problema que tenemos es que hemos abandonado nuestros centros de producción. Pero, sobre todo, no estamos consiguiendo crear un objetivo nacional llamando a la unidad de todos los partidos y de todos los habitantes para, primero, combatir la epidemia y enfrentarnos a los retos que vendrán.

Además, sigue estando pendiente el pactar unas condiciones que no sean salvajes y que permitan tener acceso a la vacuna cuando la haya. Y es que en lugar de que esto suceda, estamos siendo testigos de unos juegos suicidas en los que unos le echan la culpa a otros, algunos hablan del pasado y los demás tratan de ganar elecciones sobre una enorme pira de muertos como consecuencia del fracaso de nuestra sociedad.

En cuanto a nuestros hijos, ¿cómo y dónde serán sus clases? Bajo estas condiciones, ¿qué es lo que se puede formar desde el punto de vista democrático? Si no hay responsabilidad, solidaridad y si no hay garantía de libertad, ¿qué es lo que les enseñaremos? Es necesario determinar cuáles serán las nuevas carreras o cursos, así como definir si todo será un mundo virtual o de qué manera se llevará a cabo mientras esto pase o mientras la vacuna salga a la luz.

Sobre la vacuna, cuando esta salga, ¿a qué precio nos la darán? Supongamos que en algún momento llegará la vacuna y que algunos países –como pueden ser China o Rusia– la usarán para hacer relaciones públicas. En este contexto, ¿cuántas vacunas serán facilitadas para un país como el nuestro? Y en caso de tener que elegir, ¿me darán a mí la vacuna por mi edad o se la darán a alguien que tenga veinte años? Será necesario determinar cuándo uno se hará acreedor al derecho a la vida, porque al final no sólo la democracia sino las propias estructuras de ésta –que son la dignidad, la capacidad, la voluntad y la libertad humana– se han visto gravemente comprometidas por este virus que se ríe dentro de nuestro cuerpo. Un virus que piensa en el ejercicio de ego que hicimos y sobre la idea de que podíamos con todo. Con todo menos con nosotros mismos.

Con la experiencia acumulada y en esta batalla en la que parece no haber alternativas, resulta imposible evadir la gran pregunta, ¿puede el sistema sobrevivir y salir victorioso sin presentar un frente nacional unido? Parece claro que esto no es posible. ¿Fue más grave la Segunda Guerra Mundial contra los nazis que esta batalla? En mi opinión, no. Desde mi punto de vista no ha habido un desafío de mayor dimensión como el que está significando el Covid-19 y todo lo relacionado con este enemigo silente. Dicho esto, ¿por qué siguen predominando los intereses individuales por sobre la colectividad nacional y global?

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